Hoy regresa a este punto de encuentro el director por antonomasia de Cine y Pediatría. Y, no solo por ser amigo y prologuista del cuarto libro de Cine y Pediatría, sino por su propia trayectoria en el largometraje: de sus nueve obras, cinco forman parte de nuestra familia, pues sus película están impregnadas de infancia, adolescencia y familia, de emociones y reflexiones sobre el arte de crecer como personas y en el empeño llegar a ser adultos generosos y vitales. Hablamos del navarro Montxo Armendáriz y su caso es solo comparable al del japonés Hirozaku Kore-eda, ambos poetas en el arte del cine y de la pediatría. Y en ambos casos, ellos siempre son directores y guionistas de sus propias historias.
No lo tenía fácil Montxo Armendáriz tras su extraordinario debut con Tasio (1984), la sencilla historia de una vida, una hermosa reflexión sobre el paso del tiempo, sobre el apego a la tierra, a las raíces, sobre la vida rural, sobre la desnudez de los sentimientos del ser humano, desde una sensibilidad natural y naturalista, tan sencilla como bella. Pero no defraudó con su segunda película, 27 horas (1986), película producida por Elías Querejeta, una crónica desolada sobre la juventud vasca de los ochenta. De hecho es la película vasca más taquillera de la segunda mitad de los ochenta y logró la Concha de Plata del Festival de San Sebastián. Luego vendrían Historias del Kronen (1994), la rebeldía y ansias de libertad de la generación X española, Secretos del corazón (1997), aquellos maravillosos secretos de familia en la mirada de un niño y No tengas miedo (2001), una inteligencia denuncia sobre el abuso sexual infantil.
Y lo que en Tasio fue una historia rural, aquí en 27 horas es una historia urbana. Y todo comienza con un largo travelling desde el mar a la Bahía de la Concha (entre el monte Igueldo y el monte Urgull, con la isla Santa Clara en el medio), a la Playa de la Concha y al Paseo de la Concha con su famosa barandilla blanca, y allí la cámara se dirige a un reloj en una columna del paseo que marca las 7 de la madrugada. En ese momento suena el despertador de un joven e intuimos que algo va a pasar en la vida de Jon (Martxelo Rubio) en las próximas 27 horas.
Un inicio que es toda una entrada triunfal para pasearnos por la vida de Jon y por la vida de San Sebastián húmeda y permanentemente gris durante 27 horas, una ciudad tan gris como las expectativas vitales de los protagonistas. Jon deambula por la ciudad (por la lonja, el mercado, la zona portuaria de mercancías, los bares, la casa de su amiga, el acuario, un paseo en barca hasta la isla Santa Clara, el hospital) sin rumbo, sin llegar a ninguna parte. Porque a medida que pasan esas 27 horas, cada vez intuimos una menor salida para Jon. Porque la adicción a la heroína arruina toda posibilidad de amor entre él y Maite (una jovencísima Maribel Verdú en su debut en el cine y en una de las experiencias más fuertes que le ha tocado vivir), porque la búsqueda de una ocupación laboral se topa siempre con la explotación y con el drama del paro. Y en este entorno conviven Jon, Maite y Patxi (Jon Donosti), tres jóvenes donostiarras que pasan 27 horas dando vueltas sin sentido por su ciudad, divirtiéndose y aburriéndose, buscando droga y sentido a su vida, intentando estudiar o trabajar con dignidad. Jon huyó de su hogar y vive con un tío (y éste le dice, como una premonición: "¿Sabes cuántos años tengo? 62. Tú no vas a llegar"). Maite tampoco tiene el apoyo familiar, y busca el cariño entre Jon y Rafa, un camello (un jovencísimo Antonio Bandera). Y Patxi, el único no enganchado, intenta reconducirles para abandonar la adicción, y cuando oye que un amigo se ha quedado ciego por esta causa le comenta a Jon, al pedirle que cierre los ojos: "¿Te imaginas siempre así?".
Porque en la España de los 80 los jóvenes de nuestras ciudades convivieron con el infierno blanco del tráfico de heroína y aunque subyace como un leitmotiv en estas 27 horas de nuestros protagonistas, la historia es mucho más. Es la escasa luz a donde desembocan muchos jóvenes en nuestras ciudades contemporáneas, donde subyace un estado de malestar y de guerra latente, sin futuro laboral. Algunos sitúan a esta película a la altura de El Pico (Eloy de la Iglesia, 1983) como una de las mejores obras del cine español sobre la drogadicción y el hastío vital de los jóvenes.
Y cuando amanece al día siguiente, el tío pregunta a Jon: "¿Y tú dónde vas tan pronto?". Y regresa a la isla en busca del bolso perdido de Maite, lleno de papelinas. Y en el regreso de la isla, el sueño eterno. Y entonces suenan las campanas de las 10 de la mañana. Han pasado 27 horas. Y con la cuenta atrás, la historia refleja la crónica más negra de la juventud de los años 80, con la heroína y la desesperación como temas centrales.
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