Durante mucho tiempo, la sexualidad de las personas con diversidad funcional ha sido un tema oculto, del que poco o nada sabíamos. Y cuando de algo no se habla, puede parecer que no existe: nada más contrario a la verdad. Y claro que sabemos que la sexualidad está presente en todas las personas, también en aquellas con algún tipo de discapacidad, sea una discapacidad física, psíquica o de ambos orígenes. Por tanto, en todas las personas hay necesidad de educación sexual, de información, de formación, de apoyar las necesidades y deseos de afecto y placer sexual. En otras palabras, sexualidad y discapacidad precisan entenderse con una de las más altas cotas de amor, de ese amor en mayúscula que nos caracteriza con seres humanos con cerebro, sexo y corazón.
Y por ello hoy hablamos de una película muy especial, por el tema y por el trato a este tema: Dora y la revolución sexual, una película alemana del año 2015, dirigida por la directora Stina Werenfels, y que aborda esta cuestión de una forma valiente y directa. Una película que nos obliga a pensar sobre algunas cuestiones clave en el mundo de las emociones y de las reflexiones, como cuáles son los deseos y necesidades en el ámbito de la sexualidad de las personas con diversidad funcional, las dificultades que encuentran en su entorno para satisfacerlas, el papel de los padres y las problemáticas con que se encuentran, la elección de pareja, la anticoncepción, la maternidad, el dolor, la entrega, el bien y el mal, y quién sabe si la esperanza,… Una película que nos deja varias preguntas (la mayoría sin responder, que es cuando las preguntas tienen mayor valor): ¿cómo se enfrentan unos padres al despertar sexual de una hija con discapacidad intelectual?, ¿qué recursos y apoyos cuentan para hacerlo?, ¿cuáles son las dificultades o los dilemas – éticos, morales, religiosos - a los que se ven sometidos?, ¿estamos preparados para ello, como individuos y como sociedad?, etc.
En nuestra película conocemos a nuestra protagonista, Dora, una bella jovencita alemana, hija única de un matrimonio de mediana edad, quien sopla las velas de sus 18 años, su mayoría de edad, en una fiesta con familiares y amigos. Dora tiene una discapacidad psíquica no filiada y en ese momento su madre decide dejar de medicar a su hija (le retira el metilfenidato, antipsicótico habitual para tratar los rasgos asociados de déficit de atención y/o hiperactividad de algunas de estas personas). Dora es feliz junto a sus padres y amigos, entre los que reconocemos jóvenes con síndrome de Down, autismo y otras discapacidades psíquicas. Enseguida descubrimos que Dora está descubriendo su cuerpo, su sensualidad y, finalmente, también el sexo: Dora se acuesta aún con sus padres a medianoche y, en una ocasión, les sorprende haciendo el amor… y les hace preguntas; Dora ve besarse a una pareja de compañeros con síndrome de Dowm y ella desea tener una pareja también; Dora desconcierta a su padre cuando ésta le besa en la boca; Dora descubre el placer de masturbarse. Y cuando ella pregunta “¿Soy discapacitada?”, su madre le contesta “Eres… diferente”; y Dora le replica: “No quiero ser diferente… No quiero ser discapacitada”.
Porque a sus padres les asombra las repentinas ganas de vivir de Dora. Pero el desconcierto es mayor cuando empieza a quedar con un hombre mucho mayor que ella al que conoce en su trabajo de vendedora de frutas y hortalizas en un mercado. Y ese desconcierto es el que vivimos también como espectadores, con escenas tan duras como incomprensibles para Dora, para su familia… y para nosotros: la escena del lavabo de la estación de metro, cuando es violada; la denuncia en la policía, su revisión ginecológica, la lógica preocupación de sus padres, la confusión de Dora, la píldora del día después y las pruebas frente al sida. Pero Dora se vuelve a ver con aquel extraño que la forzó (sin duda, uno de los más extraños personajes que recuerdo en el cine) y el test del embarazo acaba dando positivo. Y llega el dolor del aborto. Los padres recurren a las pastillas anticonceptivas que su hija no vuelva a quedar embarazada…, pero que no las quiere tomar y buscan otro método anticonceptivo. Pero nada resulta y vuelve a quedar embarazada. Y como es mayor de edad, sigue viendo al hombre que “solamente la folla”, como él dice con un frialdad tan cruel que nos duele como si fuéramos los padres de Dora. Pero la ley no dice lo contrario frente a una relación consentida con una mayor de edad y no inhabilitada mentalmente.
Es tal la impotencia y el dolor de los padres, que en un momento la madre le dice a su marido: “¿No desearías, por un momento, tener una hija sana? Un momento sin dolor… Un momento sin sentir envidia del resto de familias. Si podría volver atrás, abortaría, y tendría un niño sano”. Porque todos sus esfuerzos no dan resultado, y cuando la aventura de Dora lleva a una situación más seria, todo el mundo nos planteamos donde están los límites de las relaciones con los demás, donde están los límites de la autodeterminación, la confianza, el sexo, el amor, la ley, la justicia, la coherencia, la bondad, la maldad,...
Finalmente Dora comienza a residir en una vivienda de convivencia con otros compañeros con distinto grado de discapacidad mental. Y en un momento la vemos tumbada con un vestido de novia y ya en avanzado estado de gestación, esperando a que ese misterioso y amoral hombre con el que comparte el placer del sexo, la lleve a Las Vegas a casarse, tal como le ha dicho… Pero no ocurre, y entonces Dora vuelve al mismo baño donde fue violada… Y a la vez apreciamos que la madre de Dora hace un viaje lisérgico en esas fiestas “rave” donde trabajaba elaborando cócteles, y se suman las imágenes: y vemos al bebé de Dora intentando mamar; y oímos al final la voz de Dora llamando “¿Mamá?”. Y un fundido en negro, como nuestra alma, con tantas preguntas sin responder en este tema de cómo afrontar el despertar sexual en un hijo con retraso mental y bajas capacidades.
Es Dora y la revolución sexual una película que nos recuerda que los padres y madres son una pieza clave en este asunto, pero con frecuencia se encuentran desbordados por la situación y con la sensación de no saber cómo enfrentarlo, ni tener recursos suficientes para hacerlo. Para empezar, quizás, porque hemos considerado a las personas con diversidad funcional como asexuadas. Si os interesa el tema, esta película no dejará indiferente, pues no es fácil ver ni quizás sea apta para todas las sensibilidades. Pero sea como sea, y pese a ello, debería prescribirse para sensibilizarnos de un tema que hay que conocer, prevenir y actuar.
Porque muchas otras veces se ha llevado al cine el tema del despertar sexual de una jovencita, quizás un tema recurrente que tiene en Lolita su imaginario colectivo (tanto en su versión original del año 1962 dirigida por Stanley Kubrick como en su copia del año 1997 dirigida por Adrian Lyne), y que en Cine y Pediatría ya hemos podido revisar en películas como Lirios de agua (Céline Sciamma, 2007), El último verano de la boyita (Julia Solomonoff, 2009), Joven y bonita (François Ozon, 2013) o La vida de Adèle (Abdallatif Kechiche, 2013).
Sin embargo Dora vive también un despertar sexual impetuoso como quizás no se ha llevado nunca al cine antes. Y la directora Stina Werenfels ha sido valiente con la propuesta y ha conseguido una obra auténtica, original y perturbadora. Una película para la reflexión y el debate. De hecho, el título orginal es “Dora oder Die sexuellen Neurosen unserer Eltern”, es decir, “Dora o las neurosis sexuales de nuestros padres”.