Tres películas ha dirigido la conocida actriz Diane Keaton: la primera fue en el año 1991, Una flor salvaje; y la última en el año 2000, Colgadas; y entre medias, en el año 1995, la película que hoy nos convoca: Héroes a la fuerza. Una película basada en la autobiografía del periodista y novelista Franz Lidz (y su libro "Unstrung Heroes: My Improbable Life with Four Impossible Uncles") y con la que logró una nominación a los Oscar como Mejor Banda Sonora Original de comedia o musical por el trabajo del compositor Thomas Newman.
La película nos presenta el entorno familiar del pequeño Steven Lidz (Nathan Watt), quien vive en la década de los sesenta en Estados Unidos junto a un padre que es inventor (John Turturro), una amorosa madre (Andie MacDowell) y su hermana pequeña. La voz en off del pequeño nos adentra en el hogar: "Mi padre es inventor de oficio. Solía decir que no hay nada roto que no pueda solucionar la ciencia..". O cuando pregunta, "Mamá, ¿papá es de otro planeta?", y la contestación de su madre: "En fin, te estás haciendo adulto y es hora de que lo sepas: tu padre es un genio".
Pero la felicidad familiar sufre un revés con la enfermedad de la madre, un cáncer de ovario que la hace apagarse poco a poco. Steve se da cuenta que la afirmación de su padre no es realidad, y que la ciencia no puede arreglar todo lo que se rompe. El dolor por todo lo anterior le hace tomar una decisión algo excéntrica, como es irse a vivir con los dos tíos paternos, Arthur y Danny, dos personajes bien extraños que viven juntos en un piso afectos del síndrome de Diógenes, rodeados de montañas de periódicos apilados en los pasillos, cientos de pelotas y muchos utensilios sin fundamento que recogen en la calle, motivo por el que son continuamente perseguidos por el casero. "¿Así que te has escapado?, ¿no aguantabas la hipocresía?" le dicen al sobrino. Y los padres le permiten hacerlo, pues Steve les confiesa: "Quiero quedarme hasta que estés mejor...".
Pero esta vida bohemia ayudará a Steve a ganar confianza en sí mismo e incluso se convierte a la religión judía, la de sus tíos, y hasta se cambia de nombre y pasa a llamarse Franz, Franz Lidz, parecido a Frans Liszt, el compositor, como le recuerdan sus tíos. Y estudia la Torá. Y canta "La Internacional" en clase.
Y aunque los tíos son muy peculiares, acaban transmitiendo a su sobrino buenas enseñanzas: "Los sueños son recuerdos difíciles de olvidar..." o "Yo creo que las pelotas retienen los sonidos de los niños que las hacen botar... solo que casi ni se oyen" o "Esto es para ti, guarda cosas importantes que no quieres que desaparezcan".
Y todo esto hace que Steve (ahora Franz) se sienta mejor, porque a veces la ayuda (y el camino de vuelta a casa) está en el lugar más inesperado. Y lo cierto es que al regresar al hogar, finalmente hace la pregunta: "Mamá, ¿te estás muriendo?". Y la madre le responde con sinceridad y dolor contenido: "Así es y no sabes cómo lo siento". Y al ver la transformación de su hijo, la madre le dice a su marido: "Tal vez Dios existe. O algunos preferimos creer que existe".
Una película sencilla, lleno de buenos sentimientos y de algunas enseñanzas de cómo afrontar la pérdida de una madre en plena infancia, quizás cuando más se necesita. Porque es esa despedida la que convierte a muchos niños y jóvenes en héroes a la fuerza a muy temprana edad, y en esos momentos no nos es ajena la posible ayuda de la familia y también de la fe, o creer en algo que nos trascienda.
Y con la melodía de Thomas Newman (quien ha compuesto la B.S.O. a casi un centenar de películas, algunas ya en la familia de Cine y Pediatría, como American Beauty, Cadena de favores o Efectos secundarios) llegamos a la escena final: esa foto en blanco y negro de los tres hermanos y los dos hijos... sin la madre. Y una despedida y una sonrisa... Y un buen pensamiento: "No es bueno tirar así los recuerdos... Él solo necesita despedirse".
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