sábado, 4 de enero de 2020

Cine y Pediatría (521). “La gran familia”… y uno más y nada menos


Una de las películas más exitosas y entrañables de nuestro cine tiene la misma edad que yo, una película declarada en su momento como de Interés Nacional y convertida hoy en un documento sociológico. Toda una glorificación de la familia numerosa, a través de un retrato costumbrista que permite conocer de primera mano cuáles eran las preferencias doctrinales del régimen franquista en pleno desarrollismo en combinación con el catolicismo tradicional. Una película que era un clásico en fechas navideñas - y que estas Navidades he podido volver a ver -. Con este preámbulo, los que ya peinamos canas seguro que reconocemos que estamos hablando de La gran familia (Fernando Palacios, 1962). 

Y fue tal el éxito de la película, producida por Pedro Masó (quien también colaboró como guionista), que se llegaron a rodar hasta tres secuelas de la misma: La gran familia y uno más (Fernando Palacios, 1965), La gran familia, bien, gracias (Pedro Masó, 1979) y La gran familia…30 años después (Pedro Masó, 1999). Hoy dedicaremos nuestro comentario a los dos primeras, pues funcionan como un conjunto homogéneo en temática y conjunto actoral. 

Comienza La gran familia presentando a los 15 hermanos de esa gran familia de clase media española, mientras duermen, mientras aparecen los títulos de crédito y donde destacan cuatro actores consagrados de la época: Alberto Closas (Carlos Alonso, el padre, aparejador pluriempleado), Amparo Soler Leal (Mercedes, la madre ama de casa hasta el final de sus días), José Isbert (el abuelo, inconfundible con su afónica voz) y José Luis López Vázquer (el padrino, inconmensurable como pastelero y “padrino Búfalo”).Y todo ello con la banda musical del argentino Adolfo Weitzman. Justo en el momento en que se declara lo de “esta película ha sido declarada de Interés Nacional” viene el caótico y simpático despertar de esa gran familia, con algunos jóvenes actores que en el futuro serían comunes en el cine español: María José Alfonso (Mercedes, “la enamorada”), Carlos Piñar (Antonio, “el empollón”), Choner Laurent (Luisa, “la coqueta”), Jaime Blanch (Carlos, “la oveja negra”), Mircha Carven (Juanito, “el deportista”), Francisco y Manuel Martínez Ligero (Julio César y Octavio Augusto, “los gemelos”), Maribel Martín (Sabina, “la traductora”), Pedro María Sánchez (Críspulo, “el petardista”), Alfredo Garrido (Chencho, “el tigre”), Conchita Rodríguez del Valle (“la hacendosa”), Oscar Loewy (“el tragón”), Carmen García (“la melindres”), María Jesús Balenciaga (“la mellada”), , Esther Romero (“la soprano”). 

Una familia unida (tanto como para vivir 18 personas en un piso de la capital de España), divertida, entrañable que reflejaba las aspiraciones de los españoles de entonces: salir adelante con el sueldo (y los trabajos extras para llegar a fin de mes), dar carreras universitarias a los hijos, gozar de vacaciones en la playa, ver a los hijos felices y triunfar en la vida,...todo un cúmulo de buenas intenciones. Con reflexiones así del padre hacia su mujer: “Siempre tengo la sensación de estar bordeando el fracaso… Pero tienes razón, aunque no tengamos dinero somos los más ricos del mundo en ilusión, ilusión de carne y hueso" (en clara referencia a su interminable fratría). 

Resulta interesante cómo la visión y revisión de esta película, si logramos mantenernos al margen de las dosis de edulcorante espolvoreadas a favor de la natalidad y las familias numerosas apoyadas por los "bien pensantes" de un régimen dictatorial, logra despertar sentimientos de añoranza ante una realidad perdida y su capacidad para describir de una manera sencilla un microuniverso que muchos conocimos en nuestra infancia y que el paso del tiempo arrumbó en el baúl de los recuerdos. Y por la película asistimos a típicas escenas memorables como ese despertar de la familia para prepararse para ir al colegio, los exámenes y las notas que había que enseñar y justificar ante los padres, la comunión (y unas recomendaciones médicas ante la toxiinfección alimentaria muy poco basadas en la evidencia), las vacaciones y el final de las vacaciones (en ese Centro Residencial Obra Sindical de Educación y Descanso en la costa tarraconense), la llegada de la Navidad, y otras escenas para el recuerdo: la televisión en blanco negro con una o dos cadenas (que concentra a toda la familia en el balcón de casa para ver la tele del vecino) y sus dos rombos, el aguinaldo al cartero, las cartas con los sellos de Franco, la serie La Ponderosa, la Olimpiada de México, Galerías Preciados, la paga semanal en pesetas (y el incremento de dinero según el número de hijos), los teléfonos de las operadoras con clavijas, fumar en el trabajo o en el dormitorio (malos ejemplos, que hoy serían no asumibles en una película, como cuando el abuelo dice: “Oye hijo, me das un cigarrillo. Es que si no fumo, no puedo conciliar el sueño”). Pero si hay una escena memorable esta es la del mercadillo navideño en la Plaza Mayor de Madrid cuando el abuelo pierde a uno de los hijos y su grito de angustia: “¡¡¡Chenchooooooooooo!!!"

Y en el transcurso de la historia esa madre siempre hacendosa y sabia en sus consejos, cuando le dice a su marido ante las reivindicaciones de sus hijos (“No pierdes autoridad. Ellos piden y tú concedes”) o su añoranza por el futuro (“Pronto empezarán a dejarnos solos”). Unos padres que invierten su vida en su familia, sus muchos hijos y la ilusión por su futuro, de que al final puedan llegar a tener en la familia un médico, un ministro, un arquitecto, una tenor, un jugador de fútbol… Y parte de esos temores e ilusiones están presente en la siguiente película de la serie, La gran familia y uno más, donde han pasado tres años y reaparecen todos los personajes, menos el abuelo y la madre, que descubrimos que falleció cuando nació la más pequeña, pues ahora ya son 16 hermanos. 

Esta primera secuela de la serie nos va mostrando como los hijos van abandonando la familia: Mercedes por su matrimonio, Antonio y Carlos por su trabajo, Juanito porque acude con la selección española de baloncesto,…y hasta Chencho comienza su escolarización. Y con ello, la añoranza de la madre, aunque el padre lo tienen claro: “En esta casa está prohibido llorar”. Y aunque Carlos Alonso se ha convertido en un atractivo viudo de 47 años, las mujeres que lo admiran lo tienen claro: “Este hombre no vive más que para sus hijos”. Y su reflexión no deja dudas: “Ellos me necesitan, pero yo creo que los necesito más… Con tantos hijos y me siento solo”. Y ese final con el nacimiento del primer nieto y la dedicatoria a su esposa: “Ya ves Mercedes. Se marchan, pero vienen otros. Ya hay uno más en la familia…”. Y seguro que aquéllos que forman parte de familias numerosas y muy numerosas entienden perfectamente el sentido (y los sentimientos) de estas palabras. 

Es La gran familia un clásico con todas las de la ley que ha sabido envejecer bien y que se ve bien, a pesar de su intención propagandística. Una película que hay que tener en cuenta al igual que Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946) cuando se nos formulen las palabras cine familiar y Navidad, y cuando queramos recordar el espíritu risueño y optimista de un generoso núcleo familiar unido ante las adversidades. Son La gran familia y La gran familia y uno más películas escritas por el eterno Pedro Masó y dirigidas por Fernando Palacios (quien dejara para el cine español películas como Tres de la Cruz Roja, El día de los enamorados, Siempre es domingo y Marisol rumbo a Río) que vimos con nuestros padres cuando éramos hijos y ahora la vemos con nuestros hijos siendo padres o, como en mi caso ya, con mi nieta siendo abuelo… 

Vista 57 años, La gran familia sigue soportando la frescura pese al paso del tiempo, y pese a que nada tiene que ver ese tiempo con el nuestro, esa familia con las nuestras, esa fratría con las actuales: desde hace tiempo en España ya no tenemos una pirámide poblacional, sino un “diamante” poblacional con muy poco valor, pues el porcentaje actual de menores de 19 años se iguala al de mayores de 65 años. La situación es la que es y llegar aquí es un problema multifactorial, pero la escasa fertilidad de nuestro país no favorece nuestro futuro: según la OMS la tasa de fertilidad actual de España se sitúa en 1,39, de las más bajas del mundo, de forma que nuestro país ocupa el puesto 188 por la cola de un total de 198 países. Así que ni tanto ni tan poco. 

Y nada menos que esta es nuestra situación actual: la consideración de familias numerosas (considerando aquellas que tienen tres o más hijos) en España se da en solo un 8% de las familias, por lo que ocupamos el antepenúltimo lugar de la Unión Europea, empatados con Italia y por debajo solo se encuentran Portugal (6%) y Bulgaria (5%). De hecho situaciones como La gran familia ya uno se imagina que casi no se dan, y en estos momentos hay catalogadas en España solo unas 150 familias con 10 o más hijos. Y todas estas reflexiones me surgen mientras mi nieta Paula, varios días después de ver conmigo la película y a sus dos años, sigue preguntando: “¿Dónde está Chencho?”. 

Y finalizamos con esta escena, una de las más emotivas del cine español para una noche de Reyes que se acerca…

 

2 comentarios:

ACORAZADO CINÉFILO dijo...

Me ha emocionado tu ensayo y tu manera de deslindar las intenciones políticas de la solvencia y naturalidad de la historia que para los que tenemos 60 años es la nuestra

Anónimo dijo...

Impocible no conmoverme, y tan buen relato! Cómo necesarios los Reyes en la ilucion, ver ésas películas que hermoso, yo perdí por 15 m' a un hijo el más pequeño de mis cuatro hijos entonces de 3 años.... no quiero ni recordar aquel susto fatal!