Andreea es una adolescente rumana de 14 años que se graba con su teléfono móvil y expresa estos pensamientos: "A veces la gente dice que me estoy quejando. Que lloro de pena, pero no es verdad. Solo cuento lo que me quema por dentro, porque necesito decir por lo que he pasado. Cuando era más pequeñas he estado en un orfanato y a nadie le ha importado. Mi madre ni siquiera nos ha querido sacar de allí, ni a mí, ni a mi hermana. Y para mí era muy difícil quedarme allí. Y mi tío se ha peleado con ella para que nos lleve a casa, porque ella no quería llevarnos a casa". Una declaración que ocurre en el ecuador de una película casi documental que nos marca el antes, durante y después de una historia brutal, brutal por real y porque ocurre cada día y en cada país. No nos damos cuenta (o preferimos no enterarnos), pero basta preguntar a los servicios sociales. Y tras esta declaración, la confesión de niños y niñas reales en un orfanato, explicando las (atroces) realidades por las que han llegado allí..., atroces como la vida misma.
Hoy hablamos de la película Toto y sus hermanas (2014) de un director rumano casi desconocido, Alexander Nanau, cuyo realismo casi documental en color nada tiene que ver con Rocco y sus hermanos (1960) de un icono como el director italiano Luchino Visconti, teñido de neorrealismo en blanco y negro. El parecido se queda en el título, pues la distancia entre ambos es mucho mayor que los muchos años que las separan. No es habitual una película rumana en Cine y Pediatría, y recordamos la también dura y escalofriante 4 meses, 3 semanas, 2 días (Cristian Mungiu, 2007), esa cuenta atrás para un problema de todos como es el aborto. Y como ocurriera también en su momento con la obra de Mungiu, Toto y sus hermanas también se ha revelado como una obra imprescindible, dura y sorprendente que documenta la vida sin referentes familiares (el padre ausente, la madre en prisión y tíos drogadictos) de tres niños romanís a los que les falta de todo, salvo carácter y vitalidad para sobrevivir al desamor en las cloacas de nuestra sociedad, en un mundo que olvidó hace ya mucho lo que debería ser la inocencia de la infancia y adolescencia.
En una empobrecida barriada de Bucarest, Totonel, al que llaman Toto, un niño romaní de 9 años, trepa una pared con otros amigos para coger unas manzanas, un momento de travesura que se verá barrido por una realidad muy diferente. Pues a continuación, sus dos hermanas Ana, 17 años, y nuestra conocida Andreea, de 15, limpian a fondo un vetusto apartamento para preparar la vuelta de su madre, encarcelada por tráfico de estupefacientes. Recién ordenado, el apartamento se ve invadido rápidamente por sus tíos heroinómanos, quienes acaban ensuciando todo y drogándose ante la impotente mirada de los niños, de cuya presencia apenas se dan cuenta mientras llenan todo de jeringuillas y papelinas.
A caballo entre el documental y la ficción, Alexander Nanau se sitúa en esta cinta en la esfera del cine directo (como los puñetazos), un tipo de cine documental nacido en la posguerra y que permitían un enfoque totalmente revolucionario y que nos devuelve esa mirada indiscreta y omnipresente a la vez que se inmiscuye en la vida al margen de la sociedad de nuestros tres protagonistas. Así, al ser narrada, su vida adquiere rasgos excepcionales a los ojos de los espectadores, desorientados por una realidad tan conmovedora y cruel, tanto que duele al otro lado de la pantalla.
Planos directos de Ana, Andreea y Totonel en los que aprendemos a conocer tanto su vulnerabilidad como su fuerza, donde el director apenas interviene y la continuidad narrativa solo pertenece al azar de la vida. Y como espectadores tomamos conciencia de la dramática situación y de su determinación para vivir sin familia. entre una sociedad que nos aparece como una fuerza deshumanizada y represiva que margina a los más desfavorecidos y los relega a una miseria sin salida. La desesperación, simbolizada por la droga, es una amenaza constante que vacía a los seres de su sustancia y aleja a unos de otros: los tíos, abandonados, se chutan delante de los niños como vampiros que amenazan con contaminar su sangre. A la fuerza, Ana acaba por caer en el tráfico y la adicción, dejando solos a Andreea y Totonel: "No me importa. Es su vida. Yo también tengo una y hago lo que me da la gana con ella". Y así, Totonel llega tarde a las escuela, porque no duerme bien en una casa invadida de miseria y miserables. Incluso llega a estar solo (con Ana en la cárcel y Andreea buscando otros hogares) y con fría naturalidad explica a un vecino: "¿Ilie? Está en el trullo. Lo han trincado... A las 7 de la mañana estábamos durmiendo. Han roto la puerta y después han entrado a por nosotros".
En este ambiente donde todo es caótico, como sus vidas, como el pasado que se intuye, el presente que se ve y el futuro que se augura, algo de luz aparece en el caos y lo hace (una vez mas) en forma de música y baile, en este caso, en forma de hip hop. También hay educadores y trabajadores sociales con buen intención. Pero se nos antojan solo aparente, pues dos conversaciones en el tramo final dejan más sombras que luces:
- Cuando Andreea le dice a Ana, su hermana mayor, aún enganchada a la droga tras salir de la cárcel y ya conocedora de que es seropositiva: "Todo depende de ti. Cuando saliste del talego, dijiste: "Yo voy a estudiar, yo voy a trabajar". No has hecho nada de eso. Al hospital no quieres ir para que te ingrese o hacer algo".
- Y la declaración de la madre a su hija mayor, tras salir de la cárcel con una condena de casi 7 años por tráfico y consumo de drogas: "Esperaba este momento como el aire que respiro, ¿sabes? Ir a mi casa, coger a mis hijos, estar tranquila en mi casa con mis hijos... No he vendido drogas toda mi vida. ¿Por quién me he arriesgado?, ¿por quién me han metido en el trullo? Vivo para vosotros, para nadie más. En esa cárcel hace mucho que me hubiera matado. Dejaba de existir. No vivo para nadie más. Ni para hermanos, ni para hermanas, ni para hombres, para nadie. Y nadie os puede quitar de mi lado".
Y un final en el tren aterrador, con solo dos frases. La que la madre le hace a su hijo: "¿No me tienes cariño, ya no me quieres?". Y la respuesta: "No". Y el fundido en negro... y toda la carga emocional con los créditos finales. Porque nada es gratuito cuando unos hermanos, dejados a su suerte, abandonados por sus padres y por la sociedad, tratan de luchar con todas sus fuerzas por un futuro más radiante. Y lo hacen a través de un inexistente hogar, entre la escuela, el orfanato, la calle y la cárcel. Y al finalizar la proyección buscamos (como los tres hermanos) la luz entre el caos.
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