Hay películas que se quedan en el recuerdo durante mucho tiempo y que te encogen el corazón. Películas con la sencillez y honestidad de la realidad reflejada como un espejo, una realidad que tenemos a nuestro lado y quizás no queremos ver. Algo así ocurre con la ópera prima de Juan Miguel del Castillo, estrenada en el año 2015 gracias al micromecenazgo (más conocido bajo el anglicismo de “croudfunding”) y que nos pone delante de los problemas del paro, pobreza y desahucio que asoló (y asola) la España de la última década. Una película que tiene un título tan significativo como Techo y comida, y que no cabe duda de que debiera prescribirse en todos los institutos y en las propias familias.
No es de extrañar que esta película recibiera un buen número de premios en diferentes festivales, especialmente el Premio del público del Festival de Málaga y, sobre todo, el Goya a Mejor actriz para Natalia Molina, esta joven jienense que ya se puso en el punto de mira del séptimo arte con su papel de adolescente rebelde en Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013), por la que ya recibiera el Goya a Mejor actriz revelación.
Nos encontramos en el año 2012, en Jerez de la Frontera. Una primera escena nos presenta a una joven, Rocío (inconmensurable Natalia de Molina), que se despierta angustiada en la cama a medianoche. En la siguiente escena se encuentra frente a una asistente social que le ofrece un salario social y enseguida descubrimos que es madre soltera, su hijo Adrián (Jaime López) tiene 8 años, y vive en un piso cuyo alquiler no puede pagar hace meses por falta de ingresos. Y ella reparte su curriculum para trabajar de lo que sea, pero lo que sea no llega.
Entre la vergüenza y el temor de perder la tutela de su hijo, sufre en soledad una situación de precariedad que lejos de mejorar, empeora cada día. Y comprendemos el insomnio, al que se suma la constante preocupación, el hambre, el miedo… Y poco a poco la casa se queda sin calefacción para ahorrar, luego sin agua por impago, sin luz,… y todo ello bajo las amenazas constantes del arrendador. Solo una vecina mayor aparece en su vida como un resquicio de luz, reflejando esa solidaridad tan hispana.
Porque Techo y comida es el retrato de la España de hoy, de esa España con millones de personas en riesgo de exclusión social y que permanecen escondidas tras las cifras macroeconómicas. Pero Rocío solo tiene dinero para que su hijo coma pan y salchichas, lo más barato del hipermercado, pero ella apenas nada… y por ello Adrián le dice: “Tú no comes. Pues te vas a quedar como un esqueleto”. Y llega el momento límite en que tiene que rebuscar por la noche en los cubos de basura en busca de alimentos y también acudir a recoger la comida a los centros sociales vinculados a centros religiosos (más digno que lo anterior).
Pero un día llega una carta debajo de la puerta, que no quiere leer. Pero no puede evitar lo inevitable: el desahucio y, con ello, todo lo que supone para una madre soltera. Y cuando intenta defenderse se le han pasado los plazos de alegación al no contestar a la demanda inicial, con una escena de su primer plano ante un abogado que corta la respiración. Todo tan real como la vida misma y en este desliz hacia el infierno de la exclusión social, Rocío se aferra a la fe, a sus Vírgenes y Cristos, a su rosario, a sus oraciones…
La única alegría que puede dar a su hijo Adrián (quien le pregunta, “¿Qué significa bastado?”, lo que le dicen los niños del colegio) es comprarle unas zapatillas de deporte y la camiseta de la selección española que le regala la vecina. Y ahí nos llega una escena simbólica: 1 de julio de 2012, se retransmite el partido de la final de la Eurocopa de Kiev, donde España se proclama campeona. Todos celebran la efeméride, mientras madre e hijo se abrazan porque al día siguiente deben abandonar su casa. Y mientras ondean las banderas al fondo, ellos permanecen como invisibles para la sociedad.
Y llega esa escena final donde Rocío y Adrián empujan sus maletas en una carretera y se alejan rumbo a ninguna parte. Y a continuación el fundido final en negro nos deja este mensaje: “En España 526 personas pierden su vivienda cada día en 2012. La tasa de paro alcanza el 26%, la más alta de su historia. 13 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social. Se rescata a la banca con 100.000 millones de euros. ¿Y a ti quién te rescata?”. Y este mensaje sobreimpresionado en pantalla lo leemos mientras suena el taladro que abre la puerta de la casa desahuciada a Rocío.
Y es así que Techo y comida no oculta lo que es en ningún momento: cine social de denuncia nada disimulada, una oda a todos aquellos oprimidos que se parten el espinazo por un mendrugo de pan y una feroz crítica a la injusticia de la sociedad. Porque en España y en la última década, se han producido 70.000 desahucios como los de Rocío y el 70% de los mismos lo son por los bancos o por los fondos buitres. Y con una paradoja mucho más llamativa: un tercio de la vivienda vacía de toda Europa está en nuestro país.
Y para ello, Juan Miguel del Castillo nos regala esta obra de cine social hasta la médula, quizás mezclando la estética y la dinámica de dos obras del calado de Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998) y El Bola (Achero Mañas, 2000). No es la primera vez que los desahucios se acercan al cine, pues lo hicieron hace años con obras en blanco y negro como El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1957) y El pisito (Marco Ferreri, 1959) o en color y actuales como 99 Homes (Ramin Bahrani, 2015) y Cerca de tu casa (Eduard Cortés, 2016). Pero esta película de hoy, Techo y comida, además nos deja una cosa bien clara: que en la exclusión social los niños son los más invisibles a la sociedad.
Imperdible no verla, no sentirla, no concienciarse. Porque en el año 2019 siguen habiendo muchas Rocíos y muchos Adrianes.