Finaliza este año 2017 en Cine y Pediatría con un director y una película especial. El director británico (pero también guionista y novelista, y ocasional actor) Terence Davies, quien con su peculiar fusión de imágenes y sonido consigue un discurso tan lírico como contundente en su minuciosa filmografía: en sus más de 30 años de trabajo solo nueve largometrajes, el primero compuesto por tres cortometrajes previos. Los encuadres, los movimientos de cámara, las muy escogidas y significativas músicas (desde piezas clásicas a canciones de siempre) y el inusual trabajo con los actores protagonizan su narrativa, para llevarnos de su mano a sus temas preferidos: el paso del tiempo, la religión, la homosexualidad o las relaciones familiares, entre otros. Un director que logra una relación entre la imagen y el sonido pocas veces alcanzada, y se adelanta a los logros posteriores en ese terreno de cineastas tan distintos como Quentin Tarantino o Wong Kar Wai. Y todas estas características se fusionan en nuestra película de hoy, El largo día acaba, una película del año 1992: antes de ella estrenaría su Trilogía (1984) y Voces distantes (1988), y después de ella La biblia de neón (1995), La casa de la alegría (2000), Of Time and the City (2008), El profundo mar azul (2011), Canción del atardecer (2015) y Una pasión discreta (2016).
Al británico Terence Davies (como al estadounidense Terrence Malick, como al español Víctor Erice) o lo amas o lo odias, pero no deja indiferente con su intención de utilizar el séptimo arte para cautivar al espectador a través de imágenes de un enorme lirismo, imágenes que nos impregnan de melancolía, de belleza y de recuerdos. Y en el año que ahora acaba viene a nosotros la película El largo día acaba.
El largo día acaba es otro ejemplo más de lo que se considera narrar una parte de la infancia con cánones poco habituales del cine y ofrecer una película imperfecta quizá en una primera visión, pero de gran calado en el recuerdo. Nos encontramos en Liverpool, año 1956, y experimentamos la infancia (en el hogar y el colegio principalmente) de Bud (Leigh McCormarck), un muchacho de 12 años, sensible, tímido e introvertido, perteneciente a una familia de clase trabajadora. La estrecha relación que mantiene con su madre, y especialmente su pasión por el cine, le ayudan a enfrentar el ambiente reprimido y opresor con el que tiene que convivir cada día en el colegio (con el acoso escolar imperante por parte de los alumnos y los malos tratos de los métodos antiguos del profesorado).
Una historia que se cuenta mediante escenas incompletas y aparentemente inconexas (pero en el fondo coherentes) de su vida, una obra llena de de símbolos y simbología, pero sobre todo de música (y su gran poder evocativo) y de cine como canalizador de todo. Una forma de narrar los recuerdos de la infancia que se mitifica o se condena visto con los ojos de un creador como Davies, con una película de ritmo extraño pero atractivo.
"¿Puedo ir al cine, mamá?": esta una de las primeras frases de la película, cuando vemos a nuestro joven protagonista sentado en las escaleras de su casa con una moneda en la mano. Previamente una música excepcional, un fragmento de "Las cuatro estaciones" de Vivaldi para los créditos iniciales y una canción romántica de entrada que nos presenta una desvencijada calle industrial bajo la lluvia. Y a partir de ahí diferentes escenas, unas en el hogar, otras en el colegio, espectaculares escenas como evocadoras fotografías con música: Bud esperando ante las puertas del cine, intentando entrar mientras llueve a cántaros; el niño aislado en la clase tras un fundido en negro que le sumerge en otro mundo; la imagen estática de la madre y el hijo abrazados; la lluvia por la claraboya; la luz del día variando en la alfombra; el niño mirando a través de la ventana en distintos momentos y estaciones; las imágenes cenitales del cine, de la iglesia, del colegio,.... Escenas del hogar, con su madre como epicentro. Escenas del internado religioso, con aspectos varios que se antojan, afortunadamente, lejanos: los castigos con la vara en las manos, la detección de piojos y la limpieza de las liendres, etc.
Escenas oníricas, habitualmente con una música onírica para una película diferente. Y el apoteósico final con la letra de la canción: "...Ve a tu cama, donde no existe el sueño, donde reposa el dolor. El libro de tus penurias ya está leído. Ve a tu cama, donde no existe el sueño. El largo día acaba".
Y es que frente al cine realista de la infancia de Ken Loach, hoy disfrutamos del cine onírico de la infancia de Terece Davies para mostrarnos una similar clase obrera británica. Un ejemplo más de que la música es ese tercer personaje invisible del séptimo arte, del que ya hemos hablado. Porque El largo día acaba es una maravillosa ventana abierta al pasado y una de las grandes obras sobre el mundo de la infancia. Y por ello, cuando una hermano pregunta a la madre “Mamá, ¿dónde está Bud?”, ella contesta "En el cine, ¿en qué otro lugar podría estar?”. Y es que esto es pura esencia de Cine y Pediatría.
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