Se conoce con el anglicismo “coming of age” a un género literario y cinematográfico que se centra en el crecimiento psicológico y moral del protagonista, a menudo desde la juventud hasta la vida adulta, y con epicentro en la adolescencia. Y con dos recursos habituales: la voz en off y el flashbacks (dos anglicismos más). Y se conoce con el germanismo “bildungsroman” (o novela de aprendizaje) a un subgénero específico del “coming-of-age”, presente en la literatura y centrado en el desarrollo psicológico y moral del protagonista. En ocasiones van de la mano.
Son numerosas las películas que en Cine y Pediatría podríamos encuadrar en este término, y baste algunos ejemplos:
Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959),
Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986),
La buena vida (David Trueba, 1996),
Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998),
Las vírgenes suicidas (Sofia Coppola, 1999),
Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, Kátia Lund, 2002),
Juno (Jason Reitman, 2007),
Persépolis (Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud, 2007),
Fish Tank (Andrea Arnold, 2009),
Submarine (Richard Ayoade, 2010),
El arte de pasar de todo (Gavin Wiesen, 2011),
Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012),
El camino de vuelta (Nat Faxon, Jim Rash, 2013),
Mommy (Xavier Dolan, 2014),
Boyhood (Momentos de una vida) (Richard Linklater, 2014),
Ciudades de papel (Jake Schreier, 2015),
Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015),
Sparrows/Gorriones (Rúnar Rúnarsson, 2015),
Cuando tienes 17 años (André Téchiné, 2016),
Moonlight (Barry Jenkins, 2016),
Heartstone, corazones de piedra (Guðmundur Arnar Guðmundsson, 2016),
Con amor, Simón (Greg Berlanti, 2018) Y muchas más.
Y a estos ejemplos de “coming of age”, hoy se suman las dos primeras películas como director del actor español más internacional: Antonio Banderas.
Antonio Banderas dio sus primeros pasos como actor en una compañía cinematográfica de la familia en su Málaga natal. Luego se traslada a Madrid y allí comienza a trabajar en papeles secundarios, hasta que se convierte en un chico Almodóvar, con quien rodó
Laberinto de pasiones (1982),
Matador (1986),
La ley del deseo (1987),
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988),
Átame (1990),
La piel que habito (2011) y
Dolor y gloria (2019). También realizó colaboraciones con otros directores del cine español como
Los zancos (Carlos Saura, 1984),
La corte del Faraón (José Luis García Sánchez, 1985),
27 horas (Montxo Armendáriz, 1986),
Bajarse al moro (Fernando Colomo, 1988) y
Si te dicen que caí (Vicente Aranda, 1989). Fue en el año 1992 cuando rodó
Los reyes del mambo, y que marca el momento en que comenzó a trabajar en producciones extranjeras. Tuvo una década dorada en los noventa y comienzo de siglo en su particular conquista de Hollywood, y entre sus trabajos podemos destacar títulos conocidos que lo han lanzado al estrellato, como
Philadelphia (Jonathan Demme, 1993),
La casa de los espíritus (Bille August, 1993),
Entrevista con el vampiro (Neil Jordan, 1994) ,
Two much (Fernando Trueba, 1995),
Evita (Alan Parker, 1996),
La máscara del zorro (Martin Campbell, 1998),
El guerrero nº 13 (John McTiernam, 1999),
Spy Kids (Robert Rodríguez, 2001),
Pecado original (Michael Cristofer, 2001),
Frida (Julie Taymor, 2002),
Femme fatale (Brian de Palma, 2002),
El Mexicano (Robert Rodríguez, 2003) y que lo convirtieron en el actor más activo del cine español, aunque ya fuera de nuestras frontera.
Pero hoy no nos reúne su valor como actor, sino su aportación como director, en cuyo haber tiene cuatro películas: Locos en Alabama (1999), El camino de los ingleses (2006), Solo (2015) y Akil (2017). Y de ellas hablaremos de sus dos primeras películas, dos “coming of age” con distinta nacionalidad (estadounidense la primera, española la segunda) y distinto enfoque, pero con algunas coincidencias.
Locos en Alabama es su ópera prima, basada en la novela “Crazy in Alabama” de Mark Childress, quien actúa de guionista de la película, ambientada en un verano a mediados de la década de los 60 en el sur de Estados Unidos. Una película que comienza con la voz en off de su protagonista, Peejoe (Lucas Black): “En el verano del 65, tenía 13 años y creía saberlo todo de la vida y de la muerte. Nos quedamos huérfanos de pequeños. Mi hermano Wiley y yo vivíamos con mami. Nunca íbamos a ningún sitio, pero éramos felices. Un buen día, apareció la tía Lucille y nada volvió a ser lo mismo”. Los llamativos créditos iniciales acompañados por la canción de Nancy Sinatra, “These Boots Are Made For Walkin” denota claramente la influencias almodovarianas.
La película adapta una doble historia que quiere desembocar en la misma idea: la búsqueda por la libertad. La libertad de su tía Lucille (Melanie Griffith, en un papel hilarante que hasta hace sonar la canción homónima de Little Richard), madre de siete hijos (un par protagonizados por sus hijas Stella del Carmen y Dakota y así todo queda en familia), quien asesina y corta la cabeza a su infame marido Chester y se pone rumbo (con la cabeza inclusive) a lograr su sueño en su especial “road movie” por Las Vegas, San Francisco, Wyoming, hasta llegar a Hollywood y convertirse en una de sus estrellas, con el nombre artístico de Carolyn Clay. Y la libertad de la comunidad afroamericana de ese sur del país, en el mismo momento histórico en el que tuvo lugar la marcha de Selma por Martin Luther King, y materializado por la muerte del adolescente Taylor Jackson por querer bañarse en una piscina. Una subtrama de reivindicación y abolición racial en la que se implica Peejoe y protesta: “Pero no me parece justo. Son gente como nosotros”.
Dos historias en una película, un reto para una ópera prima en la que sale airoso nuestro malagueño universal (con permiso de Picasso), en una reivindicación por la libertad y la igualdad: por un lado, la historia de una esposa cansada de ser víctima de la violencia de género y que escapa para conseguir su sueño; por otro lado, las sempiternas historias de segregación racial. Y que se resume en esa voz en off final de Peeijo, nuestro joven protagonista: “Aprendí muchos secretos ese verano. Pueden enterrar la libertad, pero no matarla. Taylor Jackson murió por la libertad. Tía Lucille mató por conseguirla. La vida y la muerte son temporales, pero la libertad es eterna”.
El camino de los ingleses es el segundo largometraje como director de Antonio Banderas, basada en la novela homónima de Antonio Soler, quien actúa de guionista de la película, ambientada en un verano a finales de la década de los 70 en el sur de España. Un buen retrato del último verano de la adolescencia, aquel del universo de los primeros amores, el sexo, los conflictos, el desconcierto y la amistad de nuestros protagonistas, un grupo de amigos que, entre la adolescencia y la edad adulta, se debaten entre la inocencia y la madurez e intentan eludir la desorientación y la desazón de un quimérico porvenir.
Miguelito Dávila (Alberto Amarilla) es un joven malagueño al que le acaban de extirpar un riñón. Su estancia en el hospital cambiará su visión sobre la vida, vida que se desarrolla en su ciudad con sus inseparables amigos y sus reuniones en el bar de Gonzalo Cortés: Paco (Félix Gómez), Babirusa (Raúl Arévalo) y Moratalla (Mario Casas). Un día conocerá a Luli (María Ruiz), una chica con la que empezará una relación amorosa. Una película en la que Banderas intenta mostrarnos en pantalla los recuerdos, sensaciones, ideas abstractas y vivencias de su propia juventud, una forma de volver a recorrer ese camino de los ingleses, y todo ello tomando como referencia la novela que lleva el mismo título del también malagueño Antonio Soler.
Y de nuevo la voz en off: “Habrá un tiempo de lluvia y un tiempo para los olvidados, para los que no supieron cual era su camino. Ojalá haya un tiempo para los que le hablamos a una botella como si fuese un altar, un micrófono o una pistola apuntándonos al corazón. Para los que le dijimos palabras a la noche, un tiempo para los malditos, para los desheredados que nunca llegan a nada. Eso es lo que pedimos, aquí y ahora, sin esperar la llegada de los jueces ni de la muerte. Aquí y ahora, nosotros también esperamos la lluvia en el verano”. Y en ese verano Miguelito (quizás alter ego de Banderas) realiza con sus amigos su “coming of age” particular y malagueño, su camino de los ingleses que hay que recorrer. Un camino que nos deja una sensación demasiado indefinida, aunque si es un trabajo sugerente (por poético, pero quizás incompleto), que no es poco. Y por ello, se nos dice: “Saltemos al vacío para recordar el vértigo de otro tiempo”.
Y acaba la adolescencia, como acaba el verano. “Después seguiremos teniendo un otoño lluvioso, amigos del corazón y del tiempo, pero ahora nos toca la recompensa del dulce sol. Aprovechen sus rayos, y como el cielo, amigos del tiempo, abran su pecho a la luz. Es nuestra vida, es nuestro tiempo”.
Locos en Alabama y El camino de los ingleses, dos “coming of age” de bandera, al menos sí de Antonio Banderas.