Se cumplen las bodas de plata este año desde que un artículo del año 1992 del el Evidence-Based Medicine Working Group de la Universidad de McMaster abrió la caja de Pandora de un nuevo paradigma conocido como Medicina basada en la evidencia (MBE), un incómodo anglicismo que se ha intentado modificar - sin mucho éxito - por otros (como Medicina basada en pruebas), pues no hay nada menos "evidente" que la MBE, donde todo se cuestiona y pone a juicio, desde la validez científica a la aplicabilidad en la práctica médica, pasando por la importancia clínica. Porque la práctica basada en evidencias intenta resolver de la mejor forma posible la ecuación entre “lo deseable, lo posible y lo apropiado” en medicina, una ciencia sembrada de incertidumbre, variabilidad en la práctica clínica, sobrecarga de información, aumento de demanda y limitación de recursos.
Es posible que conceptualmente las características de la MBE se centraron, erróneamente, en el ensayo clínico, la revisión sistemática y metanálisis, modelos conceptuales de investigación que buscaban la generalización de los resultados, o el mejor resultado para el paciente promedio en las condiciones "ideales" de la experimentación. Pero lo cierto es que, aunque hay muchos pacientes parecidos, todos son diferentes y esa diferencia es la base de la práctica clínica y constituye la esencia del arte de la medicina. Y esta es la base de la convivencia de la investigación y la clínica, o lo que es lo mismo la convivencia y complementariedad de la MBE y de la evidencia basada en la medicina (EBM). Porque esta última, como complementaria de la MBE, subraya el beneficio de considerar la "evidencia de la vida real" y a través del análisis del gran acúmulo de datos obtenidos (macrodatos o "big data") se puedan generar evidencias que complementen a las procedentes de experimentos y ya en un entorno de práctica clínica “habitual”.
Por ello, después de la MBE surgió el concepto de la Medicina centrada en el paciente (MCP), en la que se reivindicaba la necesidad de volver la mirada hacia el paciente individual, en base a conceptos como la toma de decisiones compartidas ("shared decision making") o la capacitación de los pacientes ("patient´s empowerment"). Porque lo cierto es que la MBE y la MCP, al igual que la investigación y la práctica clínica, son las dos caras de la misma moneda, que debieran ser complementarias y nutrirse mutuamente. Porque no debiera practicarse una MCP que no estuviese basada en la mejor evidencia disponible, ni es posible imaginar una MBE cuyos objetivo final esté alejado del paciente individual.
De esa reflexión nos habla el artículo que compartimos y cuya lectura recomiendo. Tengo el permiso de su autor, mi amigo el Dr. José Antonio Sacristán - autor que ha trabajado desde hace mucho tiempo en este campo, y de ello ya hablamos en otro post - y de la propia editorial de la Revista de Occidente, para compartirlo por este medio. Pues creo que vale la pena conocer esta reflexión de un experto como el autor que lleva dos décadas defendiendo esa sintonía entre la MBE y la EBM, con un enfoque en la MCP. Tanto que en pocos meses nos deleitará con un libro sobre el tema que a buen seguro será la delicia de muchos y la necesidad de todos.
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