Se conoce con el anglicismo de “feel good movies” (o películas con sentimiento o buen rollo) a un estilo de películas para ver con toda la familia, películas que excluyen todo tipo de violencia, sangre y escenas de contenido sexual explicito, e incluso que añaden ser películas con valores o enseñanzas. Son películas pensadas para hacer sentir bien al espectador, pero se han convertido en una especie en extinción. Pues al atesorar tanta bondad no suelen tener muy buena prensa (y más si llevan niños incorporados entre los protagonistas), aún cuando por lo general, consiguen llevar a su terreno a numerosos espectadores. Se les critica su tendencia calculado manejo de emociones, algo que ya un grande como Frank Capra dominaba a la perfección.
Son de ese tipo de películas con las que el espectador sale del cine con una sensación agradable. Y con ello no queremos decir que tenga que ser una comedia, sino más bien una película que transmite y deja buena sensación. Y al exponer algunos ejemplos ya tratados en Cine y Pediatría, seguro que la definición queda clara: ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946), Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), Mejor… imposible (James L. Brooks, 1997), Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), Los chicos del coro (Christophe Barratier, 2004), En busca de la felicidad (Gabriele Muccino, 2006), Juno (Jason Reitman, 2007), El triunfo de un sueño (Kirsten Sheridan, 2007), The Blind Side (Un sueño posible) (John Lee Hancock, 2009), Un lugar para soñar (Cameron Crowe, 2011), Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012), El camino de vuelta (Nat Faxon, Jim Rash, 2013), St Vincent (Theodore Melfi, 2014), La familia Bélier (Eric Lartigau, 2014), Nuestro último verano en Escocia (Andy Hamilton, Guy Jenkin, 2014), Del revés (Pete Docter, Ronaldo Del Carmen, 2015), Yo, él y Raquel (Alfonso Gomez-Rejon, 2015), La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016), Sing Street (John Carney, 2016), Wonder (Stephen Chbosky, 2017), El buen maestro (Olivier Ayache-Vidal, 2017),...
Son muchas más, pero os dejamos estos ejemplos previos. Ejemplos al que se suma la película de hoy, Familia al instante (Sean Anders, 2018), una auténtica “feel good movie” en relación con la paternidad y la adopción, obra del incorregible director que nos tenía acostumbrado a comedias del tipo Desmadre de padre (2012), Padres por desigual (2015) o Dos padres por desigual (2107). Así pues, un director al que la palabra padre no es ajena – también en sus películas – y en esta ocasión tiñe esta paternidad de tintes autobiográficos, pues en realidad la historia contada no es muy diferente al que él y su familia vivieron. Y de hecho el padre de la película es su alter ego, interpretado por un actor habitual en sus películas como es Mark Wahlberg.
Y sí, Familia al instante es una curiosa película que mezcla sentimientos, con una historia que para muchos no será ajena, como es mostrarnos las dudas de una pareja a la hora de adoptar hijos y las situaciones que a partir de ese momento comienzan. Y sin embargo, el guión, interpretaciones y escenas nos generan una extraña felicidad. Porque Pete (Mark Walger) y Ellie (Rose Byrne) son una pareja que vive en la aparente comodidad que proporciona el no tener hijos, pero todo cambia cuando por distintos motivos la madre piensa en la posibilidad de adoptar. Y como ya no son jóvenes incluso se plantean comenzar acogiendo a un niño de cierta edad y para ello viajan de las páginas web a asociaciones, e incluso visitan lo que se conoce como feria de adopción (que es algo que realmente pasa) allí donde los adolescentes, como en esta película, están segregados a un lado porque todo el mundo tiene miedo de ellos. Y cuando les sugieren que pudieran intentar acoger un adolescente, Ellie comenta sobre ellos, poco convencida: “Usan drogas, ven gente jugar videojuegos en YouTube…”.
Finalmente conocen a la adolescente Lizzie (Isabela Moner), tan encantadora como inconformista, pero ella convive en el centro de acogida con sus dos hermanos pequeños: Juan (Gustavo Quiroz), el buen niño gafe que siempre pide perdón, y Lita (Julianna Gamiz), la pequeña rebelde. Y a para estos pequeños, Lizzie es más que una hermana, pues asume el papel de madre que no tienen a su lado, pues la madre real sale y entra de la cárcel y de su adicción a las drogas. Y aunque para Pete y Ellie tres hijos no estaba en su supuesto, la asistente social logra convencerles.
Y llega el momento de que los cinco convivan en una misma casa. Y aunque sin dramatizar, sentimos las dificultades propias de un proceso de adopción, también las alegrías, y las dudas y los temores. El desaliento, incluso. Porque quizás, cada adopción, empieza con algún nivel de tragedia, pues cada niño – sobre todo a mayor edad – viene con su mochila, con un pasado no fácil, con un presente confuso y con una interrogación en el futuro. Por ello, la asistente social Karen (Octavia Spencer), les avisa: “Tengan en cuenta que esto no va a ser fácil”.
Pero el tiempo y el amor puesto en el empeño vencen cualquier duda o dificultad.
Y la acogida y adopción, tantas veces descrita como un drama – recordamos La pequeña Lola (Bertrand Tavernier, 2004), Vete y vive (Radu Mihaileanu, 2005) o La adopción (Daniela Fejerman, 2015) - es relajante verla reflejada con películas con este “feel good movie”, entre risas y lágrimas. Y sí, vuelve a marcarnos el camino el personaje de Karen: “Con un poco de estructura y amor, estos niños podrían florecer”.
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