Aún resuenan los ecos de la última gala de los Oscar. Y aún resuenan las cinco películas candidatas para optar al premio a Mejor película de habla no inglesa: desde Polonia, Cold Ward de Pawel Pawlikowski; desde Líbano, Cafarnaúm de Nadine Labaki; desde Alemania, La sombra del pasado de Florian Henckel von Donnersmarck; desde Japón, Un asunto de familia de Hirozaku Koreeda; y desde México, Roma de Alfonso Cuarón.
Un premio que parecía cantado para Roma, no sé si por sus virtudes cinematográficas (diferencias de opinión entre crítica y público) o por otras circunstancias (la plataforma Netflix ha invertido más en su difusión y apoyo que en su propia realización), pero estaba claro que si la entrañable historia de Green Book (Peter Farelly, 2018) le arrebataba el Oscar a Mejor película, no podía otra película arrebatarle este otro premio (y dos Oscar más, el de Mejor director y Mejor fotografía). El caso es que las demás candidatas merecen ser vistas y revisadas. Y hoy tengo que hablar de la que fuera Palma de Oro en Canes, la japonesa Un asunto de familia. Y por una razón clara: porque su director, Hirozaku Koreeda es el director por antonomasia de Cine y Pediatría.
Hasta este momento dos directores se atribuían ese mérito, el español Montxo Armendáriz y el japonés Hirozaku Koreeda, ambos con cinco películas. Pero con este “asunto de familia” ya Koreeda acumula seis películas en Cine y Pediatría, pues este director tiene dos epicentros en su filmografía: la familia y la infancia, y el cómo los hijos viven y se adaptan a las diversas circunstancias de sus padres y entorno familiar. Cronológicamente vivimos la desaparición de los padres en Nadie sabe (2004), el milagro del reencuentro familiar de Kiseki/Milagro (2011), el intercambio de hijos en Tal padre, tal hijo (2013), el poema familiar de cuatro hermanas que crecen sin padres en Nuestra hermana pequeña (2015) y ese infinito y delicado ecosistema producto de relaciones entre abuelos, padres e hijos en Después de la tormenta (2017).
Y llega ahora Un asunto de familia (2018), quizás donde mejor ha sabido condensar todas las dudas y todos los dilemas acerca de las relaciones humanas y familiares al mismo tiempo que lanza una crítica valiente al Estado.
Y Koreeda nos presenta una familia marginal y disfuncional que vive en una de esas casas increíblemente pequeñas de Japón. Una familia aparentemente formada por una abuela, un matrimonio con un hijo, y una nieta de la abuela, una familia donde la mayoría de las escenas giran alrededor de la comida. Hatsue, la abuela, es la verdadera matriarca, genio y figura, y de cuya pensión viven los demás. Osamu, es el marido, jornalero poco trabajador, quien tras un accidente de tobillo le sirve de excusa para dejar de trabajar. Nobuyo es la esposa, quien se gana la vida en una lavandería industrial. Shota es un joven adolescente con estereotipias que no llama padre a su padre (“Un día te enseñaré cómo se hace”), que no va al colegio (“Solo van al colegio los niños que no saben estudiar en casa”, le dice la abuela) y a quien le enseñan a cometer hurtos en las tiendas. Aki, la nieta, es la bella jovencita que deja el pueblo para ganarse la vida en un local de alterne de chicas.
Y la película comienza con Soamu y Shota realizando un hurto en un supermercado. Y de regreso ven sola a una niña pequeña que se encuentra abandonada en su casa, porque sus padres biológicos la maltratan y no se preocupan por ella. Y deciden llevarla consigo: la niña se llama Yuri, pero deciden cortarle el pelo y cambiarle el nombre por Lin. La niña refleja la tristeza de una infancia infeliz, y en la que aprecian quemaduras en la piel y signos de malos tratos, y también presenta enuresis nocturna: que le curan con un remedio de la abuela (chupando sal). Porque descubrimos que Yuri/Lin era maltratada por un padre alcohólico y una madre que pensaba más en su belleza que en su hija, y por eso llega a decir en un momento en que se nos cae el alma a los pies: “¿No me pegarás luego en casa…?” Y Aki le responde, “Si tus padres te pegaban no era porque te portaras mal… Y si te decían que te pegaban porque te querían, no era verdad”.
Y así es como Yuri/Lin pasa a vivir con otra familia, en un acto de generosidad donde la niña se encuentra bien y querida, pero quién duda que en un acto irresponsable, pese a que Nobuyo diga “A veces es mejor escoger la familia que nacer en ella… Normalmente nadie escoge a sus padres”, a lo que Osamu responde “Pero nosotros no somos normales”.
Finalmente muere la abuela mientras duerme y como no tienen dinero para incinerarla, la entierran en casa y se confabulan diciendo “La abuela nunca existió. Siempre hemos sido cinco”. Y a partir de ahí descubrimos que todo es más complicado… de lo que ya parecía. Pues descubirmos que la vivienda donde viven no es su casa, que Osamu y Shota no son padre e hijo, y que el resto de convivientes distan de ser familia. Porque otros abandonaron a la abuela mucho antes y ellos la encontraron, y luego encontraron a niños maltratados (a Yuri/Lin, pero antes también a Shota), porque su forma de vida se fundamentaba en robar cosas y en rescatar niños.
Y con ello Koreeda abre la película a un sinfín de reflexiones y lecturas: el desamparo de la infancia, los especiales vínculos afectivos y efectivos cuando se necesita techo, comida y cariño, el apego y el desapego que proporciona el saberse parte de un árbol genealógico diferente. En esencia, Un asunto de familia contrapone lo socialmente aceptable con lo legalmente punible, una mirada de las relaciones familiares que pueden parecer una locura - cuando el robo es el mayor vínculo -, pero que bajo la dirección de Koreeda aparece como una mirada serena y siempre pertinente. Y nos roba el corazón.
Y es así como las películas de Koreeda conviven en un mismo imaginario, dialogan entre ellas, se suman y se complementan. Porque él es un director y escritor de personajes, y aunque sus personajes (y familias) están lejos de ser perfectos, y por ello son bien humanos. Y por ello, cuando Yuri regresa a su antigua familia resuena la frase “¿Basta con dar a luz para ser madre…?”
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