No es habitual el cine de terror en Cine y Pediatría. Se han aproximado a ello películas como La noche del cazador (Charles Laughton, 1955), El cebo (Ladislao Vajda, 1958), Carrie (Brian de Palma, 1976 y el remake de Kimeberly Peirce, 2013), Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001), El bosque (M. Night Shyamalan, 2004), Frágiles (Jaume Balagueró, 2005), Insensibles (Juan Carlos Medina, 2013), Los demonios (Philippe Lesage, 2015), etc. En ella, los niños forman parte de la trama en muchas ocasiones por su inocencia, en otras por su peculiaridad (y las enfermedades raras han sido a veces la excusa). Y hay muchos más ejemplos, recordados seguramente por la mayoría: El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960), El exorcista (William Friedkin, 1973), La profecía (Richard Donner, 1976), ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976), La maldición (Takashi Shimizu, 2002), Dark Water (Hideo Nakata, 2002 y su remake de Walter Salles, 2005), Eden Lake (James Watkins, 2008), Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008 y su remake de Matt Reeves, 2010), La huérfana (Jaume Collet-Serra, 2009), Sinister (Scott Derrickson, 2012), entre otras.
Y en algunas, como el clásico El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) dos gemelas al final de un pasillo te llaman, al unísono, para que vayas a jugar con ellas, en una escena siempre recordada y muy remedada. Y es que aquí estas gemelas eran casi una anécdota en la película, pero es que la gemelaridad es algo muy especial. Incluso se comenta si hay conexión sobrenatural entre los gemelos…
Pues hoy llega a Cine y Pediatría una película austriaca del año 2014 que fue en su momento un gran éxito en el Festival de Venecia y premiada en el Festival de Sitges: Goodnight Mommy, que algún crítico la ha definido como digna heredera de Funny Games (Michael Haneke, 1997 y que el mismo convirtiera en remake diez años después como Funny Games U.S.) con retazos del cine fantástico de David Cronenberg, esencia de la claustrofobia del hogar de Canino (Yorgos Lanthimos, 2009) y fugas entre campos de maíz a lo Terrence Malick. Una película dirigida a dúo por Verónica Franz y Severin Fiala, que no son gemelos, pero han ideado una película así a dúo. Lo que se dice una distopía con madre, gemelos y dosis de algo parecido al suspense, terror y psicológico. La traducción del título original en alemán (Ich Seh, Ich Seh) sería como el “Veo veo”… Pero, y ¿qué ven…?
Comienza la película la imagen de una mujer rodeada por siete chicos y chicas de diversas edades, todos vestidos con dirndls y trachts (prendas austríacas tradicionales), que cantan una clásica canción de cuna. Sin dilación, la siguiente escena es la de dos hermanos gemelos angelicales de 9 años que corren y juegan entres los campos de maíz. Apreciamos que viven en una moderna casa aislada en medio de la naturaleza. En un momento determinado aparece la madre (Susanne Wuest), con la cara totalmente vendada, quizás regresa de una operación (quizás cirugía estética, pensamos). Nadie más, y salvo un gato, unos gusanos, un cura y dos personas de la Cruz Roja que pasan por allí al final de la película, nadie más.
Mientras, los hermanos gemelos Elias y Lukas (Lukas y Elias Schwarz, dos jóvenes actores sin experiencia que conservan su nombre real para sus protagonistas) juegan en los prados bajo la intensa lluvia, se divierten peleando o haciendo guerras de eructos, mientras exploran por cualquier lugar de su aislada casa en medio del campo,… sospechan que su madre no es su madre, por los cambios de personalidad que perciben. Porque ellos comparten todo, hasta el temor, hasta el miedo…
Y unas fotos familiares delatan que quizá la madre también tuviera una hermana gemela. Y comienza el juego de espías para descubrir la verdad, porque todo resulta extraño: para los gemelos… y para el espectador. Y ellos dicen a mitad de película: “Queremos a nuestra madre”. Y más adelante la madre, ya sin el vendaje en la cara le confiesa al cura: “Estamos superados. El accidente, la separación…”.
Y la película se transporta a ese halo de desasosiego característico del cine austriaco (estela del maestro Haneke y del propio Ulrich Seidl) y a mitad de la obra da un nuevo giro, y nos transporta con escenas e imágenes difíciles de arrancar de la memoria. Porque según pasan los días, los niños empiezan a sospechar que esa con la que viven, aislados en medio del campo, no es su madre sino una impostora. Y hay rostros que se ocultan tras vendajes (en la madre) y hay máscaras que ocultan los rostros de los hermanos gemelos. Y hasta aquí podemos leer…
Aunque nos queda la frase final de la madre y bastantes interrogantes: “No es tu culpa que Lukas haya muerto. El accidente no fue tu culpa”. Y por ello es Goodnight Mommy una película que resulta incómoda de ver, pero al mismo tiempo no puedes dejar de verla. Porque quizás el mayor terror es la no asimilación de la pérdida y cuando la identidad se desorienta… Como nosotros.
Y en algunas, como el clásico El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) dos gemelas al final de un pasillo te llaman, al unísono, para que vayas a jugar con ellas, en una escena siempre recordada y muy remedada. Y es que aquí estas gemelas eran casi una anécdota en la película, pero es que la gemelaridad es algo muy especial. Incluso se comenta si hay conexión sobrenatural entre los gemelos…
Pues hoy llega a Cine y Pediatría una película austriaca del año 2014 que fue en su momento un gran éxito en el Festival de Venecia y premiada en el Festival de Sitges: Goodnight Mommy, que algún crítico la ha definido como digna heredera de Funny Games (Michael Haneke, 1997 y que el mismo convirtiera en remake diez años después como Funny Games U.S.) con retazos del cine fantástico de David Cronenberg, esencia de la claustrofobia del hogar de Canino (Yorgos Lanthimos, 2009) y fugas entre campos de maíz a lo Terrence Malick. Una película dirigida a dúo por Verónica Franz y Severin Fiala, que no son gemelos, pero han ideado una película así a dúo. Lo que se dice una distopía con madre, gemelos y dosis de algo parecido al suspense, terror y psicológico. La traducción del título original en alemán (Ich Seh, Ich Seh) sería como el “Veo veo”… Pero, y ¿qué ven…?
Comienza la película la imagen de una mujer rodeada por siete chicos y chicas de diversas edades, todos vestidos con dirndls y trachts (prendas austríacas tradicionales), que cantan una clásica canción de cuna. Sin dilación, la siguiente escena es la de dos hermanos gemelos angelicales de 9 años que corren y juegan entres los campos de maíz. Apreciamos que viven en una moderna casa aislada en medio de la naturaleza. En un momento determinado aparece la madre (Susanne Wuest), con la cara totalmente vendada, quizás regresa de una operación (quizás cirugía estética, pensamos). Nadie más, y salvo un gato, unos gusanos, un cura y dos personas de la Cruz Roja que pasan por allí al final de la película, nadie más.
Mientras, los hermanos gemelos Elias y Lukas (Lukas y Elias Schwarz, dos jóvenes actores sin experiencia que conservan su nombre real para sus protagonistas) juegan en los prados bajo la intensa lluvia, se divierten peleando o haciendo guerras de eructos, mientras exploran por cualquier lugar de su aislada casa en medio del campo,… sospechan que su madre no es su madre, por los cambios de personalidad que perciben. Porque ellos comparten todo, hasta el temor, hasta el miedo…
Y unas fotos familiares delatan que quizá la madre también tuviera una hermana gemela. Y comienza el juego de espías para descubrir la verdad, porque todo resulta extraño: para los gemelos… y para el espectador. Y ellos dicen a mitad de película: “Queremos a nuestra madre”. Y más adelante la madre, ya sin el vendaje en la cara le confiesa al cura: “Estamos superados. El accidente, la separación…”.
Y la película se transporta a ese halo de desasosiego característico del cine austriaco (estela del maestro Haneke y del propio Ulrich Seidl) y a mitad de la obra da un nuevo giro, y nos transporta con escenas e imágenes difíciles de arrancar de la memoria. Porque según pasan los días, los niños empiezan a sospechar que esa con la que viven, aislados en medio del campo, no es su madre sino una impostora. Y hay rostros que se ocultan tras vendajes (en la madre) y hay máscaras que ocultan los rostros de los hermanos gemelos. Y hasta aquí podemos leer…
Aunque nos queda la frase final de la madre y bastantes interrogantes: “No es tu culpa que Lukas haya muerto. El accidente no fue tu culpa”. Y por ello es Goodnight Mommy una película que resulta incómoda de ver, pero al mismo tiempo no puedes dejar de verla. Porque quizás el mayor terror es la no asimilación de la pérdida y cuando la identidad se desorienta… Como nosotros.
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