"Chemsex" es un neologismo formado por las palabras inglesas "Chemical" y "Sex", algo así como Sexo químico. Una práctica sexual de alto riesgo. Se trata de un fenómeno social reconocible y que está siendo analizado ya por las autoridades sanitarias y revistas biomédicas. Existe el temor de que conlleve un repunte del contagio de virus del sida, sobre todo entre los jóvenes y este ya es un asunto mayor de salud pública.
Parece que la alarma por el "Chemsex" surgió donde nacen casi todas las tendencias, en Estados Unidos, y entró en Europa por Gran Bretaña, pero se ha extendido a otros países. Y, cómo no, también ha llegado a España y las asociaciones que viven cada día los nuevos diagnósticos de VIH constatan también su presencia en Barcelona o Madrid, en el Gayxample y en Chueca. La alerta, dice la prensa, se ha activado.
No es ni de lejos la opción de ocio nocturno más común entre la comunidad gay: por ahora es minoritaria.
"Chemsex" se asocia a la noche y a una voluntad de socialización a través del uso recreativo de psicoactivos. El objetivo final es tener sexo lo más placentero y durante tanto tiempo como sea posible, sin control, sin límite. De hecho, por definición no tendría por qué ser un fenómeno circunscrito a la comunidad homosexual, podría implicar también a los heterosexuales. No obstante, sólo se conoce que de momento incida sobre ese colectivo.
¿Cómo son quienes lo practican? Normalmente es gente que sale mucho o vive la noche de forma muy intensa. Los hay de todas las edades, pero podría hablarse sobre todo de homosexuales de 20 a 45 años. Todas las organizaciones que trabajan en este ámbito del sida y las enfermedades venéreas advierten que fenómenos sociales como el "Chemsex" pueden estar calando más ahora que antes, ya que los jóvenes han bajado la guardia ante el contagio del sida. En España no se dispone de datos estadísticos sobre la incidencia del "Chemsex" entre la población general o la homosexual, pero ya es noticia en prensa, radio y televisión. Y ya ha sonado la alarma.
Los participantes en este tipo de sesiones privadas no suelen acudir a la red de atención de drogodependencias, precisamente porque no responden al perfil clásico del toxicómano adicto a la cocaína o la heroína. El hecho de que la práctica del "Chemsex" se haga en el ámbito privado dificulta llegar a más precisiones. Sucede fuera de la vista (y el control) del resto, pero no de forma clandestina, ya que es un asunto que se trata de forma habitual en las redes sociales y se habla del mismo como un gancho en el mundo 2.0.
La fiesta suele empezar bien entrada la noche y después de algunas copas en un bar o en la discoteca. En los pisos o apartamentos donde se celebra no falta ni la música electrónica, a todo trapo, ni por supuesto el alcohol. La herramienta más común para dar publicidad a estos encuentros es Grindr, una aplicación móvil dirigida a la comunidad gay masculina con más de 7 millones de usuarios. El interesado debe tener activada la opción de geolocalización, concretar la cita y recibir el visto bueno del organizador. Sólo se entra por invitación. La madrugada, las ganas de fiesta y la celebración de chill outs hacen el resto. La mefedrona es la droga que reina en el baile. Siendo la anfitriona, no es la única que entra por la puerta: también corre metanfetamina de cristal y GHB (hidroxibutirato)/GBL (butirolactona), conocidas como tina y G. Combinadas de cualquier forma, actúan como potentes desinhibidores y estimuladores sexuales. Facilitan, en definitiva, la práctica de un sexo más extremo, durante más tiempo y con más de una persona.
La prestigiosa revista British Medical Journal (y otras) llevan tiempo haciéndose eco de esta situación y analizan los efectos inmediatos del cóctel del trío de drogas: euforia, incremento de la energía, estimulación, estado de alerta, urgencia de hablar, mejora de la función mental, aumento de la percepción de la música, disminución de los sentimientos hostiles, etc. Si se quiere que el subidón sea todavía mayor, entonces hay quien recurre al "slam" o "slaming", donde la mefedrona no se esnifa o se consume por vía oral, sino que se inyecta. Ahí se entra pues en otra liga. Es tal el caos que se produce intercambio de jeringuillas y se buscan incluso parejas infectadas por sida, lo que motiva el asombro y la preocupación que esta práctica ha motivado.
Los médicos y los investigadores saben muy poco todavía sobre los riesgos y consecuencias a largo plazo de la práctica del "Chemsex", aunque sí es evidente que las complicaciones cardiovasculares y la adicción estarían asociadas al consumo habitual. Los efectos secundarios de la mefedrona se clasifican en tres grandes grupos: poco graves, moderadamente graves y muy graves. En el primero (pocos graves) estarían la supresión del apetito, boca seca, dilatación de las pupilas, sensaciones corporales extrañas, cambios en la regulación de la temperatura corporal, visión distorsionada y sudoración intensa con mucho olor. En el segundo grupo (moderadamente graves) se encontrarían el insomnio, náuseas, trismo, bruxismo, erupciones en la piel, dolor e hinchazón de la nariz y la garganta, hemorragias nasales, sinusitis o jaquecas... En el tercer grupo (muy graves) estaría el "craving" (fuerte deseo de seguir consumiendo), cambios intensos en la temperatura corporal, aumento de la presión arterial, aumento del ritmo cardiaco, palpitaciones, vasoconstricción grave en las extremidades, reacciones autoinmunes (como vasculitis), deterioro de la memoria a corto plazo, depresión, pánico, psicosis...
Las principales razones para acercarse a la práctica del "Chemsex" son múltiples pero, en cualquier caso, similares a las del uso de otras drogas. Hace tiempo publicamos un post que titulamos "Nuevas formas de consumo de alcohol: estamos tontos o qué...". Leyendo lo anterior, si tuviéramos que ponerle un calificativo a todo lo narrado, seguro que el la expresión no sería tan blanda, pues todo lo anterior parece que sobrepasa el castaño oscuro.
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