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sábado, 10 de febrero de 2018

Cine y Pediatría (422). Un viaje al horror con "El hijo de Saúl"


En Historia se identifica con el nombre de Holocasuto - también conocido en hebreo como Shoá, traducido como "La Catástrofe" - a lo que técnicamente también se conoce según la terminología nazi como "solución final de la cuestión judía", es decir, el genocidio en el que aproximadamente 6 millones de judíos fueron asesinados por el régimen nazi, bajo el mando de Adolf Hitler y sus colaboradores. Los asesinatos tuvieron lugar a lo largo de toda la Alemania nazi y los territorios ocupados por los alemanes, que se extendían por la mayor parte de Europa. Entre los métodos utilizados estuvieron la asfixia por gas venenoso, los disparos, el ahorcamiento, los trabajos forzados, el hambre, los experimentos pseudocientíficos, la tortura médica y los golpes. 

Recordemos que el Partido nazi tomó el poder en Alemania en 1933, y tenía entre sus bases ideológicas la del antisemitismo, profesado por una parte del movimiento nacionalista alemán desde mediados del siglo XIX. El antisemitismo moderno se diferenciaba del odio clásico hacia los judíos en que no tenía una base religiosa, sino presuntamente racial. Los nacionalistas alemanes, a pesar de que recuperaron bastantes aspectos del discurso judeófobo tradicional, particularmente del de Lutero, consideraban que ser judío era una condición innata, racial, que no desaparecía por mucho que uno intentara asimilarse en la sociedad cristiana. Por otro lado, el nacionalismo sólo creía en el Estado nación caracterizado por la homogeneidad cultural y lingüística de su población: y los judíos eran considerados como nación perteneciente a otra raza, extranjera, inferior e inasimilable a la cultura alemana, por lo que solo podían ser segregados y excluidos del cuerpo social. Frente a la raza judía, extraña al pueblo germánico, colocaban los nazis a la raza aria, sosteniendo que solo esta última constituía la nación alemana, la única llamada a dominar Europa. 

Y para cultivar la denominada Memoria Histórica, el año 2015 nos regaló (o nos bofeteó) con una de las mejores películas de ese año, una viaje al horror que fue galardonada con el Oscar y el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa y Gran premio del Jurado en Cannes: El hijo de Saúl, producto del guión y director del húngaro László Nemes, en lo que fue su ópera prima en el largo. 

Dos planos secuencia con dos fundidos en negro antes del título de la película ya nos acerca al abismo del horror: las cámaras de gas de Auschwitz. Estamos en el año 1944 y allí trabaja el prisionero Saúl Auslander (Géza Röhrig) con una misión que espanta: quemar los cadáveres de sus propios vecinos judíos. Pero uno de los cuerpos que salen de la cámara de gas es del un niño agonizante, al que un oficial nazi acaba ahogando. Al ver esto Saúl, con la moral que resta con estas vivencias al límite, trata de salvar de las llamas el cuerpo de un niño al que hace pasar como su hijo y al que intenta conseguir un entierro digno. 

Una película que no es estéticamente bella, pero es moralmente impactante. Donde la cámara es una simple compañera del protagonista, al que la cámara sigue por la espalda (con esa X marcada en rojo en su chaqueta) y de frente (con sus expresiones faciales, todo un poema interpretativo sin necesidad de palabras). Este planteamiento resultó ser un gran acierto porque la cinta fue alabada por críticos de todo el mundo: porque la cámara es la conciencia de Saúl y también nuestra conciencia. Y los continuos plano secuencia junto a Saúl nos acompañan los varios "transportes" de camiones con hombres, mujeres, ancianos y niños, y los distintos pasos para la solución final a la cuestión judía: gasificación de los judíos, incineración de los cadáveres, transporte de las cenizas para lanzar con palas al río, la retirada de ropas y zapatos y el hurto de los objetos de valor. Y mientras todo esto transcurre y transcurre la película, Saúl busca un rabino que pueda enterrar a ese niño que no conoce y le hace pasar por su hijo. Y esa búsqueda alguien le dice: "Moriremos por nuestra culpa", a lo que él contesta: "Ya estamos muertos"

Y tras algo más de hora y media de metraje llegamos al primer plano final de la cara de Saúl, su mueca de sonrisa que nos da escalofrío. Pues con su viaje al horror reconocemos los millones de hijos de Saúl que fallecieron en los diferentes campos de exterminio: Auschwitz (1.400.000 muertes), Treblinka (870.000), Belzec (600.000), Jasenovac (600.000), Majdanek (360.000), Sobibór (250.000), Chelmno (320.000), Maly Trostenets (65.000),... 

Sin duda, El hijo de Saúl es ya una película que formará parte de Cine y Pediatría, una película para prescribir contra los nacionalismos que quieren volver a imperar en Europa, pues no debemos olvidar que el Holocausto ocurrió tras que Hitler ganara unas elecciones, por lo que el celofán democrático no nos debe hacer olvidar el verdadero contenido y esencia supremacista de los nacionalismos. 

Y hoy os prescribo esta película húngara para entender el Holocausto y su daño a todos, también a la infancia, esa parte que es nuestro futuro. Y la añadimos a la larga lista que ya forma parte de la familia de Cine y Pediatría: la alemana El tambor de hojalata (Volker Schlöndorff, 1979), la italiana La vida es bella (Roberto Benigni, 1997), la belga Corazones enfrentados (Jeroen Krabbé, 1998), la polaca Hijos de un mismo Dios (Yurek Bogayevicz, 2001), las alemanas Napola (Dennis Gansel, 2004), La Ola (Dennis Gansel, 2008) y La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), la británica El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008), las francesas La llave de Sarah (Gilles Paquet-Brenner, 2010) y La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014), la alemano-estadounidense La ladrona de libros (Brian Percival, 2013). Diarios de tragedias de ayer, como El diario de Ana Frank (George Stevens, 1959) y de hoy como Rutka: un diario del Holocausto (Alexander Marengo , 2009). 

Y en El hijo de Saúl suena como una profecía el pensamiento de La Ola: “Todos nos hemos considerado mejores, mejores que los demás. Y lo que es aún peor, hemos excluido de nuestro grupo a todos aquellos que no pensaban igual. Les hemos hecho daño...”.

 

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