En el año 1692 acaeció en la ciudad de Salem, próxima a Boston, una de las muestras más paradigmáticas de histeria colectiva y un claro ejemplo de lo que nunca debe ser la justicia: se conoció como la historia de las brujas de Salem y básicamente fue un juicio contra varios de sus vecinos que fueron acusados de la práctica de brujería. Un suceso mítico que ha hecho correr ríos de tinta en la literatura y el cine.
¿Pero qué sucedió en Salem? Todo parece que comenzó cuando dos niñas del pueblo, de 9 y 11 años, empezaron a sufrir espasmos y convulsiones varias. Entre lloros dijeron que unas mujeres las embrujaron. El juez local lo que hizo fue creerlas y comenzó una investigación que hizo que creciera entre sus ciudadanos la histeria colectiva, haciendo que cada día aparecieran más niñas supuestamente embrujadas y nuevos implicados, hasta el punto de ser 141 los acusados. Al final, 20 de los acusados terminaron siendo ejecutados y cinco fallecieron en prisión. Cuatro años después del juicio, los jurados que dictaron sentencia, llegaron a firmar una confesión de error, donde dijeron que su actuación se debió al miedo que se produjo desde el comienzo de las acusaciones. Por si fuera poco, el veredicto estaba alejado de la imparcialidad, siendo los acusados de clases sociales desfavorecidas.
El caso de las brujas de Salem fue una bola de nieve imposible de parar, donde la opinión pública de la época solo se conmovió cuando esta locura desatada llegó a las capas más altas de la sociedad estadounidense, pues hasta el presidente de la Universidad de Harvard llegaría a verse en acusaciones. El gobernador William Phips perdonó finalmente a todos los que eran sospechosos de brujería que todavía no habían sido ejecutados: la razón por la que se dice que tomó la decisión fue porque su mujer también fue acusada de brujería. Pero leemos en las crónicas que cuando ocurrió esto ya habían pasado 18 meses desde el comienzo de la cacería. Un caso realmente horripilante donde no se puede explicar cómo partiendo de unos rumores sin base, se pudo terminar en una auténtica persecución donde personas inocentes perdieron su vida.
Esta historia ha sido llevada a los escenarios en diversos formatos. Arthur Miller escribió en 1952 la obra de teatro “The Crucible” (Las brujas de Salem), pues se apoyó en aquellos hechos reales para plasmar una alegoría de la fiebre persecutoria y represión macarthista de los años cincuenta. En el cine, la adaptación más conocida fue El crisol (Nicholas Hytner, 1996) con la participación de Daniel Day-Lewis y Winona Ryder. Y hoy llega a Cine y Pediatría una versión muy peculiar de histeria colectiva en una historia de adolescentes “millennials” del siglo XXI. Y la historia regresa a la ciudad de Salem, no podía ser de otra forma, pero ahora la caza de brujas es digital. La película en cuestión lleva por título Nación salvaje (Sam Levinson, 2018), y nos narra la persecución a cuatro amigas que viven su adolescencia en la población de Salem y donde todo comienza cuando alguien hackea unas comprometidas fotos del alcalde. Una película trasgresora con causa…
Y la historia comienza con una pléyade de imágenes más próximas al videoclip que al cine convencional, con tres pantallas verticales de varios colores y una música machacona que nos adentra en el mundo frenético de ciertas adolescencias, y todo ello con esta voz en off: “Esta es una historia cien por cien real. Aunque os aviso que es bastante gráfica. Algunas advertencias de contenido sensible: sangre – abuso – clasicismo – muerte – alcohol – drogas - contenido sexual - masculinidad tóxica – homofobia – transfobia – armas – nacionalismo – racismo – secuestro – asesinato (intento de) – la mirada masculina – (intento de) violación – sexismo (mucho sexismo) – lenguaje ofensivo – tortura – violencia – egos masculinos frágieles”. Y poco después una declaración: “Mi nombre es Lilly Gilson y tengo 18 años. Estas son mis tres amigas: Em, Bex y Sarah. Y para ser honestas, no sé si vamos a salir vivas esta noche”.
Evidentemente es un inicio desconcertante, de los que no deja indiferente y que nos lanza sin prolegómenos a todos los riesgos que rodean a la adolescencia de este nuestro primer mundo, donde el tabaco, alcohol, cannabis y sexo es una cuadratura habitual y normalizada en muchos casos, aderezada en esta nueva generación 'millennial' con la inmediatez y falta de privacidad a que nos someten las redes sociales. Y dibujar el entorno de estas cuatro adolescentes es el motivo de casi la mitad del metraje, donde se desarrollan Lily (Odessa Young), Em (Abra), Bex (Hari Nef) y Sarah (Suki Waterhouse), y que representan esa juventud desinhibida que tanto pueden pegarse una buena borrachera como hacerse una sesión de series de televisión. Y entre ellas comentan: “La gente se quema y quiere acabar con su pequeño universo”. Y la rebeldía de Lily se nos presenta tanto en el medio escolar como familiar: así, cuando un profesor le replica sobre la poca oportunidad y el carácter extremo de sus dibujos de desnudos ella contesta “¿Qué es extremo? ¿Los dibujos o que haya 500 millones de selfies de desnudos en internet? Es que me pidieron que dibujase del natural. Y esto es natural”; pero más llamativo es cuando su madre le interroga le interroga cuando se produce el 'ciberbullying' y 'sexting' con sus fotos: “Soy tu madre, eres mi hija. Me he pasado 18 años criándote. Solo quiero saber la verdad. ¿La de las fotos eres tú?... A ti que te pasa, ¿cómo has podido hacerlo?”.
Y así es como Sam Levinson se sumerge de lleno en el lado más despiadado de la era 'millennial': el de la exposición diaria en las redes y su triada del lobo feroz (el 'ciberbullying', 'sexting' y 'grooming'), los likes de Instagram o Facebook, la ansiedad, la imagen perfecta y la presión de un sueño americano que no existe. Un retrato adolescente que Levinson llevaría a su máxima expresión años después en la aclamada serie de televisión "Euphoria". Y ya la película comienza con una declaración literal de intenciones y así será (por lo que vamos avisados): aquí se habla de sexo, drogas, culto a la imagen, homofobia, transfobia, racismo, masculinidad tóxica, machismo, armas, nacionalismo y violencia, redes sociales y dictadura de los memes. Nada que no veamos cada día al salir a la calle, aunque no sea tan concentrado como en esta película, que no deja indiferente.
Y no deja indiferente en especial su segunda parte. Porque cuando un hacker del pueblo de Salem comienza a filtrar datos de algunos vecinos, el escándalo salpica al alcalde, al director del instituto, al jefe de policía… hasta que las tensiones estallan en violencia y sólo necesitan un cabeza de turco: y esa serán Lilly y sus amigas. Y entonces es cuando regresamos a la historia de las brujas de Salem, pero ya no estamos en el siglo XVII, cuando las acusadas de jugar con magia negra eran quemadas en la hoguera, sino en un 2018 en el que la nueva brujería es el progreso y la capacidad de las mujeres de ser libres, sexuales y orgullosas, de ser dueñas de demandar el derecho a su intimidad, a no ser increpadas o molestadas, a vivir en un entorno libre de machismo. Un entorno donde en su “biblia” ya puede pesar más Daenerys Targaryen, de Juego de Tronos, que el propio San Lucas o San Mateo. Una juventud fiel a una parte de nuestra actualidad que crece bajo la dictadura del postureo, el culto a la imagen, la personalidad online y la insensibilización hacia la violencia. Y que padecen (o pueden padecer) sus consecuencias…
Y es que el Salem del siglo XXI puede llegar a ser peor que el de los juicios por brujería, un Salem de dispositivos móviles y del hackeo, donde la publicación de información íntima de sus ciudadanos hará que los ciudadanos pierdan el sentido, desencadenando una ola de violencia que termina arrastrando a nuestras cuatro protagonistas, acusadas de estar detrás de este hurto cibernético y perseguidas como si fuesen brujas de nuestro tiempo. Y la parte final de esta película es antológica, con las cuatro amigas con su gabardina roja, como cuatro caperucitas intentando salvar la vida de una sociedad que se convirtió en un lobo feroz…
Algunos ven en Nación asesina un híbrido entre Spring Brakers (Harmony Korine, 2002) y The Purge: La noche de las bestias (James DeMonaco, 2013), con toques del Tarantino más sanguinario. Una película diseccionada en dos partes, con la exquisitez de un carnicero moral: una primera parte altamente fidedigna y bien elaborada en la narración de lo que se ha convertido nuestra sociedad, todo ello visto desde los ojos de los adolescentes y con un crítica a la masculinidad tóxica; y una segunda porción donde todo está llevado al extremo, y todo en clave 'millennial'. Pues como al final confiesa el responsable de todo este caos: lo hizo por los “LOL” (acrónimo de Laughing Out Loud).
Y por un “LOL” se puede perder el norte, pero también el sur, el este y el oeste. Y por ello esta película, Nación salvaje, nos presenta un reflejo de la realidad 'millennial' en su primera mitad y una imagen distópica de sus consecuencias, en la segunda. Es una película imperfecta, pero se antoja recomendable – incluso con sus excesos y defectos - para ver con nuestros hijos adolescentes.
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