Páginas

sábado, 6 de junio de 2020

Cine y Pediatría (543). “Una bolsa de canicas” y una estrella de David


El cine nació a la vez que un convulso siglo XX, repleto de conflictos: dos guerras mundiales, la guerra fría, la caída del muro de Berlín e incluso la creación y disolución del apartheid. Cien años donde fueron patentes los extremos de violencia que la humanidad puede alcanzar y esa nueva tecnología – y nuevo arte – llamado cine fue y quiere ser testigo del pasado. Por ello el cine bélico es un género en el séptico arte. Y las películas sobre guerras y sus consecuencias en la infancia son un clásico en Cine y Pediatría. Y sirvan como ejemplo de ello dos películas muy diferentes, con la guerra (la Segunda Guerra Mundial) en segundo plano y las consecuencias sobre la infancia perdida en primer término: una es un clásico en blanco y negro, de la que hablamos la semana pasada, La infancia de Iván (Andre Tarkovsky, 1962); la otra es una reciente película en color, de la que hablamos hoy, Una bolsa de canicas (Christian Duguay, 2017). 

“Todo es igual. Y, sin embargo, todo parece más pequeño. A no ser que yo haya crecido. Pero, ¿cuánto tiempo ha pasado, dos años y medio?”.  Con esta reflexión en off de nuestro joven protagonista comienza una nueva película sobre los horrores del holocausto nazi, una más. La reflexión tiene lugar en Paris, en agosto de 1944 y enseguida la acción nos traslada a marzo de 1942. Porque la película se fundamenta en la novela “Un sac de billes” publicada en 1973 por su niño protagonista, Joseph Joffo, de familia judía, ambientada en la compleja Francia de Vichy e inspirada por tanto en su propia peripecia de éxodo y reencuentro familiar. De esta novela ha surgido esta película, si bien existe una versión cinematográfica previa con el mismo título dirigida en 1975 por Jacques Doillon. 

Una bolsa de canicas relata la historia de una familia judía que regenta una barbería en un barrio de París, allí donde el matrimonio ha criado a cuatro hijos, y su éxodo familiar por la persecución nazi. Todo iba bien hasta que en esas fatídicas fechas se oyen en los noticiarios de la radio: “La estrella de David tiene seis puntas y las dimensiones de la palma de la mano. Se tendrá que llevar de forma visible en el lado izquierdo del pecho”. Con esta identificación, los dos hijos menores, Joseph/Jojo (Dorain Le Clech) y Maurice (Batyste Felurial), comienzan a notar el acoso en la escuela, evidente muestra de que los adultos trasladan el odio a sus hijos: “Eres judío. Eso lo cambia todo. Eso quiere decir que eres un usurero. Precisamente vosotros sacrificasteis al Niño Jesús… Los judíos han traído los alemanes a Francia”. A partir de ahí, vislumbramos el principio de la pérdida de la inocencia en sus infancias, aquella en la que les gustaba jugar con las canicas. Y ya no tenía ningún valor el ideario francés de libertad, igualdad y fraternidad. 

Y antes de que las cosas empeoren, la familia se divide para huir de París e intentar reencontrarse por separado en Niza. Y resulta difícil de olvidar la dureza de la escena en que Bruno, el padre (interpretado por el cantante Patrick Bruel), enseña a sus dos hijos menores a negar que son judíos. Y en la huida los niños se preguntan: “¿De qué huíamos exactamente?”. Y reflexionan: “De viaje, uno conoce a gente de todo tipo. Algunos más simpáticos que otros. Pero todo el mundo tenía miedo. Se veía en los ojos, aunque todos fingieran”

Y la temporal paz, en un lugar aparentemente neutral como Niza, duró poco. De nuevo la persecución por ser judíos, y el padre ahora les deja en un internado del gobierno, ocultando su identidad: “Permanecer juntos es peligroso. Hay que mirar hacia adelante”. Y lo único que resta a Jojo de su feliz infancia es esa bolsa de canicas que le acompaña en toda huida y a todo lugar, y nos dice: “Ya no me quedaban lágrimas. La rabia las había sustituido… Pero todo iba a salir bien. Había que tener fe”. Y de allí pasan a vivir en otra localidad, y Jojo trabaja con una familia de colaboracionistas franceses, quienes también tienen que huir tras finalizar la guerra; y por ello, las palabras de Jojo a la joven Françoise, su idílico amor de infancia: “Yo sé lo que es irse. En mi familia todos han tenido que irse en algún momento”

Y esta historia real, con un viaje a Itaca tan particular de Jojo y Maurice, finaliza con el reencuentro en la peluquería de París, donde están todos menos el padre. Y allí se vierten las últimas lágrimas… o no. Y el colofón final: “En abril de 1944, Anna, Albert y Henri - la madre y sus dos hermanos mayores - fueron detenidos cuando huían e internados en el campo de concentración de Drancy. Por falta de trenes, se libraron de la deportación. La Cruz Roja los liberó poco antes de llegar los americanos en agosto de 1944. La familia pudo regresar a París. Roman, deportado por el convoy nº 62 a Auschwitz en noviembre de 1943, no volvió jamás. En 1945, Joseph y Maurice reabrieron con sus hermanos la peluquería, perpetuando así la tradición familiar. Siguen viviendo en París, rodeados de sus hijos y nietos”. 

Que nadie busque en Una bolsa de canicas una obra maestra, pero si es una película correcta, conmovedora y de sentimientos, fácil de ver con nuestros hijos y fácil de explicar a las jóvenes generaciones. Eso ya es un valor añadido. Y todo ello sin una escena de guerra, pero donde nos devuelve todo el dolor implícito. Una "road movie" con una bolsa de canicas y una estrella de David, con todo el sentimiento reforzado por esa banda sonora que nos regala Armand Amar, ese peculiar artista nacido en Jerusalén, criado en Marruecos e instalado en Francia, punta de lanza de la Música Fusión. Nadie mejor que él, influenciado por tres culturas tan diferentes para reflejar musicalmente un espíritu de concordia y entendimiento entre sonoridades diametralmente opuestas. Concordia y entendimiento que el siglo XX se negó a concitar y del que el cine nos ha devuelto múltiples ejemplos. Hoy recordamos Una bolsa de canicas, como hace tiempo recordamos La llave de Sarah (Gilles Paquet-Brenner, 2010) y La profesora de Historia (Marie-Castille Mention-Schaar, 2014).


No hay comentarios:

Publicar un comentario