Es habitual que de grandes cuentos, cuentos para la infancia con mensajes para los adultos donde se conjugan la fantasía con la realidad, surjan tarde o temprano la película correspondiente. En Cine y Pediatría ya podemos rememorar unos cuantos, como por ejemplo
El señor de las moscas (Peter Brook, 1963), El tambor de hojalata (Volker Schöndorff, 1979), La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), Matilda (Danny DeVito, 1996), La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1998), Un puente hacia Terabithia (Gábro Csupó, 2007), Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007), El niño de marte (Menno Meyjes, 2007), Donde viven los monstruos (Spike Jonze, 2009), La vida de Pi (Ang Lee, 2012), El extraordinario viaje de T.S. Spivet (Jean-Pierre Jeunet, 2013), El principito (Mark Osborne, 2015), Un monstruo viene a verme (Juan Antonio Bayona, 2016), La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016), o Wonder (Stephen Chbosky, 2017), entre otros.
Y hoy regresa una más. Porque “Charlotte’s Web” es un hermoso libro de literatura infantil publicado en 1952 por E. B. White, un libro que debido a su fácil lectura y los grandes mensajes que da es uno de los libros favoritos de niños y adultos, un clásico de la literatura infantil estadounidense y mundial. Y posiblemente uno de los títulos más editados de la literatura para niños, probablemente porque es muy leído en las escuelas del mundo anglosajón, por lo que no hay duda de que ha tenido su versión cinematográfica, dos en concreto: la primera versión fue de animación tradicional producida por Hanna Barbera, bajo el título de Las aventuras de Wilbur y Carlota (Charles A. Nichols e Iwao Takamoto, 1973) y la segunda es la que hoy nos convoca, La telaraña de Carlota (Gary Winick, 2006).
La narración está situada en una granja donde nace un lechón tan escuálido que el granjero se dispone a sacrificarlo. Pero su hija consigue que se lo regale para criarlo con biberón y que después viva en un establo, entre los otros animales. Y aquí comenzará la historia de una amistad entre la niña, el cerdito Wilbur y una memorable y filosófica araña, Carlota, quien teje en su telaraña palabras para definir a su nuevo amigo. La relación de los amigos pronto tendrá un propósito muy claro: salvar a Wilbur del matadero a través de su éxito en la feria de animales. Pero la mezcla inseparable de la vida y la muerte que consiste en el núcleo duro de la obra toma un nuevo camino cuando, en la misma feria, Carlota sabe que ha llegado al final de su corta vida. Wilbur salvará entonces sus huevos y los llevará de nuevo al establo, donde cada primavera nacerán nuevas arañas que se esparcirán por el campo, aunque siempre se quedarán algunas para renovar el vínculo entre en Wilbur y las descendientes de Carlota. El relato, hecho de diálogos y acciones bien encadenadas, respira la placidez, la aventura y la descripción de sentimientos que hayamos a menudo en la tradición anglosajona de narraciones protagonizadas por animales de la campiña.
Es esta historia todo un clásico que mantiene todo su encanto, y sus muchas enseñanzas reflejadas en estas frases y pensamientos: “Confía en mí, Wilbur. La gente es muy crédula. Creerán cualquier cosa que vean impreso”, “No escribas sobre el hombre; escribe sobre un hombre”, “Wilbur no quería comida, quería amor”, “Si puedo engañar a un insecto … sin duda puedo engañar a un hombre. La gente no es tan inteligente como los insectos”, “Usted ha sido mi amiga, eso en sí es algo tremendo”, “Es muy satisfactorio ganar un premio frente a mucha gente”, “No lo entiendo, y no me gusta lo que no entiendo”, “Después de todo, ¿qué es una vida? Nacemos, vivimos un poco y morimos. Es el ciclo vital natural”, “¡Nunca te apures y nunca te preocupes!”.
La telaraña de Carlota, tanto la novela como la película, resguardan un gran mensaje sobre la amistad, la unidad y el verdadero amor, un libro para niños con mensajes para todas las edades. La película comienza durante la primavera en una granja en el estado estadounidense de Maine. Cuando la niña Fern Arable se da cuenta de que su padre planea matar una cría de cerdo por ser demasiado pequeña, y le convence de que no la haga. Éste da la pequeña cría a Fern, quien lo llama Wilbur y lo cría como su mascota. Pero cuando Wilbur se hace adulto, Fern se ve forzada a llevarlo a la granja de su tío Zuckerman, donde será preparado para una cena de Navidad.
Y a lo largo de la película vemos desfilar los diferentes animales de la granja (y las voces que lo doblan, de ahí de la importancia – siempre – de la versión original): el cerdo Wilbur (Dominic Scott Kay), la araña Charlotte (Julia Roberts), la rata Templeton (Steve Buscemi), la oveja Samuel (John Cleese), el ganso Gussy (Oprah Winfrey), la vaca Bitsy (Kate Bates), el caballo Ike (Robert Redford)… y la narración de Sam Shepard. Y en el papel de la niña Ferna la adorable actriz Dakota Fanning, quien ya forma parte de la familia de Cine y Pediatría, en películas tan significativas como Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001), El fuego de la venganza (Tony Scott, 2004) y American Pastoral (Ewan McGregor, 2016).
Y al final de la película se precipitan los mensajes y enseñanzas de esta película sobre el valor de la amista y la lealtad. Porque tras ganar Wilibur el premio, son significativas las palabras del granjero Zuckerman: “¿Qué puedo decir de este cerdo que no hay dicho ya? Sé que muchos de ustedes han venido a la granja a ver las palabras. Muchos me han preguntado cómo puede haber sucedido. No lo sé, pero ha ocurrido en un momento en el cual no vemos muchas cosas milagrosas. O quizás sí. Quizás la tengamos siempre alrededor cada día y no sepamos mirar. No podemos negar que nuestro pequeño Wilbur es parte de algo más grande que todos nosotros. Y la vida en esa granja es mucho mejor con él. Es un cerdo muy especial”.
Y al final, tras la muerte de Carlota al dar la vida por su progenie, toda una reflexión en off: “No puede decirse que Carlota se hubiera ido para siempre. Vivía en los corazones de quienes la conocieron y en los de quienes no la conocieron. Algo había cambiado en el condado de Somerset. Era como si la gente supiera que ahora vivía en un lugar especial. Y en pequeños detalles empezaron a ser especiales, un poco más ambles, más comprensivos. Y los animales también se sintieron distintos. Más unidos. El calor de su amistad les ayudó a pasar los largos meses fríos. Lo mostraron en pequeños gestos de amabilidad, de paciencia inusual y promesas cumplidas. Hasta el más duro de los corazones se puso a tono para la ocasión. Y al final, la mayor de todas las promesas: un cerdo de primavera vio su primera nevada. Fue como si propia Carlota hubiera agitado el cielo. Como siempre, la calma del invierno siguió hasta el primer deshielo. Y luego, los primeros brotes de la primavera. Y antes de que te dieras cuenta, la vida había vuelto al punto de partida”.
Y este colofón, que bien vale una novela y una película: “Este es el milagro de la amistad. No es frecuente encontrar a alguien que sea un buen amigo y escritor. Carlota era ambas cosas”.
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