Se dice a nivel popular que “de fútbol y de medicina todo el mundo opina”. Y esto porque no hay quien no sea experto en ambos temas sin más dotes que los que él se conceda. Aunque, claro está, no es lo mismo desvelar el enigma de Bale en el Real Madrid o de Dembelé en el F.C. Barcelona, que intentar resolver la pandemia de la COVID-19 y tener la solución a lo que hacer con las pruebas diagnósticas frente al SARS-CoV-2. Hay un trecho, pero el que es osado no lo conoce… Y por eso yo llevo tiempo pensado que deberíamos cerrar las Facultades de Medicina en España, primero porque sobran la mitad per se (y esto es verídico) y otra porque muchos se han vuelto catedráticos de Medicina sin estudiar un libro de anatomía, patología médica o epidemiología (por lo que quizás no valga la pena el esfuerzo de seguir con la enseñanza tradicional).
Por tanto, esto es un ejemplo de que no es nada nuevo lo que describieron allá por el año 1999 dos profesores de psicología de Nueva York, ejerciendo en la Universidad de Cornell, David Dunning y Justin Kruger. De sus estudios concluyeron lo siguiente: «La sobrevaloración del incompetente nace de la mala interpretación de la capacidad de uno mismo. La infravaloración del competente nace de la mala interpretación de la capacidad de los demás». A ello le llamaron el EFECTO DUNNING-KRUGER que, en román paladino, puede resumirse en la frase: cuanto menos sabemos, más creemos saber. Es un sesgo cognitivo según el cual, las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar esas mismas habilidades, capacidades y conocimientos. Como resultado, estas personas suelen convertirse en gente que opina sobre todo lo que escucha sin tener idea, pero pensando que sabe mucho más que los demás. O que se atreven a ejercer de algo que no les va ni les viene.
Estos dos psicólogos dedicaron parte de su vida a demostrar su “efecto” con experimentos varios. Y a intentar responder a varias preguntas:
- ¿Por qué cuanto menos sabemos más creemos saber?
Porque existe una percepción irreal de algo tan básico como que para hacer algo bien, debemos tener al menos un mínimo de habilidades y competencias que nos permitan estimar con cierto grado de exactitud cómo será nuestro desempeño en la tarea. De hecho, el efecto Dunning-Kruger se puede aplicar a todas las áreas de la vida y en la práctica creemos que sabemos todo lo que es necesario saber para ejercer un cargo.
- ¿Cómo minimizar el efecto Dunning-Kruger?
Todos cometemos errores por falta de cálculo, conocimientos y previsión. Los errores no son negativos y no debemos huir de ellos sino que podemos convertirlos en herramientas de aprendizaje, pero debemos mantenernos atentos a este sesgo cognitivo porque la incompetencia y la falta de autocrítica no solo hará que lleguemos a conclusiones equivocadas, sino que también nos impulsará a tomar malas decisiones que terminen dañándonos (o dañando a otros).
Por ello, para minimizar el efecto Dunning-Kruger y no convertirnos en esa persona que opina sobre todo sin tener idea de nada o que asumen cargos que les vienen grandes o a destiempo, lo más importante es aplicar estas sencillas reglas: 1) sé consciente al menos de la existencia de este sesgo cognitivo; 2) deja siempre un espacio para la duda, para formas diferentes de pensar y hacer las cosas; 3) opina siempre desde el respeto a los demás, por muy seguro que estés de tu opinión, no intentes imponerla.
- ¿Cómo lidiar con las personas que no reconocen su incompetencia o desconocimiento?
Las personas que opinan tajantemente sobre todo sin tener ni idea y que subestiman a los demás suelen generar un gran malestar. Nuestra primera reacción será irritarnos o enfadarnos, algo perfectamente comprensible, pero no servirá de nada. En su lugar debemos aprender a mantener la calma, porque debemos recordar que solo debería afectarnos aquello a lo que le das poder, lo que consideras significativo. Y sin duda, la opinión de una persona que no es experta en la materia y ni siquiera sabe de lo que habla, no debería ser significativa. Pero es que a veces – lo malo – es que estos inexpertos en el tema ocupan puestos relevantes, muy relevantes.
El problema, además, es que las personas afectas del efecto Dunning-Kruger no se limitan a dar una opinión ni a sugerir, sino que intentan imponer sus ideas. Si esas ideas son de una persona de la calle, pues bueno va… Pero si esas ideas proceden de un político con dicho “efecto” (repasemos la calidad de nuestros políticos, que ni uno ni diez asesores corrigen - solo incrementan el gasto al erario público -), pueden acabar en Reales Decretos, Leyes o Normativas publicadas en Boletines Oficiales. Y es entonces cuando aparecen recomendaciones sin ton ni son, de esas a las que estamos habituados en los últimos meses, que duran unas horas o pocos días, hasta ser revocadas o sustituidas.
En el Ministerio de Sanidad hemos sufrido mucho este efecto de Dunning-Kruger a lo largo de nuestra historia democrática. Todos recordamos nombres de ministros de Sanidad vinculados a diferentes signos políticos que fueron, como poco, muy peculiares, pero nada gratificantes para los que trabajamos en esta profesión. Pero la situación actual ha debido ser muy especial para Salvador Illa, un licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona y MBA en el IESE Business School por la Universidad de Navarra (como yo, como muchos), cuyos méritos para aceptar esta cartera no se reconocen, aunque si su vinculación política como alcalde de La Roca del Vallés (por ejemplo, durante su mandato se construyo el Outlet La Roca Village) y secretario de Organización del PSC, de la mano de Miquel Iceta. A priori un Ministerio de Sanidad que parecía cómodo y por dos razones: 1) porque se había eliminado de esta cartera Consumo y Bienestar Social (si gestionado en el periodo previo por María Luisa Carcedo, licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Oviedo y diplomada en Medicina de Empresa, como nos gusta a los sanitarios que sea… no sé si a todos, pero a la inmensa mayoría, por lógico y coherente); y 2) porque todas las Comunidades Autónomas tienen transferidas las competencias de sanidad, y las competencias exclusivas del Estado en el ámbito sanitario son muy pocas: Sanidad Exterior, bases y coordinación general de la sanidad y legislación sobre productos farmacéuticos.
Pero resulta que, prácticamente a los dos meses de su nombramiento, apareció la pandemia COVID-19, un tema para que era importante venir bien formado en sanidad desde casa y desde joven. Al menos para conocer cosas básicas y esenciales en el tema y poder tomar decisiones eficientes y cruciales. Pongamos por ejemplo los tan populares test diagnósticos frente a este virus: que menos que conocer la diferencia entre sensibilidad-especificad de una prueba diagnóstica respecto a sus valores predictivos y saber calcular los cocientes de probabilidad (positivos y negativos), pues sin temas básicos de poco sirve pasar a destiempo de lo de “test para casi nadie” (cuando había mucha enfermedad y no se hizo una buena compra de pruebas) a “test para casi todos” (cuando ya no hay casi enfermedad). O en temas de control y prevención de enfermedades, para no contradecirse entre "la mascarilla no es necesaria" (cuando la carga de la enfermedad en la población era muy alta) y "mascarillas para todo y para todos" (cuando apenas hay enfermedad en la población). Es como si yo tuviera que explicar en una Facultad de Filosofía, con mi escasa formación (aunque con interés y buenas palabras) la esencia de las meditaciones metafísicas de Descartes o el criticismo de la filosofía kantiana. Pues entiendo que haría un pan como unas tortas… Y por ello tuvo que volver la figura del Dr. Fernando Simón, este epidemiólogo maño metido en mil batallas, pero al menos dos recientes: portavoz del Comité especial sobre la enfermedad del virus del Ébola en España en 2014 (con gobierno del Partido Popular) y como portavoz del Ministerio de Sanidad contra la pandemia de enfermedad COVID-19 en 2020 (con gobierno del Partido Socialista). A él (médico) y a tantos sanitarios, nuestro agradecimiento por su trabajo y por no presentar el efecto de Dunning-Kruger.
Lo que ha ocurrido en España con la enfermedad COVID-19 no lo vamos a repetir. No vamos a entrar en debates de si hemos sido los peores del mundo o los peores de Europa, o los penúltimos o por la mitad (vaya usted a saber) en la gestión de la crisis del coronavirus. Pero que no ha ido nada bien, eso no creo que lo discuta nadie. Y que los malos resultados (realmente dramáticos en mortalidad) y una gestión deficitaria no son culpa de la ciudadanía, a quien ahora se le tiene atemorizada con el “rebrote” (ojo, a la mínima le van a llamar rebrote y señalarnos que cómo somos los españoles de a pie), sino es culpa de los políticos, y de este Ministerio de Sanidad que ha ido como pollo sin cabeza. Y es preocupante la falta de confianza que el entorno sanitario ha tenido a esta gestión. Porque los sanitarios que se han enfrentado de cara a la enfermedad en los hospitales, centros de salud y residencias de ancianos hubieran deseado tener mucha más sintonía con su Ministro de Sanidad y mucho menos efecto Dunning-Kruger.
Porque la sanidad es muy importante en un país. Y los sanitarios somos importantes siempre (no solo cuando truena, como Santa Bárbara). Y por ello los sanitarios nos merecemos un Ministerio de Sanidad en cuyo liderazgo no haya personas con efecto de Dunning-Kruger. Y para subsanar esto es importante lo de zapatero a tus zapatos, y no creo que sea tan difícil elegir a un sanitario con bagaje en su profesión, y con todos los MBA, Másteres y Cursos de gestión y organización que sean menester, pues con ese perfil hay centenares de profesionales que harían esta labor con una gran base de partida (la mayoría seguramente sin perfil político, pero pueden ir de independientes). Porque como me dijo una profesora en mi MBA del IESE Business School (como el de nuestro ministro): “en sanidad no se trabaja con mano de obra, se trabaja con cerebros de obra”.
Y en un lugar como es la profesión de sanitarios con tantos “cerebros de obra” se nota mucho, a la legua, el efecto de Dunning-Kruger. No perdamos la oportunidad de aprender con los errores (este ha costado muy caro) y que al frente de las instituciones no haya jefes sino líderes, no haya políticos sino técnicos profesionales en la materia con una brillante trayectoria previa que le avale.
1 comentario:
Muy bueno.
Totalmente de acuerdo, pero los españoles somos demasiado inconsistentes y tenemos una excesiva tendencia a repetir errores.
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