Es Nadine Labaki una directora y actriz libanesa que se forma en Beirut, lugar que transforma en epicentro de su escasa filmografía. Porque comenzó dirigiendo anuncios de televisión y videoclips para importantes intérpretes de Oriente Medio, pero es en el año 2007 cuando da el salto a la gran pantalla con Caramel, que a la postre se convirtió en la película libanesa más aclamada internacionalmente hasta la fecha: la historia de cinco mujeres libanesas que afrontan temas como el amor prohibido, las ataduras de las tradiciones, la represión sexual, la lucha por aceptar el proceso natural de envejecimiento con la edad y el enfrentamiento entre el deber y el deseo. Y es en el año 2018 cuando da un giro radical a su carrera y estrena una fábula contemporánea que es el resultado de más de tres años de investigación por los barrios marginales, un largo casting de actores no profesionales, seis meses de rodaje y 500 horas de material. La película lleva por título Cafarnaum (con el subtítulo de La ciudad olvidada) y nos relata el viaje vital de Zain, un inteligente y valiente niño de 12 años que sobrevive a los peligros de las calles de Beirut y sobrevive a sus padres, a los que demanda a través de la justicia por el crimen de haberle dado la vida.
Y mientras en Caramel nos muestra un Beirut cálido y acogedor en el que las personas se enfrentan a problemas universales, en Cafarnaum nos presenta una ciudad arrasada por la guerra donde las duras imágenes nos enfrentan a una ciudad tan muerta como la propia mirada de Zain, una ciudad con tan poca ilusión como nuestro protagonista. Y con esta película ha conseguido el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, para la que sin duda es una de las películas más emocionantes del año 2018 que, además, fue nominada al Oscar a Mejor película de habla no inglesa, premio que fue a parar a Roma (Alfonso Cuarón, 2018).
Cafarnaúm (en hebreo, "pueblo de Nahum") era un antiguo poblado pesquero ubicado en la antigua Galilea, en lo que hoy sería Israel, a orillas del mar de Galilea. Es conocida por los cristianos como "la ciudad de Jesús", nombrada en el Nuevo Testamento y que fuera uno de los lugares elegidos por Jesús de Nazareth para transmitir su mensaje y realizar algunos de sus milagros. Pero “cafarnaúm” es también una palabra francesa que significa leonera, desorden… y algo así es la vida y circunstancias de nuestro protagonista. Porque Nadine Labaki cree firmemente en el poder del cine como agitador de conciencias y despertador de morales dormidas, insensibles ya ante tantas miserias y tragedias que nos asaltan en los noticiarios. Y por ello nos abofetea con este horror, con este “cafarnaúm”, con este desorden y leonera que es la vida que rodea a Zain (Zain Al Rafeea, un milagro de actor no profesional).
“Quiero denunciar a mis padres… por haberme traído al mundo”. Es lo que dice Zain en el juicio que inicia la película. Porque este film utiliza una premisa a priori inverosímil como punto de partida: Zain, encarcelado por apuñalar a “un hijo de puta”, decide denunciar a sus padres por darle la vida, por traerle a un mundo sin poder ofrecerle ni siquiera una identidad (son tan pobres que no pudieron pagar su registro, por lo que Zain no existe). Su ira se equilibra con la elocuencia de su abogada (la propia Labaki en la película) y la historia es un largo flashback que narra la realidad que ha padecido Zain hasta llegar ahí.
Y somos espectadores de cómo ocho hermanos que viven y sobreviven en las calles de una ciudad que también es un esqueleto. Niños que sus padres no envían al colegio y sí a las calles a vender y a someterse a todos los peligros de una gran urbe. Zain trabaja como repartidor en las barriadas de Beirut, pero huye del hogar con ira cuando no puede evitar que sus padres vendan en matrimonio a su hermana adolescente, Sahar. Muy dura las escenas de la salida de casa de Sahar, y la agresión física de los padres hacia ella y su hermano que la defiende para que no lo hagan, y con un padre que les dice: “Me cago en vosotros. ¡Basta con este infierno! ¡Una palabra más y te arranco la lengua!”.
Y a partir de ahí, la hégira de nuestro protagonista, con diversos personajes en el camino. Entre ellos el antológico Hombre Cucaracha (el “primo” de Spiderman, según le explica) y, sobre todo, su encuentro con Tigest, la etíope ilegal que esconde a su bebé de un año, Yonas. Y cuando la madre es detenida, Zain se queda al cargo del lactante, allí donde comienza un conjunto de escenas terribles sobre lo que es la infancia robada. Y cuándo le preguntan a Zain “¿Lo has robado o lo usas para pedir?“, él contesta, para decir que es su hermano: “Todos nacimos negros como él y después clareamos con el tiempo”. Y también el encuentro con la niña refugiada iraní, que sueña con viajar a Suecia, porque “nadie se mete contigo, tendré mi propia habitación,…y allí los niños solo mueren por causas naturales”. Y en este periplo ya no podremos olvidar la imagen icónica de Zain arrastrando el monopatín con las ollas y Yonas dentro.
Y cuando Zain regresa al hogar en busca de papeles que le identifiquen para salir del país, el padre le dice: “Somos insectos, amigo mío, ¿no lo entiendes? Somos parásitos. O aceptas la vida sin papeles o bien podrías tirarte por la ventana…¡Lárgate de aquí antes de que te mate!...¡Vuelve al sitio del que hayas venido, animal! Malditos seáis tú, tu madre y quien te haya traído a este mundo”. Y es en esos momentos cuando Zain se entera de que a su hermana Sahar le ha pasado algo,… y se precipita el final…
Y cuando regresamos al juicio, la madre se defiende así: “¿Cómo se atreven a juzgarme? ¿Han estado alguna vez en mi lugar? ¿Han vivido mi vida? Nunca lo han hecho ni lo harán. Ni en su peor pesadilla. Si lo hicieran, se ahorcarían. Imaginen tener que alimentar a sus hijos con agua y azúcar porque no tienen nada que darles. Estoy dispuesta a cometer cien crímenes por mantener a mis hijos con vida. Son míos, el tesoro de mi vida. Nadie tiene derecho a juzgarme, soy mi propia juez. Son carne de mi carne, ¿lo entienden?”. Pero ello no es òbice para que Zain repudie a su madre, sobre todo cuando ésta le dice que está embarazada por enésima vez y que si es una niña la volverá a poner Sahar.
Y desde la cárcel, Zain logra colar una llamada de SOS en un programa de televisión: “Quiero denunciar a mis padres. Quiero que los adultos oigan lo que tengo que decir. Estoy harto de los que no saben cuidar de sus hijos. De todos los insultos, todos los golpes, todas las palizas. La cadena, la manguera o el cinturón. Lo más bonito que oigo es “¡Qué te den, hijo de puta!”, “¡Lárgate, cabrón!”. La vida es una mierda de perro. Más asquerosa que mis zapatos. Vivo en el infierno. Me están asando como al pollo que me encantaría comer. La vida es muy cabrona. Esperaba ser un buen hombre, respetado y querido por todos. Pero Dios no lo quiere. Quiere que seamos felpudos y que nos pisen”.
Y en el juicio Zaín pide una cosa a sus padres: que dejen de tener hijos. Aunque al final quizás todo vale la pena si se reencuentra el abrazo de una madre con el pequeño Yonas, o si Zain consigue sonreír… Y todo en un tramo final acompañado por los rasgados de violín que acompañan a todos los sentimientos que se nos acumulan.
Es cierto que desde hace unos años se habla de una corriente de cine deshumanizado que se ha denominado "cine de la crueldad". Y en este entorno recordamos desde Cine y Pediatría películas de Michael Haneke (Funny Games, 1997 y su propio remake americano diez años después), de los hermanos Dardenne (Rosetta, 1999), de Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, 2002), de Ken Loach (Felices dieciséis, 2002), de Shane Meadows (This is England, 2006), de Andrea Arnold (Fish Tank, 2009), de Yorgos Lanthimos (Canino, 2009), de Peter Mullan (Neds, 2010), de Kim Chapiron (Dog Pound/La perrera, 2010), de Lynne Ramsay (Tenemos que hablar de Kevin, 2011) o de Emmanuelle Bercot (La cabeza alta, 2015). Puro cine social y sociológico en los que destaca la extrema deshumanización y brutalidad de sus personajes y situaciones. Y ahora llega Cafarnaum, una desoladora historia de infancia ultrajada, apelando a veces a un exceso de sentimentalismo, pero capturando en toda su crudeza las vivencias mostradas. Y en la que será difícil olvidar la mirada y expresividad de Zain, una mirada que nos araña el alma – y más en las escenas que comparte con el pequeño Yonas -.
Cierto es que esta dura película es motivo de controversia entre crítica y público: a la mayoría es posible que la crudeza de la historia y sus imágenes le provoque emoción y conmoción, empatía y sensibilidad; pero también hay quien la señala como pornomiseria, esa cínica palabra que nos llena superioridad moral para protegernos en la idea de que, en realidad, ninguno podríamos hacer nada por Zain, este niño con mirada de adulto que ha vivido demasiado y nada al mismo tiempo.
Es Cafarnaum una película políticamente incorrecta, aunque nos muestre lo que aún es una realidad en muchos países y circunstancias, por los maltratos físicos, psicológicos e insultos que los padres propinan a sus hijos, sin amparo de la sociedad que les rodea. Porque hay lugares donde la infancia no tiene casi valor, donde se niega la niñez - ese maravilloso tiempo que se antoja de inocencia y felicidad -. Y Cafarnaum es un paradigma de la negación de le niñez.
Cafarnaúm (en hebreo, "pueblo de Nahum") era un antiguo poblado pesquero ubicado en la antigua Galilea, en lo que hoy sería Israel, a orillas del mar de Galilea. Es conocida por los cristianos como "la ciudad de Jesús", nombrada en el Nuevo Testamento y que fuera uno de los lugares elegidos por Jesús de Nazareth para transmitir su mensaje y realizar algunos de sus milagros. Pero “cafarnaúm” es también una palabra francesa que significa leonera, desorden… y algo así es la vida y circunstancias de nuestro protagonista. Porque Nadine Labaki cree firmemente en el poder del cine como agitador de conciencias y despertador de morales dormidas, insensibles ya ante tantas miserias y tragedias que nos asaltan en los noticiarios. Y por ello nos abofetea con este horror, con este “cafarnaúm”, con este desorden y leonera que es la vida que rodea a Zain (Zain Al Rafeea, un milagro de actor no profesional).
“Quiero denunciar a mis padres… por haberme traído al mundo”. Es lo que dice Zain en el juicio que inicia la película. Porque este film utiliza una premisa a priori inverosímil como punto de partida: Zain, encarcelado por apuñalar a “un hijo de puta”, decide denunciar a sus padres por darle la vida, por traerle a un mundo sin poder ofrecerle ni siquiera una identidad (son tan pobres que no pudieron pagar su registro, por lo que Zain no existe). Su ira se equilibra con la elocuencia de su abogada (la propia Labaki en la película) y la historia es un largo flashback que narra la realidad que ha padecido Zain hasta llegar ahí.
Y somos espectadores de cómo ocho hermanos que viven y sobreviven en las calles de una ciudad que también es un esqueleto. Niños que sus padres no envían al colegio y sí a las calles a vender y a someterse a todos los peligros de una gran urbe. Zain trabaja como repartidor en las barriadas de Beirut, pero huye del hogar con ira cuando no puede evitar que sus padres vendan en matrimonio a su hermana adolescente, Sahar. Muy dura las escenas de la salida de casa de Sahar, y la agresión física de los padres hacia ella y su hermano que la defiende para que no lo hagan, y con un padre que les dice: “Me cago en vosotros. ¡Basta con este infierno! ¡Una palabra más y te arranco la lengua!”.
Y a partir de ahí, la hégira de nuestro protagonista, con diversos personajes en el camino. Entre ellos el antológico Hombre Cucaracha (el “primo” de Spiderman, según le explica) y, sobre todo, su encuentro con Tigest, la etíope ilegal que esconde a su bebé de un año, Yonas. Y cuando la madre es detenida, Zain se queda al cargo del lactante, allí donde comienza un conjunto de escenas terribles sobre lo que es la infancia robada. Y cuándo le preguntan a Zain “¿Lo has robado o lo usas para pedir?“, él contesta, para decir que es su hermano: “Todos nacimos negros como él y después clareamos con el tiempo”. Y también el encuentro con la niña refugiada iraní, que sueña con viajar a Suecia, porque “nadie se mete contigo, tendré mi propia habitación,…y allí los niños solo mueren por causas naturales”. Y en este periplo ya no podremos olvidar la imagen icónica de Zain arrastrando el monopatín con las ollas y Yonas dentro.
Y cuando Zain regresa al hogar en busca de papeles que le identifiquen para salir del país, el padre le dice: “Somos insectos, amigo mío, ¿no lo entiendes? Somos parásitos. O aceptas la vida sin papeles o bien podrías tirarte por la ventana…¡Lárgate de aquí antes de que te mate!...¡Vuelve al sitio del que hayas venido, animal! Malditos seáis tú, tu madre y quien te haya traído a este mundo”. Y es en esos momentos cuando Zain se entera de que a su hermana Sahar le ha pasado algo,… y se precipita el final…
Y cuando regresamos al juicio, la madre se defiende así: “¿Cómo se atreven a juzgarme? ¿Han estado alguna vez en mi lugar? ¿Han vivido mi vida? Nunca lo han hecho ni lo harán. Ni en su peor pesadilla. Si lo hicieran, se ahorcarían. Imaginen tener que alimentar a sus hijos con agua y azúcar porque no tienen nada que darles. Estoy dispuesta a cometer cien crímenes por mantener a mis hijos con vida. Son míos, el tesoro de mi vida. Nadie tiene derecho a juzgarme, soy mi propia juez. Son carne de mi carne, ¿lo entienden?”. Pero ello no es òbice para que Zain repudie a su madre, sobre todo cuando ésta le dice que está embarazada por enésima vez y que si es una niña la volverá a poner Sahar.
Y desde la cárcel, Zain logra colar una llamada de SOS en un programa de televisión: “Quiero denunciar a mis padres. Quiero que los adultos oigan lo que tengo que decir. Estoy harto de los que no saben cuidar de sus hijos. De todos los insultos, todos los golpes, todas las palizas. La cadena, la manguera o el cinturón. Lo más bonito que oigo es “¡Qué te den, hijo de puta!”, “¡Lárgate, cabrón!”. La vida es una mierda de perro. Más asquerosa que mis zapatos. Vivo en el infierno. Me están asando como al pollo que me encantaría comer. La vida es muy cabrona. Esperaba ser un buen hombre, respetado y querido por todos. Pero Dios no lo quiere. Quiere que seamos felpudos y que nos pisen”.
Y en el juicio Zaín pide una cosa a sus padres: que dejen de tener hijos. Aunque al final quizás todo vale la pena si se reencuentra el abrazo de una madre con el pequeño Yonas, o si Zain consigue sonreír… Y todo en un tramo final acompañado por los rasgados de violín que acompañan a todos los sentimientos que se nos acumulan.
Es cierto que desde hace unos años se habla de una corriente de cine deshumanizado que se ha denominado "cine de la crueldad". Y en este entorno recordamos desde Cine y Pediatría películas de Michael Haneke (Funny Games, 1997 y su propio remake americano diez años después), de los hermanos Dardenne (Rosetta, 1999), de Fernando Meirelles (Ciudad de Dios, 2002), de Ken Loach (Felices dieciséis, 2002), de Shane Meadows (This is England, 2006), de Andrea Arnold (Fish Tank, 2009), de Yorgos Lanthimos (Canino, 2009), de Peter Mullan (Neds, 2010), de Kim Chapiron (Dog Pound/La perrera, 2010), de Lynne Ramsay (Tenemos que hablar de Kevin, 2011) o de Emmanuelle Bercot (La cabeza alta, 2015). Puro cine social y sociológico en los que destaca la extrema deshumanización y brutalidad de sus personajes y situaciones. Y ahora llega Cafarnaum, una desoladora historia de infancia ultrajada, apelando a veces a un exceso de sentimentalismo, pero capturando en toda su crudeza las vivencias mostradas. Y en la que será difícil olvidar la mirada y expresividad de Zain, una mirada que nos araña el alma – y más en las escenas que comparte con el pequeño Yonas -.
Cierto es que esta dura película es motivo de controversia entre crítica y público: a la mayoría es posible que la crudeza de la historia y sus imágenes le provoque emoción y conmoción, empatía y sensibilidad; pero también hay quien la señala como pornomiseria, esa cínica palabra que nos llena superioridad moral para protegernos en la idea de que, en realidad, ninguno podríamos hacer nada por Zain, este niño con mirada de adulto que ha vivido demasiado y nada al mismo tiempo.
Es Cafarnaum una película políticamente incorrecta, aunque nos muestre lo que aún es una realidad en muchos países y circunstancias, por los maltratos físicos, psicológicos e insultos que los padres propinan a sus hijos, sin amparo de la sociedad que les rodea. Porque hay lugares donde la infancia no tiene casi valor, donde se niega la niñez - ese maravilloso tiempo que se antoja de inocencia y felicidad -. Y Cafarnaum es un paradigma de la negación de le niñez.
Genial. Gracias por descubrirnos estas joyas
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