“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul” (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma). Son las palabras mágicas con que Vladimir Nabokov abre el mundo de "Lolita", una de las novelas más perturbadoras y cautivadoras de la literatura, y un clásico universal y cuya belleza aumenta con el tiempo. Porque más allá del deseo, más acá del amor, rodeado de obsesión y dolor, el protagonista de la novela, un escritor llamado Humbert Humbert, hace público su “pecado” de amar y desear a una adolescente con el arte de la literatura hasta crear una de las más sutiles y complejas creaciones literarias de nuestro tiempo. Corría el año 1955 y, quién sabe, quizás esta obra hoy no se hubiera escrito... Pero expiraba el siglo XIX cuando Vladimir Nabokov nació en San Petersburgo en una familia aristocrática y fue en el año 1919, en plena Revolución comunista, cuando su familia abandonó su país bajo el régimen dictatorial para establecerse en diversos países alrededor del mundo: Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos (incluso adquirió la nacionalidad estadounidense) y allí escribió nuestra “Lolita”. Primero huyó de los bolcheviques, luego huyó de los nazis. Y en la última etapa de su existencia residió en Suiza y, como muchos artistas, decidió morir en ese paraíso llamado Montreux y desde allí contempló como su "Lolita" desató un escándalo moral, cuando justo lo que Nabokov buscaba era alejarse de la moral.
“Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba de pie, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita”. Y a partir de ahí se acuñó ese nombre para referirse a aquellas preadolescentes tan seductoras como inocentes de su propio milagro de atracción sobre algunos hombres. Porque "Lolita" es una matrioska en la realidad y en la ficción: en manos de los lectores surgen múltiples lecturas, pero siempre belleza. Y como ocurre con las grandes obras literarias, se intentan transformar en guión y trasladar a la gran pantalla. Y esta novela ha sido adaptada en dos versiones cinematográficas: una en blanco y negro dirigida por el gran Stanley Kubrick en el año 1962, y en una segunda versión en color dirigida por Adrian Lyne en 1997.
Una novela con cuatro personajes icónicos: Dolores Haze, Lolita, la adolescente de 12 años, y su madre viuda Charlotte Haze, divertida y moderna, competidoras ambas por los hombres que las rodean; Humbert Humbert, el escritor que alquila la casa para acabar convirtiéndose en el esposo de Charlotte, pero especialmente el padrastro de Lolita; y Claire Quilty, ese misterioso guionista de televisión que se transforma en policía, psicólogo y otros muchos personajes. En la versión cinematográfica en blanco y negro estos personajes fueron interpretados por Sue Lyon, Shelley Winters, James Mason y Peter Sellers. En la versión en color por Dominique Swain, Melanie Griffith, Jeremy Irons y Frank Langella. En la primera con la compañía musical de Nelson Riddle, en la segunda con Ennio Morricone.
Y cada uno tendrá su especial visión de una u otra adaptación. Los críticos consideran que la versión original de Kubrick es mejor en la definición e interpretaciones de cada uno de sus cuatro personajes, aunque parece que la versión de Lyne es más fiel a la novela de Nabokov. Cierto es que los inicios de la década de los 60 no pueden ser iguales al final de la década de los 90 a la hora de contar en imágenes la relación que Lolita mantiene con su padrastro, y en donde en la primera todo se insinúa en la segunda todo resulta más explicito. Personalmente me quedó con el eterno blanco y negro de la versión original y en la que, como nos dice el misterioso lobo feroz con piel de conejo por nombre Claire Quilty: “Lolita, diminutivo de Dolores, las lágrimas y las flores”. Sea como sea, ambas películas conllevaron un mismo destino a sus dos jóvenes actrices: Sue Lyon y Dominique Swain fueron elegidas entre miles de aspirantes para interpretar el escandaloso papel de Lolita, y el papel que las iba a convertir en estrellas acabó relegándolas al olvido y destruyó sus prometedoras carreras.
Y me centro en la versión de Stanley Kubrick. En la escena inicial aparece una suntuosa mansión desordenada por lo que uno imagina que ha sido una pasada fiesta nocturna, y donde se comete un asesinato, se intuye que por venganza: “Es su sentencia de muerte, léalo”. Y luego la película regresa a 4 años antes donde entenderemos el por qué. Y nos traslada a esa formidable escena donde Charlotte enseña a Humbert la casa en New Hampshire que quiere alquilar y a éste le desaparece cualquier duda sobre su decisión cuando ve por primera vez a nuestra joven protagonista en bañador en el jardín, inolvidable escena, junto con la posterior del hula hoop. Y a partir de ahí Humbert escribe en su diario lo que siente por Lolita: “Me vuelve loco la doble naturaleza de esa ninfa. De todas las ninfas, tal vez. Esa mezcla que tiene Lolita de ternura y soñador puerilidad y una especie de vulgaridad inquietante. Sé que es una locura escribir este diario, pero me proporciona una rara emoción…” Pero la celotipia de madre e hija acaba con ésta en un campamento, y así despide su ya padrastro: “Supongo que no volveré a verte. No me olvides”.
Y Charlotte escribe esta carta a su inquilino: “Esto es una confesión. Te quiero. Cariño, el domingo pasado en la iglesia cuando le pregunté al Señor qué debía hacer al respecto, me dijo que actuara como lo estoy haciendo. Ya ves que no hay alternativa. En cuanto te vi, supe que te amaba. Soy una mujer apasionada y solitaria. Y tú eres el amor de mi vida. Ahora los sabes. Así que, por favor, haz las maletas y márchate. Te lo ordena la patrona. Estoy despidiendo a un inquilino. Te estoy echando. Vete, largo, “departez”. Volveré a la hora de la cena. No quiero encontrarte en casa. Pero, “chérie”, si decides quedarte, si te encuentro en casa, y sé que no será así, por eso puedo seguir hablándote de este modo, el hecho de que te quedes puede significar una cosa, que tú me deseas tanto como yo a ti, como compañera para toda la vida y que estás dispuesto a unir tu vida a la mía para siempre y a ser un padre para mi hijita. Adiós, querido. Reza por mí, si es que alguna vez rezas”. Y la risa de Humbert al terminar su lectura es de satisfacción, pues sabe que siempre estará cerca de Lolita.
Un atropello accidental de Charlotte provoca un giro argumental de la película, que a partir de aquí adquiere el sabor de road movie con tintes de cine negro, en la que Humbert recoge a Lolita del campamento y viajan juntos, sin que ésta conozca inicialmente el trágico final de su madre. Y él le dice: “Lo pasamos muy bien juntos, ¿verdad Lolita?”, y ella le responde: “¿Sabes lo que más deseo en este mundo? Que estés orgullosa de mí”. Y otra icónica escena, donde el padrastro pinta las uñas de los pies a Lolita, nos delata oscuros caminos que la pantalla no muestra, esa mezcla del vampirismo de Lolita y de la pederastia de Humbert. Y merodeando esta relación, los distintos personajes del misterioso Quilty, sobre quien Lolita mantiene una oculta atracción, similar a la obra que interpreta bajo su dirección y por título “Las hechiceras hechizadas”.
Finalmente Lolita huye de su padrastro tras una furtiva salida de un hospital. Y un fundido en negro nos devuelva a años después sobre este texto en una máquina de escribir: “Querido papá. ¿Cómo va todo? Yo he pasado muchas penurias y dificultades. Me he casado. Voy a tener un niño. Me estoy volviendo loca porque no tenemos suficiente dinero para pagar nuestras deudas y salir de aquí. Por favor, envíanos un cheque”. Curiosamente una carta escrita un 19 de marzo, Día del Padre…
Y al final la película regresa al principio. Y entonces, cuando Humbert descubre el nombre de la persona que ayudó a Lolita a huir de aquel hospital y a escapar de él, conocemos la verdad y de ahí el epílogo del film: “Humbert Humbert murió en la cárcel de trombosis coronaria mientras esperaba ser juzgado por el asesinato de Claire Quilty”.
Y así finaliza, tras 152 minutos de metraje, este complejo y duro retrato de una obsesión, esa enfermiza relación entre el carácter destructivo de nuestra poco inocente Lolita y el autodestructivo del romántico patético de Humbert. La historia de un amor obsesivo, dominado por celos exagerados, alimentado por un deseo de posesión extralimitado y asociado a temores, inseguridades y frustraciones. Un amor intergeneracional, un amor con connotaciones pedófilas, donde interesa observar la evolución de Humbert: seguro e ingenioso al principio, inseguro cuando está con Lolita y frío, sombrío y sin autoestima al final. Y es que a Stanley Kubrick siempre le gustó tratar universales y controvertidas cuestiones, como el pacifismo en Senderos de gloria (1957), la lucha por la libertad en Espartaco (1960) o la cosmología, el pasado y el futuro en 2001: Una odisea del espacio (1968), y en esta ocasión nuestra Lolita habla de la libido, la más ardiente de las pasiones humanas, y ese difícil tránsito para vencer la concupiscencia.
Por desgracia para la sociedad y para nuestra profesión, todo lo anterior a veces no adquiere el carácter de obra de arte literaria o cinematográfica, sino de triste y desdeñable realidad. Se cuenta que Nabokov con Lolita hace referencia a un caso parecido ocurrido en 1948, el de Sally Horner, una niña de 11 años abducida durante meses por un mecánico de 50 años. Porque Humbert Humbert es consciente de que es un “enfermo”, un monstruo a ojos de la sociedad. Y son los recovecos de la mente humana los que le interesan a Nabokov (a Kubrick y a Lyne), una forma de explorar este universo conceptual y sacarle jugo artístico a una realidad aterradora.
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