Hace unos días celebrábamos el 80 cumpleaños Robert Redford, el actor de intensos ojos azules, resplandeciente sonrisa blanca y pelo rubio cuidadosamente revuelto que continúa siendo un sex symbol que enamora a distintas generaciones. Pero Redford tiene un calificativo que le identifica sobre otros actores: el ser el rey del cine independiente, porque, ni más ni menos, fundó en 1981 el festival de Sundance, una de las mecas del cine independiente cuyos premios han servido como trampolín a actuales directores míticos (como Quentin Tarantino, Kevin Smith, Robert Rodriguez o los hermanos Coen) y películas ya míticas (algunas ya en Cine y Pediatría como María llena eres de gracia, Joshua Marston 2004; Pequeña Miss Suhsine, Jonathan Dayton y Valerie Faris 2006; Winter´s Bone, Debra Granik 2010; Bestias del sur salvaje, Benh Zeitlin 2012; entre otras).
Porque fue precisamente la película de 1969 que encumbró a Robert Redford, Dos hombres y un destino (una traducción inventada en nuestro país del original Butch Cassidy and the Sundance Kid), la que dio nombre premonitorio a este festival, ya que tomó el nombre de Sundance Kid, el personaje de Redford, y con ello inició uno de sus proyectos más importantes: crear el Sundance Institute, un centro que impartía cursos de alta calidad para jóvenes cineastas en unos terrenos propiedad del actor. Y de esa hornada, hoy disfrutamos en los albores del verano de una película más de este lugar de buen cine indie: The Kings of Summer, ópera prima de Jordan Vogt-Roberts del año 2013, quien comenzó su carrera produciendo videos de comedia en internet y tras su exitoso corto Successful Alcoholics.
Tres amigos adolescentes de 15 años, Joe (Nick Robinson), Patrick (Gabriel Basso) y el peculiar Biaggio (Moises Arias), acuciados por el comportamiento sobreprotector de sus padres y los conflictos familiares (nada excepcionales, por cierto) deciden escapar de casa y pasar el verano en el bosque, construyendo una casa y viviendo en libertad al margen de la sociedad y del entorno familiar, en un acto de reivindicación por su independencia. Los tres amigos se mudan al extraño habitáculo que han creado con mucho esfuerzo, allí convivirán sobreviviendo como pueden, intentando ser dueños de su propio destino, y lo más importante, libres de sus padres y sus estrictas normas. Y al comenzar esa nueva vida leen este manifiesto: "Bajo pena de perder la amistad, no hablar nunca en esta casa con ningún adulto, ni revelar la ubicación ni identidad de sus moradores, Y, desde hoy en adelante, herviremos nuestro agua, cazaremos la comida, construiremos nuestro cobijo y nos valdremos solos".
Pero pronto, lo que se había convertido en un idílico verano, se transforma en una importante lección de vida en la que aprenden que la familia no es algo de lo que uno pueda huir tan fácilmente, por mucho que uno de ellos afirme: "Me alegro de estar donde no están mis padres". Y esto aunque Joe mantenga una complicada y distante relación con su padre viudo, o aunque Patrick sufra todo lo contrario, a unos padres tan aparentemente enrollados que resultan ridículos y tan cariñosamente sobreprotectores que literalmente le provocan alergia. Porque algo aprenden ellos (y recordamos todos), y es que la familia no es un juego de Monopoly, donde el cariño se puede vender y comprar...
Las películas sobre la adolescencia insatisfecha son un clásico desde que James Dean se calzara su célebre chaqueta roja en Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955). Como buen subgénero, ha dado una enorme cantidad de productos, la gran mayoría de dudosa calidad y algunos para recordar como Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), quizás con cierta semejanza a nuestra The Kings of Summer. Porque con esta película Jordan Vogt-Roberts ha sabido captar los altibajos de una época de la vida tan compleja y llena de contradicciones, aportando frescura, luminosidad y alegría que contagia al espectador. A ello ayuda la buena interpretación de sus tres jóvenes protagonistas, quienes nos transmiten toda la gama de emociones que trae la adolescencia, de la rebeldía al arrepentimiento, del entusiasmo del primer amor al dolor del desengaño, de la amistad a la amargura y la reconciliación, y todas de una manera bastante auténtica. Baste recordar un personaje y una escena: el personaje de Baggio, este chico hispano de lo más peculiar, con unos rasgos de personalidad que bien merecen una valoración psiquiátrica; y la escena paralela de Joe y su padre, cuando ambos rememoran en soledad cómo han podido destrozar su hogar, el real y el ficticio.
El guión y los actores proporcionan el envoltorio perfecto a una historia y unos personajes que, aunque hemos visto mil veces, pueden seguir emocionandonos en un tiempo en que los días de verano eran eternos y podíamos creer que todo era posible. Porque los hijos son los reyes del verano... y de todas las estaciones. Y no es fácil ser buenos padres, al menos para la interpretación de nuestros hijos adolescentes.
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