El cine es arte, es ciencia y es conciencia. Y el séptimo arte es un medio de comunicación y reivindicación muy potente, donde dar a conocer y visibilizar otras realidades. Y la realidad de las personas transgénero ha tomado partida por contar sus historias en guiones originales o adaptados, en películas documentales o de ficción. Son varios los ejemplos ya volcados en Cine y Pediatría y desde distintas cinematografías: desde Estados Unidos, Boys Don´t Cry (Kimberly Peirce, 1999), Transamérica (Duncan Tucker, 2005), 3 generaciones (Gaby Dellal, 2015) o Jake (Silas Howard, 2018); desde Bélgica, Girl (Lukas Dhont, 2018) o desde España, El viaje de Carla (Fernando Olmeda, 2014).
Y precisamente la protagonista de esta última película, la carismática Carla Antonelli forma parte de la película documental que se ha estrenado este año 2019 bajo el título de Me llamo Violeta bajo la dirección conjunta de David Fernández de Castro y Marc Parramon. Una película que parte de un hecho: a los seis años, Ignacio dijo a sus padres: “Soy una niña, me llamo Violeta”. Y a través de la historia de Violeta, la de sus padres (las estrellas de cine adulto, el español Nacho Vidal y la colombiana Franceska Jaimes), y de otras familias y jóvenes transgénero, conocemos la complejidad del proceso que afrontan y los desafíos que se encuentran.
Porque Nacho y Franceska, tan acostumbrados a trabajar alrededor del sexo, pensaron que con esa declaración su hijo era homosexual, pero no transgénero, y todo por puro desconocimiento de lo que implica el sexo sentido. Y por ello el padre nos confiesa: “Fue un trabajo de aceptación para toda la familia”.
El documental de 76 minutos de metraje aborda la realidad de los menores trans y sus familias en la actualidad, que aún se enfrentan a infinidad de trabas, empezando por las administrativas. Pero también las dificultades alrededor de la autoestima de estas personas, sus problemas para la integración social (e incluso para la contratación laboral), el acoso escolar, y su lucha contra la ley y las leyes. Violeta tuvo que esperar tres años para que le cambiaran el nombre en el DNI. "Es incoherente, durante años nos estuvieron negando el nombre y de repente nos lo aceptaron. Esto debería ser un sí o un no. Si es un no y yo quiero que sea un sí ya lucharé por ello… Es innecesario hace sufrir a un niño por un nombre", protesta Nacho Vidal. Y más adelante confiesa: “Tuve miedo de tener que defender a mi hija toda la vida”.
"¿Cómo sé yo que eres un chico o una chica?". Así empieza el reportaje, con esta pregunta a distintos niños y niñas. Y ellos responden con multitud de respuestas. "No lo sé", "no lo tengo claro", "son mis sentimientos", dicen algunos de los niños y niñas que aspiran a hacer de Violeta en el documental, después de que los servicios jurídicos aconsejaran cambiar el guión del film para que la niña no apareciera de forma reconocible en el documental, a pesar del visto bueno de la familia, para proteger su imagen. "Teníamos claro que no la íbamos pixelar [a Violeta], no íbamos a hacer un tratamiento similar al de un delincuente". Y los directores y el propio Nacho Vidal consideran un tratamiento discriminatorio respecto a otras situaciones, y ponen por ejemplo lo que ocurre con personas con síndrome de Down, y un reciente ejemplo es La historia de Jan (Bernardo Moll, 2016), una película documental similar a ésta y también promovida por sus padres.
A sus 11 años, Violeta entra en la adolescencia y debe tomar varias decisiones que compartimos como espectadores: una de ellas es la de elegir si tomar bloqueadores de hormonas y evitar así el desarrollo de las características sexuales secundarias asociadas tradicionalmente al género masculino. Más adelante vendrá el tratamiento hormonal cruzado y cuando cumpla los 18 años también podrá decidir si someterse a una vaginoplastia, una cirugía de reasignación sexual.
El reportaje hace también un recorrido histórico y relata la primera manifestación homosexual en España, organizada clandestinamente por el Front d'Alliberament Gai de Catalunya (FAGC) en 1977 y en la que también participaron las personas trans y travestis, a pesar de las resistencias de una parte del colectivo LGTBI. Es el caso de Silvia, una mujer trans que cuenta en primera persona su participación en aquella manifestación, donde desfiló por las Ramblas de Barcelona al grito de "abajo la ley de peligrosidad". El objetivo de aquella protesta, evidente: suprimir la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social aprobada en 1970 durante el franquismo, que perseguía a "vagos", "rufianes", "proxenetas", a los que practicaran "actos de homosexualidad" o "la prostitución".
Y no solo en este documental aparece este hecho, sino que al menos se cruzan otras tres historias. La primera es la historia y las declaraciones de Carla Antonelli, una de las primeras personas en defender los derechos de este colectivo desde hace décadas, quien confirma la diferencia de tiempos para vivir la transexualidad. La segunda es la historia de Ivan, un chico trans que nos confiesa que “al ver fotos antiguas no me reconozco como Violeta y me siento orgulloso de haber cambiado” y a quien en su cumpleaños de mayoría de edad su pareja trans le canta de “cumplehormonas feliz”. Y la tercera y más mediática, es la historia de Alan, un adolescente transexual de 17 años que residía en la población barcelonesa de Rubí, quien fuera uno de los primeros menores de edad de España en haber conseguido hacer un cambio de nombre en su documentación oficial de modo que estuviera de acuerdo a su identidad y quien acabó con su vida víctima del bullying en la escuela, lo que tuvo una gran repercusión mediática y suscitó el apoyo de la sociedad. Tres historias cruzadas, que se conocen y se reconocen. Y todos ellos envían un mensaje a nuestra protagonista: “Querida Violeta, llegarás a una edad muy difícil llamada adolescencia…”. Porque la adolescencia nadie ha dicho que sea fácil, pero bajo estas circunstancias el camino no se allana.
Porque el caso de Violeta es un caso de éxito, ya que desde un inicio ha contado con el respaldo de su familia y su entorno. Sin embargo, otros, como el caso de Alan, fueron más complicados y ponen sobre la mesa la complejidad y la diversidad de situaciones dentro de la comunidad trans. Y las declaraciones de la madre, Franceska Jaimes, son claras: “Violeta me ha enseñado el amor, el verdadero amor”.
Y al final, repiten todos los niños y niñas de nuevo: “Me llamo Violeta”… Porque no es solo un nombre lo que hay detrás de una persona transgénero, aunque hasta el nombre es importante.
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