Hace tan solo una semana clausurábamos la Jornada Científica de la SPARS (Sociedad de Pediatría de Aragón, La Rioja y Soria) con una peculiar conferencia: "Películas que todo pediatra debiera ver. Sumar en conciencia y humanización con el séptimo arte". Y sin solución de continuidad hoy hacemos homenaje a uno de los directores aragonés más emblemáticos (con permiso de Luis Buñuel): Carlos Saura.
Siete décadas de (buen) cine dan para mucho en su extensa biografía. Despuntó con una película mítica, La caza (1965), momento en el que comienza su fructífera relación con el productor Elías Querejeta y nos deja obras como Peppermint frappé (1967), Stress, es tres, tres (1968), La madriguera (1969), El jardín de las delicias (1970) y Ana y los lobos (1972). Y el mito Saura se consolida en Cannes con dos obras, La prima Angélica (1973) y Cría cuervos (1975), y con otras grandes películas como Elisa, vida mía (1977) y Mamá cumple cien años (1979). Tras abandonar su colaboración con Querejeta, comienzan nuevos derroteros entre ellos su trilogía musical con Antonio Gades (Bodas de sangre -1981-, Carmen -1983- y El amor brujo -1986-) y un sinfín de obras mayores como El Dorado (1988), ¡Ay, Carmela! (1990), Flamenco (1995), Goya en Burdeos (1999), Buñuel y la mesa del rey Salomón (2001), etc.
Pero antes de este despliegue de virtudes en el séptimo arte, todo comenzó con un corto, un documental y una ópera prima en el largometraje. El cortometraje fue La tarde del domingo (1957), el documental premiado en el Festival de San Sebastián, fue Cuenca (1958 y su primer largo, que es la película que nos convoca hoy, fue Los golfos (1959). Y es que la ópera prima de Carlos Saura, es una película fundamental, seca y dura, que marcaría un antes y un después en el retrato de los jóvenes en nuestro cine. Una película que representó a España en el Festival de Cine de Cannes y en otros festivales internacionales, pero que, por problemas con la censura franquista, no se estrenó en España hasta tres años después de su rodaje.
La película nace con una clara voluntad de realismo y ya desde la primera escena de la película, donde aparece un rótulo que dice que: "Esta película ha sido rodada íntegramente en escenarios naturales". Este afán de realismo, llevó a Carlos Saura a rodar no solo en escenarios naturales sino también con actores que no eran profesionales o con escasa trayectoria. Es decir, no solo quería una novedad en la historia, sino contarla también de otra forma diferente, con un neorrealismo sin redención posible (a diferencia de Día tras día de Antonio del Amo, 1951), pues estos chicos "golfos" al final, por mucho que sueñen con un ascenso social, no lo van a conseguir. Y con ello, esta delincuencia juvenil que se nos presenta actúa como precedente del posterior cine quinqui de la década de los 70 y 80 en nuestro país.
Se dice que, de todas las cinematografías occidentales, la española es la que ha establecido unas relaciones más fructíferas entre cine y literatura. Y de todas las generaciones o movimientos la que se conoce como "la generación literaria del medio siglo", la del realismo social o neorrealista, formada, entre otros, por Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, y en un tono menos conocido Daniel Sueiro (coguionista, junto con Mario Camus, de Los golfos). Porque Los golfos, según declaraciones del mismo Carlos Saura, posee influencias de "La busca" de Pio Baroja (1904) y un explicito homenaje al "El Jarama" de Rafael Sánchez Ferlosio (1955).
Los golfos narra las andanzas de una pandilla de desarraigados que viven en los arrabales de Madrid (en la actual Avenida de Aroca) y que se acercan al centro urbano para delinquir (en el mercado de abastos, en el estadio de fútbol del Real Madrid, en los garajes de coches, en la corrida de toros, en una fiesta, en un ascensor...) o para disfrutar de ocio (ese baile en los bajos del cine Salamanca). El primer robo a una invidente en un puesto de Lotería ya nos pone en el camino del mal camino de estos protagonistas. Y a continuación suena una guitarra española rasgada y una plaza donde los amigos ven torear una vaquilla.
Los golfos, con el trasfondo del mundo taurino, traslada al espectador una cierta épica de la marginalidad. Y todos los amigos intentan obtener el dinero (de malas formas) para ayudar a Juan a conseguir su alternativa en la plaza de toros... y todo ello narrado en un blanco y negro donde se combinan los sueños por el triunfo en la tauromaquia y la realidad de los suburbios de una ciudad en expansión de los años 60, una capital en los límites del desarrollismo capitalista español que iba a dar un salto cualitativo poco después. Y todo ello con sones de guitarra española de fondo y con la tragedia que se palpa. Y en la escena final, con la muerte del toro, es como si estos amigos, estos "golfos", también muriesen.
Porque con ello Los golfos se convierte en la amarga fotografía de jóvenes vencidos y sin futuro. Una película más amarga que la que el mismo año nos dejó Marco Ferreri con el título de Los chicos, también una historia sin resolución de adolescentes de los años cincuenta en Madrid, una película sin tercer acto, una obra aparentemente menor de Ferreri, pero que también nos lanzó una propuesta radical y completamente nueva en el cine español. Porque si hace un tiempo hablamos en Cine y Pediatría de de Los chicos, hoy lo hacemos de Los golfos, dos películas en blanco y negro, pero llenas de matices y de colores.
Se dice que, de todas las cinematografías occidentales, la española es la que ha establecido unas relaciones más fructíferas entre cine y literatura. Y de todas las generaciones o movimientos la que se conoce como "la generación literaria del medio siglo", la del realismo social o neorrealista, formada, entre otros, por Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, y en un tono menos conocido Daniel Sueiro (coguionista, junto con Mario Camus, de Los golfos). Porque Los golfos, según declaraciones del mismo Carlos Saura, posee influencias de "La busca" de Pio Baroja (1904) y un explicito homenaje al "El Jarama" de Rafael Sánchez Ferlosio (1955).
Los golfos narra las andanzas de una pandilla de desarraigados que viven en los arrabales de Madrid (en la actual Avenida de Aroca) y que se acercan al centro urbano para delinquir (en el mercado de abastos, en el estadio de fútbol del Real Madrid, en los garajes de coches, en la corrida de toros, en una fiesta, en un ascensor...) o para disfrutar de ocio (ese baile en los bajos del cine Salamanca). El primer robo a una invidente en un puesto de Lotería ya nos pone en el camino del mal camino de estos protagonistas. Y a continuación suena una guitarra española rasgada y una plaza donde los amigos ven torear una vaquilla.
Los golfos, con el trasfondo del mundo taurino, traslada al espectador una cierta épica de la marginalidad. Y todos los amigos intentan obtener el dinero (de malas formas) para ayudar a Juan a conseguir su alternativa en la plaza de toros... y todo ello narrado en un blanco y negro donde se combinan los sueños por el triunfo en la tauromaquia y la realidad de los suburbios de una ciudad en expansión de los años 60, una capital en los límites del desarrollismo capitalista español que iba a dar un salto cualitativo poco después. Y todo ello con sones de guitarra española de fondo y con la tragedia que se palpa. Y en la escena final, con la muerte del toro, es como si estos amigos, estos "golfos", también muriesen.
Porque con ello Los golfos se convierte en la amarga fotografía de jóvenes vencidos y sin futuro. Una película más amarga que la que el mismo año nos dejó Marco Ferreri con el título de Los chicos, también una historia sin resolución de adolescentes de los años cincuenta en Madrid, una película sin tercer acto, una obra aparentemente menor de Ferreri, pero que también nos lanzó una propuesta radical y completamente nueva en el cine español. Porque si hace un tiempo hablamos en Cine y Pediatría de de Los chicos, hoy lo hacemos de Los golfos, dos películas en blanco y negro, pero llenas de matices y de colores.
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