Hay personajes literarios que han trascendido al tiempo y espacio hasta convertirse en un icono y casi un símbolo de nuestra niñez y juventud. Uno de estos personajes fue aquella niña de nueve años, pecosa, de sonrisa burlona y coletas pelirrojas totalmente tiesas, las medias de rayas y los zapatos varias tallas más grandes, quien vivía sola junto a su caballo y su mono (Mister Nelson) y que tenía una maleta llena de monedas de oro. Todos la conocimos por “Pippi Calzaslargas”, pues así era el título de la primera novela de la novelista sueca Astrid Lidgren publicado en el año 1945. La primera aventura de Pippi comienza con su llegada a Villa Mangaporhombro, en un pequeño pueblo que revoluciona rápidamente por su peculiar forma de vivir y sus extravagancias. Se hace amiga de sus vecinos Tommy y Annika, que están admirados con sus disparates, los cuales funcionan como contrapunto a sus locuras y a los que siempre acaba arrastrando en sus iniciativas.
Lo cierto es que a la autora le costó publicar el libro, ya que al principio las editoriales pensaban que era “poco apropiado”. Finalmente y animada por el éxito publicó otros dos más: “Pippi se embarca” y “Pippi en los mares del sur”. Un personaje icónico reconocible en cualquier parte del mundo y cuya imagen estaba marcada por la extravagancia y el humor. Un símbolo para los niños… y los adultos, en quien el humor absurdo formaba parte de su fuerte personalidad, así como esa actitud totalmente espontánea frente a los adultos, lo que le permitía decir y hacer cosas que no debiera. Pero también Pippi era un símbolo de rebeldía contra la autoridad y las estructuras sociales tradicionales, como un personaje antiautoritario, optimista, trasgresor y con espíritu inquebrantable, así como un ejemplo de la niñas que no quieren ser princesas.
Pippi se convirtió en un todo un fenómeno, a pesar de sus detractores (que los tuvo), y ha tenido varias ediciones y adaptaciones, alcanzando mayor eco por la serie sueca de televisión Pippi Långstrump (en España, Pippi Calzaslargas), que provocó un auténtico revuelo e hizo archiconocida a la pequeña actriz Inger Nilsson.
Pero detrás de este personaje nos encontramos a la autora sueca Astrid Lindgren, una de las grandes figuras de la literatura infantil de todos los tiempos. Fue una autora muy prolífica en años (95) y en libros (80), y las adaptaciones de sus obras al teatro y sobre todo al cine le dieron una gran fama en Suecia. Desde la década de los 50 hasta los 80 se realizaron 17 películas basadas en los cuentos de Lidngren. Durante los años 60 escribió directamente textos para la televisión y las series de televisión se convirtieron igualmente en éxitos inmediatos.
Y lo cierto es que Astrid Lindgren y Pippi Calzaslargas, la creadora y su creación, son muy diferentes y también muy iguales. Y hoy hablamos de una película que intenta descubrir a la novelista para llegar a entender su mayor creación literaria: Conociendo a Astrid (Pernille Fischer Christensen, 2018), inspirada en hechos reales de su biografía.
Y la película comienza con una anciana que abre cientos de cartas de felicitación por su cumpleaños, cartas con dibujos enviadas por los niños y niñas, donde en una cinta grabada le preguntan: “¿Cómo puede escribir tan bien sobre ser un niño cuando hace tanto tiempo que lo fue?”. Y a partir de ahí un flasback cinematográfico nos devuelve a la beata, tradicional y aburrida sociedad de un pueblo de Suecia de principios del siglo XX, allí donde se crió Astrid Ericsson (Alba August, hija de un matrimonio icónico del cine escandinavo ya presente en Cine y Pediatría: el director danés Bille August - y su gran obra Pelle El Conquistador – y la actriz y directora sueca Pernilla August – quien debutara en Fanny y Alexander), entre el frío de la habitual nieve y en una familia religiosa, donde el padre es el sacristán del pastor protestante de la comunidad.
Amante de la lectura y escritura, de joven comenzó a trabajar como secretaria en un periódico, confirmando su talento para la narración de historias. Allí donde el director del periódico local, Reinhold Blomberg (Henrik Rafaelsen), un adulto casado que le coge tanta estima que ocasiona su embarazo como adolescente de 16 años. Embarazo y pareja que no son aceptados por su familia, por lo que tiene que huir del pueblo y se refugia en Estocolmo. Y ya con este prolegómeno entendemos el mensaje de otra de esas cartas que recibe en su actual cumpleaños en su vejez: “Escribes mucho sobre la muerte… Pero cuando leo tus libros, me siento más viva que nunca”.
Reinhold dice quererla, pero no consigue el divorcio y teme la cárcel por adulterio. Decide salir adelante sola y busca la solución en Dinamarca, allí donde no es necesario registrar el nombre del padre. Y allí pare y deja en acogida a su hijo, entre un mar de lágrimas y con vendas alrededor de su pecho para evitar la producción de leche y que nada se note a su vuelta a Estocolmo. Y los padres adúlteros de tan diferente edad siguen adelante con su relación, a espaldas de la sociedad y de su familia, quien le pide que abandone a su hijo (en un cruel sentido cercenador que tiene sobre esos abuelos el peso de los pecados de la religión), aunque le digan aquello de “Tu madre solo quiere lo mejor para ti”. Y Astrid sigue separada de su hijo: “Mi bebé… Necesito verlo, quiero abrazarlo”.
Pasan los meses y los años con Astrid y su hijo separados, donde nuestra protagonista comienza a entender el “nature or nurture”, al sentir que su hijo no la reconoce como madre y estima a Marie (Trine Dyrholm), la mujer danesa que le cuida. Pero Marie enferma y ya no queda más remedio que volver con él, pese a todo y todos, y resuena el último consejo de Marie: “Solo necesita amor. Mucho amor. Dáselo”.
Y al regreso, les esperan más dificultades, pues su hijo enferma, y el doctor asevera: “Es tos ferina. No se puede hacer nada. Vendré dentro de una semana”. Por fortuna acaba viendo luz al final del túnel, gracias a Sture (Björn Gustafsson), el nuevo jefe que tiene en el trabajo. Y de ahí ese colofón final: “Astrid se casó con Sture y se convirtió en Astrid Lindgren. Las historias de Pipi Calzaslargas le dieron éxito como escritora y llegó a ser una de las más grandes escritoras infantiles y una mujer icono de nuestro tiempo”.
Es por tanto, Conociendo a Astrid, un adecuado biopic de la escritora sueca, pero también un película que nos permite reflexionar sobre temas ya afrontados en Cine y Pediatría, como el embarazo en la adolescencia, el acogimiento y la adopción. Una película sobre la superación de las dificultades y que nos permite recordar cómo este fenómeno mundial que es el personaje de Pippi lo concibió cuando ese hijo tan querido, con siete años, se encontraba enfermo de una infección pulmonar en el invierno de 1941, y allí se inventó este personaje para matar el tedio en sus horas de encierro. Dos años después, mientras Astrid Lindgren reposaba de una fractura en la pierna, aprovechó su tiempo para escribir las aventuras de esta niña traviesa que pronto daría la vuelta el mundo y se convertiría en un símbolo feminista. Feminista como esta película con cuatro mujeres clave: su directora, Pernille Fischer Christensen, su actriz, Alba August, la propia escritora, Astrid Lindgren, protagonista de todo ello, y claro está, Pippi Calzaslargas.
Conociendo a Astrid es una película entrañable que nos permite ver más allá de Pippi Calzaslargas, tras esa infancia, adolescencia y juventud nada fácil de su creadora, esa voz trasgresora que dio voz a la infancia rebelde. Y que hace que comprendamos mejor esa carta final de ese niño hacia nuestra anciana Astrid: “Como todos esos niños de tus libros, se nota que te gustamos”.
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