El Muro de Berlín fue una cicatriz de 155 kilómetros que separó un pueblo durante casi tres décadas, desde el momento que se levantó en 1961 y hasta un 9 de noviembre de 1989, en que celebramos su caída. Y sigue siendo el recuerdo de una de las grandes heridas de nuestro tiempo. Y aunque hoy el cruce fronterizo de la Bornholmerstrasse, el famoso y siniestro Tränenpalast (Palacio de las lágrimas) y, sobre todo, Checkpoint Charlie se han convertido en lugares para el turismo, siguen recordándonos el “Muro de la vergüenza”. Baste un breve recuerdo de por qué se levantó y por qué de su caída.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Berlín quedó dividida en cuatro sectores de ocupación: soviético, francés, inglés y estadounidense. Posteriormente, en 1949 el área oriental que estaba en poder de los soviéticos quedó bajo la jurisdicción de la llamada República Democrática Alemana (RDA) y las otras tres formaron una sola área gobernada por la República Federal Alemana (RFA). En los años siguientes, la zona occidental empezó a prosperar mientras que el lado soviético sufría problemas económicos: y ocasionó que miles de berlineses que vivían bajo el régimen comunista migraran al Berlìn occidental.
Es por esta razón que la noche del 12 de agosto de 1961 las autoridades de la RDA decidieron levantar un muro provisional y cerrar 69 de los 81 puntos de control que existían a lo largo de línea que dividía a la ciudad en dos. Un día después, ya se había colocado una alambrada provisional de 155 kilómetros, interrumpiendo de la noche a la mañana el tránsito de vehículos y personas, muchas de las cuales trabajaban en la otra parte de la ciudad. Con el paso de los años, el muro, que inicialmente fue construido con ladrillos, acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, con un interior formado por cables de acero para aumentar su resistencia.
La caída del muro tuvo su origen en la apertura de las fronteras entre Austria y Hungría en mayo de 1989. El primero de esos países pertenecía al bloque occidental mientras que Hungría era parte del bloque conocido como la cortina de hierro, países cuyos regímenes estaban bajo la influencia soviética. Ante esta apertura, miles de alemanes del este empezaron a manifestarse en varias ciudades de la RDA exigiendo la libre circulación en la frontera. Sin embargo, el hecho desencadenante fue la confusión de un portavoz del gobierno en una conferencia de prensa en la que, con el afán de calmar los ánimos de la población, daba a conocer la nueva norma que permitía salir del país sin requisitos previos. Y esa misma noche del 9 de noviembre de 1989 miles de personas se agolparon en los puntos de control para cruzar a Berlín occidental y la euforia se prolongó durante los siguientes días. Casi un año después, el 3 de octubre de 1990, Alemania concretó su reunificación con la fusión de la RDA y RFA en un solo Estado.
No es de extrañar que un hecho así haya sido llevado multitud de veces a la gran pantalla: Un, dos, tres (Billy Wilder, 1961), Pink Floyd The Wall (Alan Parker, 1982), Octopussy (John Glen, 1983), El cielo sobre Berlín (Win Wenders, 1987), El silencio tras el disparo (Volker Schlöndorff, 2000), Berlin is in Germany (Hannes Stöhr, 2001), El túnel (Roland Suso, 2001), Flores negras (David Carreras, 2003), Good Bye Lenin (Wolfgang Becker, 2003) o La vida de los otros (Florian Henckel, 2006), entre otras muchas.
Pero hoy recordamos una película especial en este sentido. Y es especial por ser una película en blanco y negro coproducida por México y España, dirigida en el año 1965 por Ismael Rodríguez y filmada en la ciudad de Berlín con actores de ambos países. Y por darnos una visión del problema a través de la mirada de dos niños de 5 años que establecen una relación de amistad por el hueco que hacen entre las piedras del muro. Dos niños interpretados por unos jovencísimos actores españoles: el eje de todo la historia es Dieter (Nino del Arco, en lo que fue su segunda película, pues la primera en la que intervino fue Por un puñado de dólares de Sergio Leone), quien encuentra al otro lado del muro a su amiga, Martha (una jovencísima Inma de Santis en su primer papel en el cine). La película se titula, cómo no, El niño y el muro.
Y en los créditos iniciales ya vemos a nuestro pequeño protagonista corriendo junto a un muro con alambrada de una ciudad. A continuación entra en una tienda de juguetes, pues quiere comprar la pelota del escaparate, y allí el dueño está visionando en la televisión los inicios de la construcción del Muro de Berín en el lejano (y tan cercano) año de 1961 y los comentarios del locutor: “Esta extensa alambrada lo encierra dentro del territorio de Alemania Oriental hasta convertirlo en una isla”.
A continuación se nos presenta a su familia, formada por una madre que trabaja en una cadena de producción y un padre que es cartero, y que viven en en el Berlín Occidental en una situación familiar precaria pese a los esfuerzos, lo que influye en su relación de pareja. Cuando el padre llega a casa no saluda y la madre y el hijo le preparan el agua para los pies, su toalla y pantuflas. La preocupación social ahoga el afecto a los esposos y el afecto al hijo. Y ni puede satisfacer el deseo de la madre de tener otro hijo, y por ello Dieter le pregunta: ¿”De verdad cuestan mucho los niños?”. Y simbólicamente abre la ventana para que entre la cigüeña.
Porque Ditier, con tan solo 5 años, no recibe todo el afecto que precisa un niño de su edad, especialmente por parte de su padre, demasiado distante. Y el niño entra y sale solo de casa cuando regresa del colegio con su mochila. Y juega con su ratón enjaulado, por nombre Hans. Y siempre se pasa por la tienda de juguetes intentando comprar la pelota. Finalmente el padre le compra el balón, pero sin demasiado afecto, por lo que la madre le dice: “Tu hijo no te quiere. Te tiene miedo”.
Y todo ello ocurre en el Berlín de década de los 60, donde los inicios del muro conviven con una juventud de twist, guateques y máquinas de bolas,… Y una de estas jóvenes tiene 17 años y vive con su padre, mientras su madre está al otro lado del muro: “Aún no puedo creer que nosotros estemos aquí y ella allá. Y sin poder volver”. Una joven que inicia su vida (“He aprobado el examen: ya soy mecanógrafa”), mientras aparecen los idilios, incluido ese cierto afecto del militar que la espía desde el muro.
Y mientras Ditier juega con el balón este se pasa al otro lado del muro. Y ya todo su anhelo es recuperarla, pero todo intento es en vano. Por fin logra abrir un hueco en el muro y encuentra que su balón lo tiene una niña llamada Martha, a partir de donde surge una bonita amistad: “Te dejo mi pelota sino la gastas…”.
Y los niños se inventan juegos a través de la oquedad labrada en el muro. Y Martha le pregunta “¿Y nunca estás solo…?” Y Didier se inventa su familia: “A mí mi papá me sube en el coche, me compra árbol de Navidad, me compra patos, gatos y ratones. Y si le pido dinero, me lo da. ¡Fíjate! Y todos los días que va al cine me lleva con él”. Y con el paso de los días se declaran: “Ahora sí que somos amigos, amigos”. Pero finalmente los militares vuelven a tapar con una piedra el muro y separan esa amistad. Así son los muros…
Una amistad de dos niños a través de un muro o de una alambrada, que nos recuerda claramente a otra película mucho más conocida: El niño con el pijama de rayas (Mark Herman, 2008).
Pero en estos momentos en que me encuentro en pleno Congreso Nacional de Pediatría de México (CONAPEME) 2019, vale la pena recordar este película y su mensaje. Con un final en el que Didier le dice a Martha, mientras la pelota cruza la alambrada: “Te regalo la pelota. Y mañana abriremos otro agujero. Te lo prometo…”.
Porque hace casi 60 años se creó un muro entre las dos Alemanias. Y en nuestros días un peligroso presidente, de cuyo nombre no quiero acordarme, quiere construir otro “muro de la vergüenza” que separe Estados Unidos con México, para frenar la entrada irregular de inmigrantes, según dice, pero para provocar otra cicatriz en la Historia. Y es que qué poco aprendemos… Porque debemos romper muros y no crearlos. Debemos sumar y no dividir. Y esto va dirigido a los adultos y sus muros. Y nos hace reflexionar de ello El niño y el muro.
Porque hace casi 60 años se creó un muro entre las dos Alemanias. Y en nuestros días un peligroso presidente, de cuyo nombre no quiero acordarme, quiere construir otro “muro de la vergüenza” que separe Estados Unidos con México, para frenar la entrada irregular de inmigrantes, según dice, pero para provocar otra cicatriz en la Historia. Y es que qué poco aprendemos… Porque debemos romper muros y no crearlos. Debemos sumar y no dividir. Y esto va dirigido a los adultos y sus muros. Y nos hace reflexionar de ello El niño y el muro.
Muchas gracias por el contenido, me encanto la película. Ojala algún día no existan muros de vergüenza en el mundo. Saludos
ResponderEliminar