Se dice que la redención y los buenos sentimientos triunfan en media Europa, también en el cine. Películas con mayor valor social y humano que cinematográfico, pero películas que suelen encandilar al público. En Francia, el ejemplo paradigmático ha sido la considerada como la película más taquillera de la historia de aquel país: Intocable (Olivier Nakache, Eric Toledano, 2011), la especial relación de amistad entre Philippe, un aristócrata millonario que se ha quedado tetrapléjico a causa de un accidente, y su cuidador a domicilio Driss, un inmigrante de un barrio marginal recién salido de la cárcel. En España, un reciente ejemplo lo hemos tenido con la película Campeones (Javier Fesser, 2018), cuyo éxito se cimenta en su tono de comedia y en haber puesto sobre la mesa la palabra inclusión. Y hoy traemos a Cine y Pediatría una película desde Alemania, con ciertas similitudes a las anteriores: Un corazón extraordinario (Marc Rothemund, 2017), porque también aquí hay una especial relación de amistad pero que parte de un protagonista que debe hacerse cargo de una tarea en principio ingrata para él, pero que le va a cambiar la ética interior y su modo de vida exterior. Conocemos a este directo alemán principalmente por su película del año 2005, Sophie Scholl. Los últimos días, con la que obtuvo numerosos premios, entre ellos el de ser nominada en los Oscar de aquel año a Mejor película de habla no inglesa.
Esta película está basada en la exitosa novela de Daniel Meyer y Lars Amen "Dieses Bescheuerte Hertz", una historia real sobre el sentido de la responsabilidad y la amistad escrita por sus dos protagonistas. Trasladado a la ficción Lars Amen se llama Lenny (Elyas M´Barek), tiene 30 años y es un frívolo hijo de papá sin trabajo ni obligaciones otras que el estar las noches de fiesta con sus amigos y amigas, vive del dinero de su padre, el Dr. Reinhard, un prestigioso cirujano, quien harto de su modo de vida decide encomendarle un trato. El trato es que se preocupe seriamente por un paciente suyo de 15 años, Daniel Meyers, que aquí se llama David (Philip Noah Schwarz), quien padece una enfermedad cardíaca grave (que no se especifica en la película y que, por sus varias toracotomías, constatamos que ha sido operado varias veces) y cuyo final de vida puede estar próximo, situación que la vive junto a su madre (pues su padre y un hermano se marcharon a Sudáfrica y no se acuerdan de él). Un cometido – el de apoyar a un enfermo grave - que no parece fácil para una persona que es catalogada como irresponsable, desconsiderada y egoísta por los que le conocen.
Lo cierto es que la película se plantea con ese guión de “cosas que hacer antes de morir” que ya hemos visto de alguna forma en cintas como Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003) o Vivir para siempre (Gustavo Ron, 2010), por lo que no es una idea original el relato acerca de la adolescencia vivida desde el punto de vista de un enfermo terminal.
Y es así como el Dr. Reinhard dice a su hijo sobre David: “Quiero que le ayudes a hacer una lista de deseos… como en Navidad”. Y para David todo empieza con sorpresa e incredulidad cuando visita ese hospital y centro de día para niños y adolescentes con enfermedades crónicas y complejas, algunos terminales. Y dice a sus amigos de la noche y de las discotecas, cuando estos se enteran de su nuevo cometido: “Mi padre quiere que reflexione sobre mi vida”. Difícil de asimilar cuando se viene de noches de fiesta, alcohol, drogas, chicas y coches caros, dinero para gastar y ningún cometido en la vida.
Y es así como el joven David hace la petición de sus 25 deseos y Lenny los marca por colores: en verde si son fáciles, en naranja si son posibles y en rojo sin son más complicados. Y entre ellos pide uno que llama la atención: “Que mamá vuelva a ser feliz”. Lo cierto es que este cometido acaba estableciendo lazos de amistad entre ellos, amistad que les lleva a sentir al hermano que no tienen, dos adolescentes que se ayudan mutuamente a madurar: David, un adolescente real que ha madurado demasiado pronto por su enfermedad, y Lenny, un adolescente tardío que mantiene el infantilismo de una vida acomodada sin metas ni compromisos. Porque Lenny se impresiona cuando ve las varias cicatrices de toracotomía anterior y posterior que tiene David, y que son solo algunas de las cicatrices de esa familia, por lo que acaba implicándose en su vida y en su felicidad, como cuando le dice: “Si alguien te gusta, díselo. Tal vez no tengas otra oportunidad”.
Un corazón extraordinario tiene el tono amable y humano de las historias que tienen un fondo verdadero, donde al final veremos a los auténticos protagonistas y conoceremos el final de la historia con este colofón: “Daniel y Lars siguen siendo hermanos para siempre. Daniel ha cumplido los 20 años”. Y Lenny comenzó a a estudiar Medicina superado los 30 años…
Resulta curioso que, tras 520 entradas de Cine y Pediatría, las enfermedades cardiovasculares hayan tenido un bajo protagonismo en esta colección de películas. Podemos recordar A corazón abierto (Joseph Sargent, 2004), la historia real, personal y profesional, de los protagonistas del epónimo conocido como fístula de Blalock-Thomas-Taussig. Y quizás sea un buen momento de recordar Un corazón extraordinario, el mismo que nos acompaña en esta época de Navidad en la que se publica y que nos debe animar a disponer nuestro corazón a cultivar valores a favor de una sociedad mejor, y la solidaridad y amistad parecen buenos compañeros de viaje.
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