sábado, 8 de abril de 2017

Cine y Pediatría (378). "Pan negro", más negro que el alma


Hace dos semanas hablamos en Cine y Pediatría de una película de culto del cine español: Mater amatísima (José Antonio Salgot, 1980). Y hoy nos convoca un director español de culto: Augustí Villaronga. Un director con un trabajo inconstante largamente dilatado en el tiempo (9 obras en un período de 25 años), lo convierte en una rara avis dentro del panorama español. Quizás por eso mismo nos parece que está injustamente poco reconocido, frente otras voces singulares. Ya es hora de remarcar que atesora en su trayectoria algunas de las películas más arriesgadas y perturbadoras que existen en el cine contemporáneo escrito con ñ y con una característica en su particular visión de la infancia: para Villaronga la infancia siempre es violada, literal o metafóricamente. La pérdida de la inocencia, motor común de muchos de su películas, siempre es una acción agresiva y desgarradora, a lo que se suman los traumas, habitualmente asociados a una homosexualidad patológica y fruto de la no asunción de la identidad sexual, y que derivan hacia una deformación demente que convierte casi en enfermos a aquellos personajes que sufren su diferencia con fulgurante desgarro. Valgan como ejemplos, la pederastia en Tras el cristal (1985) o el sufrimiento como martirio religioso en El mar (2000). Pero hoy nos convoca otra de sus películas que también nos habla de la pérdida de le inocencia, pero cuando los niños son las víctimas involuntarias que desatan las bajezas morales de una sociedad civil todavía impregnada de la brutalidad y la sinrazón de la guerra: hablamos de Pan negro (2010). 

Una película en la que Agustí Villaronga adapta dos novelas de Emili Teixidor, una del año 1988, "Retrat d´un assassí d´ocells, y otra del año 2003, "‘Pa negre". Y que nos transporta hasta la mitad de los años cuarenta para mostrarnos los últimos años de la infancia de Andréu, un hijo de payeses cuyos padres hacen un enorme esfuerzo para que pueda continuar sus estudios en unos años de mucha pobreza y convulsión política. Una película que sigue indagando en la podredumbre moral, cuando la guerra y la postguerra hacen que el alma humana supure y emane un sopor putrefacto que pervierte el ambiente, un ambiente que ahoga a quienes lo sufren y que afecta - y de qué manera - a la infancia a la que roza. 

Pan negro es una de las películas más premiadas del siglo XXI en España: gran triunfadora de los Goya de su año (con 14 nominaciones, de las que logró 9, entre ellas Mejor película y Mejor director) y gran triunfadora de los Premios Gaudí (con 15 nominaciones, de los que logró 13 premios). Y todo ello para una película ambientada en los años de la postguerra y con algunos toques de cine fantástico, para hablarnos de las consecuencias de la guerra sobre la población civil y todo ello a través de los ojos de un niño de 11 años, Andreu quien intentará no repetir ese tipo de vida que le parece un desastre. 

Pan negro es fiel a las constantes del director en la creación de ambientes sofocantes y opresivos, con imágenes y escenas de una contundencia abrasadora, llevando al espectador a los límites de lo soportable. Y baste como ejemplo la muy impactante secuencia con la que empieza la película. Un principio que duele por lo que se ve, pero también un final que duele por lo que se intuye. Pero también duele toda la película, pues hay muchas escenas crudas en el fondo y en la forma: y pensamos en esa escena en la que Andreu se venga de su padre al matar los pájaros que él tanto cuidaba. 

Pan negro nos muestra los últimos años de la infancia de Andreu (Francesc Colomer), un niño que vive en el bando de los perdedores los duros años de la postguerra en la Cataluña rural y cuya trama se teje tras encontrar en el bosque los cadáveres de un hombre y su hijo. Alrededor de su vida nos encontramos a una sacrificada madre (Nora Navas), a un padre inculpado (Roger Casamajor), a un maestro facha (Eduard Fernández), a un alcalde falangista (Sergi López, en un papel versión soft de su personaje en El laberinto del fauno) y a su prima Núria (Marina Comas), una chica de su edad mutilada de una mano mientras jugaba con una granada. Aunque con algunos estereotipos, la película es narrada con sobriedad a través de excelentes interpretaciones, y en la que un asesinato y los secretos, no del corazón sino de la sinrazón, vienen a desatar los rencores entre los proclives al bando republicano o al franquista. Y el odio de los adultos incluso se traslada al odio que se demuestran los niños con sus insultos. 

Entre Andreu y Núria se establece una peculiar amistad en la que surgen una serie de confesiones, y ella le dice cosas así de trascendentes: "Vuelas demasiado bajo Andreu. Vuelas tan bajo que parece que solo camines. Vuela alto y no te dejes atrapar por nadie" o "Los mayores lo esconden todo con mentiras". Aunque no siempre la relación se mantiene por los mejores cauces, como cuando Andreu le grita: "Tú eres una marrana, lisiada, mano podrida...".  A la muerte de su padre le dicen aquello de "Tendrás que llevar luto un año. Tu madre durante toda la vida". Y al final, tras tantas mentiras de los adultos, Andreu lo tiene claro: "No quiero ser como vosotros"

Y ese rencor que Andreu crea a la mentira de los adultos nos lleva a un final tan doloroso como la misma película. La madre le va a visitar al internado donde está estudiando y le dice "Yo ya he perdonado a mi padre. Quizás tú también le debieras perdonar". Y mientras se aleja la madre, borrada detrás del cristal con el aliento del niño, un compañero le pregunta quién era esa mujer y el hijo dice "Nadie, una mujer del pueblo que me ha traído un paquete". Un portazo a la entrada de la clase y el fundido en negro final, más negro que el pan del título... El aliento y el portazo hacen desaparecer los recuerdos de la madre y con ello borrar el pasado. Lo dicho: un principio y un final que duelen, que duelen en la memoria (la histórica y la presente). 

Porque la infancia es la época del descubrimiento, de albergar todavía la posibilidad de creer. Y cuando aparece la guerra, antes, durante y después, todo cambia. Y de ello trata Pan negro, un difícil cruce entre El viaje de Carol (Inmanol Uribe, 2002), La cinta blanca (Michael Haneke, 2009) y Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997). Pero allí donde Montxo Armendáriz puso poesía para desvelar esos secretos, aquí es donde Agustí Villaronga pone la prosa. Porque nos acerca a la miseria moral, sin distinciones de bando y como complejo tratado sobre la formación de monstruos. Los monstruos que una guerra crea en la infancia. 

Terminamos con una buena anécdota que ya comentamos en su día en Cine y Pediatría: porque Francesc Colomer y Marina Comas fueron los últimos niños en recibir un Premio Goya, algo que aplaudimos en su momento. Porque la Junta Directiva de la Academia de Cine adoptó en el año 2011 por unanimidad la medida de excluir a los menores de 16 años de la carrera por los premios Goya, tal como comunicó su presidente, Enrique González Macho: "Se ha hecho algo que es esencial, que es proteger al menor. Cuando un niño gana un Goya le puede afectar profundamente en su desarrollo posterior". También recordó el "poder mediático" que tienen los galardones y las "presiones y obligaciones" que ganarlos supone para los menores. En cuanto a las carreras de actores infantiles, el presidente de la Academia considera que todas las decisiones deben ser tomadas por los padres o por los propios menores, llegada la edad en que tengan capacidad de juicio. Y estoy de acuerdo...

 

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