A la pregunta, ¿qué es mejor, la película o la novela en la que se fundamenta el guión?, la respuesta mayoritaria será siempre: la novela. Y nuestra obra de hoy no es una excepción. Pero no siempre es así y algunos casos son la excepción, cuando la película supera a la novela, como por ejemplo Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) basada en la obra “Psycho” de Robert Bloch, El Graduado (Mike Nichols, 1967) basada en la novela “The Graduate” de Charles Webb, La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) inspirada en “A Clockwork Orange” de Antonhy Burgess, El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) cuyo guión parte de la novela “The Godfather” de Mario Puzo, Alguién voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975) inspirada en “One Flew over the Cuckoo´s Nest” de Ken Kesey, El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) basada en “The Shining” de Stephen King, El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) adaptada desde “The Silence of the Lambs” de Thomas Harris, Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) fundamentada en la novela “Forrest Gump” de Winston Groon, Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000) inspirada de la obra “Requiem for a Dream” de Hubert Selby Jr., o Mystic River (Clint Eastwood, 2003) traslado de la novela “Mystic River” de Dennis Lehane, estas tres últimas ya formando parte de la familia de Cine y Pediatría.
La cadencia entre obra literaria y cinta cinematógrafica suele ser de pocos años, generalmente menos de 5 años para verse reflejada en gran pantalla. Y algo así ocurrió con la primera novela del escritor estadounidense de origen afgano, Khaled Hosseini: “The Kite Runner”, una novela del año 2003 escrita en parte durante los sucesos del 11-S del año 2001, y que fue llevada al cine en el año 2007 con el mismo nombre, Cometas en el cielo, bajo la dirección de Marc Forster, un director de origen suizo que se diera a conocer una película premiada en los Oscar, Monster´s Ball (2001) y posteriormente con Descubriendo nunca jamás (2004) y que cambiaría de registro al ser llamado a dirigir una película más de la saga de James Bond, Quantum of Solace (2008).
La novela “The Kite Runner” se convirtió en un éxito de ventas después de ser impresa en un formato de bolsillo y que se popularizara en los clubes de lectura. La historia de amistad en Kabul en la década de los 70 entre el niño Amir y Hassan, el hijo de un sirviente hazara de su padre. La historia se desarrolla en tres partes, que se reflejan en la película: 1) casi la mitad de la obra (y la mejor) narra sus infancias en las calles de una Kabul confiada en su pujanza y en su futuro, en aquellos momentos inolvidables de los concursos de volar cometas y que tiene como punto álgido un acto de violencia contra Hassan (es violado por otros chicos) que Amir no logra evitar y que le provoca una reacción inesperada contra su amigo; 2) la segunda parte se desencadena por los acontecimientos tumultuosos en el país, desde la caída de la monarquía de Afganistán a través de la intervención militar soviética, hasta el ascenso del régimen talibán y éxodo de refugiados a Pakistán y a Estados Unidos, donde nuestro joven Amir convive con sus sentimientos de culpa, traición y redención por aquella vivencia contra Hassan; 3) la parte final del libro (y película) se centra en los intentos de Amir de expiar aquella transgresión tras haber descubierto un secreto sobre aquel amigo fiel y leal que fue Hassan, y para ello regresa a un Kabul, irreconocible más de dos décadas después por el fanatismo talibán, para rescatar al hijo de Hassan.
Los créditos iniciales de la película con unas letras y una música muy árabe, esta última del compositor español Alberto Iglesias (director musical de gran número de películas, entre ellas algunas ya revisadas en Cine y Pediatría como El jardinero fiel – Fernando Meirelles, 2005 – o Ma Ma - Julio Médem, 2015 -), nos ponen en situación. Y todo comienza cuando Amir recuerda desde San Francisco, y en el momento en el que tiene entre sus manos su primera obra literaria publicada, un evento que ocurrió 26 años antes, cuando todavía era un niño, en su Kabul natal.
Amir (Zekeria Ebrahimi) es el hijo sensible e inteligente de un hombre de negocios adinerado en Kabul y ya apreciamos que es un cuentista talentoso y un aspirante a escritor, que vive en un lindo hogar con Baba (Homayon Ershadi), su padre, quien tiene dos sirvientes, Ali y su hijo Hassan (Ahmad Khan Mahmidzada) que son hazaras, una minoría étnica. El amigo cercano de Baba, Rahim Khan (Saun Toub), también está a menudo en el hogar, siempre dispuesto a los buenos consejos, como el que expone a Baba porque éste considera que su hijo no es todo lo fuerte que considera: “Los niños no son cuadernos para colorear. No puedes rellenarlos con tu color preferido. Él no es como tú, no será nunca como tú eres. Pero no te preocupes, al final todo saldrá bien”. A lo que Baba contesta: “Un niño que no sabe defenderse, acaba siendo un hombre que no defiende nada”. Y Amir, más amante de escribir cuentos que de meterse en reyertas infantiles, piensa: “Papá me odia porque yo la maté… a mi madre”.
Y así avanza la película en ese especial triángulo entre Amir, su padre y su amigo Hassan. Un padre que es un comerciante rico y respetado, un hombre con altos valores y fuertes convicciones anticomunistas y antirreligiosas, dispuesto a dar consejos a su único hijo: “Solo existe un pecado y es el robo. Los demás pecados son variaciones sobre el robo”. Un padre que tiene un cariño especial a Hassan, y luego descubriremos el por qué trata con tanta bondad a un criado: “Es el cumpleaños de Hasan. Le he traído para que elija una cometa”, dice el padre de Amir.
Ya en Pakistán, donde padre e hijo viven como emigrantes, Amir se gradúa en Medicina y el padre dice: “Esta noches soy muy feliz, esta noche bebo con mi hijo… Ojalá Hassan estuviera con nosotros, esto le haría muy feliz”, aunque realmente no entiende que lo que verdaderamente quiere ser su hijo es escritor: “En lugar de ejercer de médico y salvar vidas, quiere inventarse historias”. Pero Baba, al final de sus días y de su enfermedad, acaba por entenderle, sobre todo cuando su hijo le lee parte de sus historias: “Los ciudadanos de Kabul eran ahora esqueletos, esqueletos que vendían asma en el mercado nocturno, esqueletos que bebían tazas de té fuerte, esqueletos que jugaban a las cartas a la luz de la luna. Al pasar yo me saludaban con los dientes apretados por el frío…”.
Y en la búsqueda de su amigo y su pasado, encuentra a un exhausto Rahim Khan, aún emigrante en Pakistán, quien le cuenta, “Los talibanes son malos, peores… hasta han prohibido volar cometas”. Y le revela: “Hassan a muerto, lo mataron los talibanes como a su mujer… Él solo aprendió a leer y escribir. No quería escribirte una carta hasta que supiera escribir bien”. Finalmente le descubre que Hassan era su hermano, hijo de su padre con otra mujer hazara, historia que su padre ocultó por vergüenza, y esto acaece mientras lee la carta que Hassan le envió: “…Hecho de menos tus cuentos. Te envío una foto mía con mi hijo Shorab. Es un buen chico, Rahim Khan y yo le enseñamos a leer para que no sea un estúpido como su padre. Y cómo dispara con el tirachinas que me regalaste. Pero temo por él, Amir. El Afganistán de tu infancia murió hace tiempo. La bondad se ha ido del país y no se puede escapar a las matanzas, siempre las matanzas. Sueño que Dios nos guiará hacia tiempos mejores, sueño que mi hijo crecerá para ser una buena persona, libre, una persona importante. Sueño que las flores volverán a crecer en las calles de Kabul y que la música volverá a sonar en las casas. Y que las cometas surcarán de nuevo el cielo. Y sueño que algún día volverás a Kabul a visitar de nuevo la tierra de nuestra infancia. Si lo haces, encontrarás a un viejo y leal amigo esperándote. Que Dios te acompañe. Hassan”. Para entonces Hassan había muerto a manos de los talibanes, como a su mujer, y por defender la casa del padre de Amir.
Por ello, cuando Amir regresa a Kabul, disfrazado con una larga barba talibán, nos dice: “No quiero olvidar nada”. Y tras penurias varias logra que Shorab regrese a San Francisco con su familia. Y la escena final, con la familia volando cometas, donde Amir reproduce las palabras que Hassan le decía a él, y él se las regala a su sobrino: “Tu padre cazaba las cometas sin echar una mirada al cielo. Algunos afirmaban que solo perseguía la sombra de la cometa, pero ellos no le conocían como yo le conocía. Tu padre no perseguía sombras, simplemente ya lo sabía”. Y esa declaración final de amor que Amir hace a Shorab: “Por ti lo haría mil veces”.
Cierto, la novela es aquí mejor que la película. Pero es una película digna que, aunque Kalend Hosseini escribió en inglés, la mayor parte de la película prefirió Marc Foster que fuera en idioma dari y pastún, en aras del realismo. Y es una película que se ve con agrado y desagrado, con el agrado de las cometas en el cielo y el desagrado de las sombras en la tierra. Las sombras que dejan en las infancias los fanatismos religiosos y las atrocidades políticas. Y novelas así y películas así nos lo recuerdan…
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