Internet y las redes sociales forman ya parte de nuestras vidas, lo queramos o no. Y también la vida de la infancia y adolescencia, aquellos que son nuestros hijos, alumnos o pacientes pediátricos. Ellos son "nativos digitales", porque han nacido y crecido prácticamente coincidiendo con la eclosión del fenómeno de internet y la eclosión de las redes.
Internet forma parte de nuestras vidas y sus aspectos positivos son, con mucho, superiores a los negativos. Sin embargo, padres y educadores hemos de educar a nuestros niños y adolescentes a hacer un uso adecuado de internet, en general, y de las redes sociales, en particular. Porque la hiperconectividad es un hecho y, al menos, genera cuatro grandes problemas en la infancia: obesidad infanto-juvenil, trastornos físicos (molestias visuales, molestias auditivas. lesiones musculo esqueléticas, cefaleas, etc), adicción infantil y riesgos al contacto externo (con una trilogía temerosa: cyberbulling, grooming y sexting).
Esta última trilogía es el "lobo feroz" desde la red, dispuesto a engañar a esa infancia que ya comienza a pensar que el mundo real es el que muestra una pantalla de teléfono móvil, una tablet o un ordenador. Una trilogía que se conocen más por su anglicismo y que conviene definir:
- Cyberbullying (o ciberacoso, acoso virtual o acoso cibernético): es el uso de información electrónica y medios de comunicación que afectan de manera crítica (correo electrónico, redes sociales, blogs, mensajería instantánea, mensajes de texto, teléfonos móviles, y sitios web difamatorios) para acosar a un individuo mediante ataques personales u otros medios.
- Sexting (o sexteo): consiste en el envío de contenidos de tipo sexual (principalmente fotografías y/o vídeos) producidos generalmente por el propio remitente a otras personas por medio de teléfonos móviles.
- Grooming (o acicalar): serie de conductas y acciones deliberadamente emprendidas por un adulto con el objetivo de ganarse la amistad de un menor de edad, creando una conexión emocional con el mismo, con el fin de disminuir las inhibiciones del niño y poder abusar sexualmente de él. En algunos casos, se puede buscar la introducción del menor al mundo de la prostitución infantil o la producción de material pornográfico.
En Cine y Pediatría el tema de internet ha sido tratado desde varios puntos de vistas: planteamos las luces y las sombras del nacimiento de Facebook en La red social (David Fincher, 2010), observamos la vida de la nueva sociedad alrededor de internet y las nuevas tecnologías en Hombres, mujeres y niños (Jason Reitman, 2014), contemplamos con horror el grooming que acecha a nuestras Caperucita del siglo XXI en Hard Candy (David Slade, 2005), o revivimos el acoso y soledad que provoca el cybebulling en Después de Lucía (Michel Franco, 2012).
Y hoy regresamos con este tema, tan incómodo como necesario. Hoy hablamos de la película Trust, que en España se ha traducido como Puedes confiar en mí y en Hispanoamérica como Pérdida de la inocencia. Y ambos títulos nos orientan al argumento. Una película dirigida en el año 2010 por David Schwimmer, toda una sorpresa porque asociamos ese nombre al actor de comedia que interpretó durante muchos años a Ross Geller en la serie Friends. Pero la sorpresa no es tal, cuando nos informamos que ya es miembro de la junta directiva del Centro de apoyo, asistencia y tratamiento a las víctimas de violaciones en Estados Unidos.
Puedes confiar en mí es una película que toca uno de los temas más duros que se puedan ver, como es el de la pedofilia y el de los depredadores sexuales en la red. Una película con dos partes diferenciadas: la primera nos presenta a los protagonistas hasta que culmina el encuentro con el pedófilo; la segunda, las terribles consecuencias personales, familiares y en el entorno social. Una película que duele porque nos podría pasar a cualquiera.
Y lo hace a través de la historia de Annie (Liana Liberato), una adolescente que acaba de cumplir los 14 años y que, a través de un chat, empieza a tener contacto con un chico de 16 años que se hace llamar Charlie (Chris Henry Coffey). Una amistad virtual que va cimentando, a pesar de que Charlie le va confesando que su edad real son 20 años, primero, y luego 25. Pero la habilidad del sujeto engatusa a nuestra protagonista, y consigue culminar en un encuentro, momento en el que ella se percata que su edad es superior a los 35 años.
Resulta inquietante ver las tácticas usadas por el pedófilo para ganarse poco a poco la confianza de la joven, de igual manera que es complejo intentar entender el punto de vista de Annie, el por qué sigue adelante a pesar de las sospechas que pueda llegar a tener, y como sufre una especie de "síndrome de Estocolmo" ante el agresor y violador, sin entender por qué su familia y la sociedad se pone en guardia cuando se ha acostado con ese individuo. Porque a partir de ese momento la vida familiar se vuelve un caos, con dos padres (Clive Owen y Catherine Keener) abatidos y desorientados, pues Annie sigue confiando en que su agresor la amaba, mientras su padre se obsesiona con la venganza. La tensión padre e hija aumenta, con frases como: "Lárgate de mi habitación papá" o "Mi vida está arruinada... Yo fui violada no tú". Pero además, cuando se les informa por el FBI del alcance real de la pederastia en su entorno, aprecian una parte de la realidad demasiado oscura.
Es en el momento que Annie es informada que el tal Charlie ya había mantenido relaciones sexuales con otras adolescentes (y que ella no era su única víctima) y cuando ve que han colgado en internet su foto, dirección y número como si fuera una prostituta, es cuando sufre un ataque de pánico e intenta suicidarse. Es el terrible efecto de ese lobo feroz que nos acecha en la red, en su caso en forma de grooming y sexting.
Pero lo peor está en los títulos de crédito: cuando se nos revela por un vídeo casero que Charlie en realidad se llama Graham Weston, es un profesor de física en un instituto, está casado y tiene un hijo pequeño. Es decir, es un ciudadano aparentemente normal y puede vivir a nuestro lado. Y nos puede pasar a cualquiera con nuestros hijos. Y ese mensaje lo amasamos mientras suena la última canción de Nathan Larson, afamado compositor de muchas bandas de películas.
Está claro que esta película no es una obra maestra del séptimo arte. Pero si es una película aconsejable para prescribir su visionado en institutos, alertando de los peligros que encierran las redes sociales hoy en día entre los más jóvenes, jugando con falsas identidades, avatares que pueden ser una de los mejores camuflajes para los depredadores sexuales que pululan por internet. Verdaderos "lobos feroces" que acechan a nuestras jóvenes "caperucitas" con mensajes de "puedes confiar en mí".
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