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sábado, 12 de agosto de 2017

Cine y Pediatría (396). "Fanny y Alexander", la importancia del hogar para crecer en la infancia


Hoy celebramos en la familia un primer aniversario muy especial. Y es un buen momento para conmemorarlo en Cine y Pediatría con una película muy especial sobre la familia, un clásico imprescindible cuyo director la definió como "la suma total de mi vida como cineasta"

Este cineasta nació hace casi un siglo (en 1918) en la ciudad universitaria de Upsala, hijo de un pobre pastor luterano y de una burguesa de familia acaudalada, recibió una educación muy severa, que trató de combatir con el poder de la imaginación. Desde su primera película, Crisis (1945), hasta la última, Saraband (2003), desarrolló una prolífica obra creativa en la que, lejos de plegarse a los intereses comerciales, no ha dejado de profundizar en sus obsesiones personales, lo que le ha convertido en paradigma del autor cinematográfico, un cine de violencia psicológica y dialéctica directa y cruel, aunque tampoco debe descuidarse su fecunda carrera como director teatral, que culminó con la dirección del Real Teatro Dramático de Estocolmo en dos ocasiones (1963-66 y 1985-95). Entre sus muchas películas, todas reconocibles (por lo general, se sirvió del mismo equipo técnico y de los mismos actores) podrían destacarse seguramente más de una docena de obras maestras: Un verano con Mónica (1953), Fresas salvajes (1957), El séptimo sello (1957), El manantial de la doncella (1960), A través del espejo (1961), Los comulgantes (1963), El silencio (1963), Persona (1966), La vergüenza (1968), Gritos y susurros (1972) o Sonata de otoño (1978). Pero faltaría una, la que hoy nos convoca, su testamento fílmico y donde reflejó parte de su vida y vivencias, el remanente visual más ideológico de un director que en realidad, nunca dejó de visionar al arte como un “Alexander”. 

Está claro que el director es Ingmar Bergman y la película, Fanny y Alexander (1982). En sus películas el director sueco plasmó magníficamente la angustia de vivir y el temor de la muerte, los sentimientos de culpa y de inseguridad, el silencio de Dios, la dificultad de las relaciones humanas y el papel del arte y del artista en la sociedad. Y en esta película nos muestra su mundo a través de los ojos de dos hermanos, pero especialmente del rebelde Alexander, a quienes acompañamos en los dos hogares y familias donde deben criarse, la mansión Ekdhal, la de su padre, o la casa del obispo, la de su padrastro. 

Comienza esta película de 312 minutos (concebida originalmente como una película de 4 partes para televisión) con el cartel "No solo por placer" en un teatro de marionetas. Y el niño Alexander recorre la casa mientras llama a todos los familiares. La elegante mansión Ekdahl se prepara para celebrar la Navidad. Y la abuela revisa que todo esté listo en la casa a través de las numerosas mujeres del servicio. Mucha nieve en la Navidad de 1907 en Upsala, epicentro eclesiástico de Suecia. "Ahí viene mi familia" dice la abuela Helena (Gunn Wållgren) mientras ve avanzar entre la nieve a los invitados a la cena, donde acuden las familias de sus tres hijos: Oscar (Allan Edwall), director del teatro de la familia; Gustav Adolf (Jarl Kulle), propietario de un restaurante, simpático marido infiel consentido y lujurioso de vocación con cualquier joven criada de servicio; y Carl (Börje Ahlstedt), un catedrático agobiado por las deudas. Fanny (Pernilla Allwin) y Alexander (Bertil Guve, inconmensurable), con 8 y 10 años, son los hijos de Oscar y la bella y joven actriz Emelie (Ewa Fröling, de inolvidable belleza). Oscar fallece mientras ensayaba al fantasma del padre de Hamlet y hace virar la historia. 

Y todo cambia cuando la madre informa a sus hijos de que el obispo protestante Edvard Vergérus (Jan Malmsjö) le ha pedido la mano y las palabras del clero: "Arrodillémonos y unámonos en una sincera oración. Quiera Dios en su misericordia cuidar a nuestra pequeña familia, bendecirnos y alejarnos del mal todos los días de nuestra vida. Dios, dame también, dame fuerzas para apoyar a esta joven y sola mujer". Y antes de cambiar de la lujosa mansión Ekdahl a la casa del obispo, éste le dije a su futura mujer: "Tengo un deseo. Uno solo, pero es importante. Puedes cambiar de opinión, si piensas que es imposible... Quiero que vengas a casa sin posesiones... Quiero que abandones tu casa, tu ropa, joyas, muebles, tus objetos de valor, tus amigos, hábitos y pensamientos. Quiero que abandones tu vida anterior por completo... Quiero que vengas a tu nueva vida como recién nacida". Pero esa petición a la esposa incluía a sus hijos y su vida anterior. 

Fanny y Alexander pasan de vivir en la luz, el color y alegría de la mansión Ekdahl a la oscuridad, la sombra y la tristeza de la casa del obispo, un personaje con la recurrente doble moral de los personajes de Bergman. Pasan de un ambiente familiar liberal e intelectual, con el cariño de su gente de teatro muy imaginativa y democrática, a una verdadera mazmorra para su infancia donde la madre también se acabará sintiendo acorralada en esa familia calvinista. En la primera noche en el nuevo hogar ya los niños le expresan a su madre la misma sensación que tiene el espectador: "Creo que tenemos un padrastro terrible. Y la hermana está loca. Y aquella montaña de grasa a la que dan de comer. No quiero vivir aquí". Y la madre le responde a Alexander: "No interpretes a Hamlet, hijo mío. No soy la reina Gertrude, tu amable padrastro no es el rey de Dinamarca, y este no es el castillo de Elsinore, aunque parezca sombrío"

A partir de entonces aparece el clímax de esta obra con el tour de force entre el obispo y Alexander y que se condensa en esta afirmación del obispo: "Te diré algo que puede sorprenderte. Yo no te odio. Yo te amo. Pero el amor que siento por ti, tu madre y tu hermana no es ciego ni débil. Es fuerte y áspero, Alexander. ¿Eschuchas lo que te digo?". Toda una apología de los malos tratos cuando el obispo le muestra los posibles castigos y le dice "El castigo es para enseñarte a amar la verdad". Y lo más terrible, después de la cruel escena de los azotes: "¿Ahora entiendes que te he castigado por amor?"

Tras las dos partes principales y extensas de la película, en cada una de los dos hogares referidos, todo cambia cuando interviene al marchante de arte y prestamista judío y amigo de la familia, Isak Jacobi (Erland Josephson). La película da un vuelco, donde el fuego purifica, el fuego libera, la familia prevalece y Emilie y sus hijos pueden recuperar su vida anterior. 

Y el discurso final del tío Gustav Adolf es toda una declaración de intenciones sobre la vida, en la comida de celebración del nacimiento de los hijos gemelos de Emelie: "Mi sabiduría es simple. Habrá quien la desprecie, pero me importa muy poco... De aquí en adelante los Ekdahl no saldremos al mundo a ver cómo están las cosas. Ni pensarlo. No estamos preparados para semejantes excursiones. Ignoraremos las cosas grandes. Viviremos en nuestro pequeño mundo. Nos contentaremos con eso y lo cultivaremos y lo haremos mejor. Y, aunque repentinamente llegué la muerte, se abra un abismo, aúlle la tormenta y el desastre se cierna sobre nosotros. Todas esas cosas las sabemos. Pero no pensemos en cosas tan desagradables. Lo Ekdahl amamos nuestras ilusiones. Quitad a un hombre sus ilusiones y se volverá loco y se azotará. Debemos comprender a las personas para poderlas amar y no criticarlas. Debemos comprender el mundo, la realidad y, con plena conciencia, criticar su absurda monotonía. No os entristezcáis, estimados artistas. Actores y actrices, sois quienes debéis darnos esos escalofríso sobrenaturales. O mejor aún, nuestras más profundas emociones. El mundo es una cueva de ladrones y la noche está cayendo. El mal rompe sus cadenas y corre por el mundo como un perro rabioso. El veneno nos afecta a todos, a los Ekdahl y a todos los demás. Nadie escapa. Ni Helena Viktoria, ni la pequeña Aurora. Así son las cosas. Mejor seamos felices mientras podamos. Seamos amables, generosos, cariñosos y buenos. Es necesario, no es ninguna vergüenza tener placer en este pequeño mundo. Buena comida, sonrisas gentiles, árboles en flor, valses. Mis queridos amigos, ya hace un rato que hablo y lo podéis interpretar a vuestro gusto. Las divagaciones sentimentales de un restaurador sin educación o el penoso chocheo de un viejo. No me importa... Sostengo a una pequeña emperatriz en mis brazos. Se puede tocar, pero no tiene medida. Un día, ella probará que todo lo que dije está equivocado. Un día, ella no solo gobernará el pequeño mundo, sino todo. Todo". 

Y durante toda la historia Alexander ha sido perseguido por los fantasmas de su carga familiar (como nos ocurre a todos, de forma consciente o no): primero por su padre Oscar, vestido de blanco; al final por su padrastro, vestido de negro,... Y la película termina con un homenaje, cuando Emelie despierta de nuevo la afición por al teatro de Helena Ekdahl con un ejemplar recién publicado de "Un Sueño" de August Strindberg, cuyo teatro tuvo tanta influencia en la obra de Bergman. Y la lectura que hace su abuela, mientras Alexander se acuesta en su regazo: "La mentira y la realidad son una. Todo puede acontecer. Todo es sueño y verdad. El tiempo y el espacio no existen. Y sobre la frágil base de la realidad, la imaginación teje su tela y diseña nuevas formas, nuevos destinos". Y final con fundido en negro y en rojo. 

Con Fanny y Alexander logró recrear Bergman de forma excepcional la atmósfera de su infancia, mitad vivida, mitad imaginada, y revisitar la mayoría de las obsesiones desperdigadas por su cine. Con una esplendorosa puesta en escena y su proverbial y magnífica dirección de actores, Bergman nos brindó una maravillosa galería de personajes y una historia desconcertante en la que, como en los clásicos cuentos de hadas, se opone lo mejor y lo peor de la infancia: la fascinación por la vida que empieza a descubrirse y los terrores de las pesadillas. Y, en medio de todo, el arte y el poder de la imaginación, por medio de los cuales un Alexander-niño o un Bergman-demiurgo se sobreponen a la realidad confundiéndola con la ficción. Con ello la película obtuvo cuatro Premios Oscar, entre ellos Mejor película extranjera, Mejor diseño de vestuario, Mejor dirección de arte y Mejor fotografía, todas merecidas, pero quiero destacar la dirección de actores - soberbios cada cual en su papel - y, especialmente, la mágica fotografía de Sven Nykvist

Y, con ello, perviven en la retina escenas inolvidables. A destacar las muchas escenas familiares alrededor de la comida, con un contraste que va del gris de la comida en la casa del obispo a la luz de la comida final del bautizo de los recién nacidos gemelos, hermanos de Fanny y Alexander. O cuando la familia (incluidas las criadas) escucha sentada en el salón la lectura de la Sagrada Escritura en la fiesta de Navidad. O la estremecedora escena de los gritos desgarradores de la madre ante el féretro del marido, la terrible escena de los azotes, la conmovedora de la madre que abrazada a Alexander en el desván como una Piedad, la abuela Helena revisando las fotos antiguas, o Emilie y el obispo con los camisones blancos en la habitación. Realmente un prodigio de escenas, más cerca de la pintura que de la simple imagen de un cine. 

Estas son las fuerzas antagónicas de la infancia y la familia que luchan en el relato de Bergman, enfocadas a través de numerosos personajes pero centradas en el pequeño Alexander. Un niño que dentro de todo ese teatro de su pequeño mundo, da rienda suelta a su imaginación para mostrarnos lo subjetivo de la realidad, unos acontecimientos traumáticos que recorren el imaginario de Dickens y Shakespeare. Realidad y fantasía se confunden creando imágenes penetrantes, cargadas de emociones y magia. Cuatro momentos clave en el desarrollo de la película (felicidad, tragedia, venganza y esperanza) para hacernos reflexionar sobre la importancia del contexto familiar para crecer en la infancia. 

Y este mensaje - y esta película - va dedicado hoy a María y Diego en su primer aniversario de una vida en común para formar su familia, con el deseo de una familia llena de luz, alegría y compromiso.

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