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lunes, 6 de julio de 2020

Teorías conspiranoicas en tiempo de la COVID-19: the never ending story



No falla. Siempre regresa la misma historia. Es como un dejá vu… Porque siempre que hay una tragedia nacional o internacional, brotan las teorías conspiranoicas que atribuyen el origen de los acontecimientos a oscuros enigmas o personajes, habitualmente con el ocaso de un ciclo para el ser humano (y para la especie) y con oscuras tergiversaciones de lucrativa economía. La pandemia de la COVID-19, que ha azotado a todo el globo, no ha sido menos. Y no han perdido el tiempo… los unos y los otros. 

Pero antes de analizar estos bulos conspiranoicos, vale la pena responder a algunas preguntas: ¿Por qué somos tan adictos a las teorías conspiranoicas ? ¿Nos han atraído de la misma forma a lo largo de la Historia? 

El libro “Uniendo los puntos" (de Clara de Inocencio, JanWillem van Prooijen y Karen M. Douglas) indaga en ello y explica que la creencia en planes secretos y otras historias típicas de tabloides se deben a una distorsión del proceso cognitivo que permite al ser humano identificar patrones. Una habilidad que ha sido clave para nuestra supervivencia como especie - beber agua quita la sed, el semáforo rojo significa que hay que parar, etc. -, pero que a veces también nos lleva a intuir un patrón donde sólo hay estímulos caóticos o generados aleatoriamente. En otras palabras: descartamos que algunos fenómenos se producen al azar y preferimos pensar que en la sombra hay alguien manejando los hilos. Según los autores del libro, las teorías de la conspiración ofrecen una explicación sencilla de la realidad y ayudan a restaurar una cierta sensación de control y predictibilidad. 

Los conspiracionistas, auténticos “believers” de lo subterráneo y lo paranormal, son a la sociedad lo que los populistas a la política: están por todas partes... y más vale verles venir de frente. Según el ensayo “Republic of Lies” de Anna Merlan, donde analiza “la ecosfera de la sospecha", sostiene que el pensamiento conspiranoico tiende a florecer en tiempos de mucha agitación social, cuando cualquier agarradera es buena para no ser arrastrado por la incertidumbre. Consecuencia: los bulos ya tienen más público que nunca. Y las redes sociales y cualquier medio de comunicación son el perfecto caldo de cultivo (y sin barbecho). Pero con un pequeño pero (que es enorme): los avances tecnológicos han aumentado la complejidad de nuestra realidad diaria, que es instantánea y donde cualquiera puede “producir” información (de calidad formal y ética muy variable). Con ello estamos más (sobre)expuestos a información (de hecho, estamos “infoxicados”) sobre eventos sociales, económicos, científicos y políticos, pero la mayoría de nosotros sólo tiene un conocimiento superficial del mundo en el que vivimos y de los temas que preocupan. Ni se profundiza ni se reflexiona sobre esos aspectos de los que todo el mundo habla, la inmediatez solo da para opinar rápido, donde el “zasca” es lo que más “likes” y “followers” consigue (Twitter dixit). 

La mayoría de las teorías de la conspiración proporcionan un culpable, y eso tiene un poderoso atractivo emocional para muchas personas. Las teorías de la conspiración ofrecen una explicación de la realidad que es sencilla y comprensible, y aunque estén basadas en ideas erróneas ayuda a las personas a restaurar una cierta sensación de control y predictibilidad sobre sus vidas

La Historia reconoce varias edades de oro en las teorías conspiranoicas: la primera edad de oro de la conspiración comienza con el asesinato del presidente Kennedy; la segunda, con la llegada del hombre a la Luna; y, quizás la tercera y estrella de la conspiración es el 11-S. Ése es el punto de inflexión. Aquí la desconfianza entre el poder y su autoridad alcanza su clímax y el caos de la conspiración total es un agujero negro que todo lo devora, como Saturno a sus hijos. 

Pero son muchos las conspiraciones que hemos vivido ya: el Nuevo Orden Mundial; el ocultamiento extraterrestre; el que Elvis Presley hubiera fingido su muerte o el que Paul McCartney es en realidad un doble, pues el real Paul murió en 1966; las muy variadas teorías conspiranoicas sobre la Bíblia; el triángulo de las Bermudas; las profecías de Nostradamus; el experimento Filadelfia; los caballeros templarios, los cátaros y el Santo Grial; la conspiración judeo-masónica-comunista-internacional; los Illuminati; la teoría de la falsedad del Holocausto (vaya por Dios, menos mal que “solo” fueron 20 millones de víctimas); los chemtrails (abreviatura de chemical trail o estela química en el aire) que se han convertido en los equivalentes contemporáneos de los Illuminati y Los sabios de Sión es porque han conseguido proyectarse a lo bestia desde las redes sociales. Uno de los bulos que más fuerte ha pegado en la red últimamente es el de su origen en las redes 5G, tanto que incluso ha provocado que decenas de ciudadanos hayan atacado a las torres con estas antenas 5G. 

Las teorías de la conspiración han encontrado su ecosistema digital en las redes sociales, desde el que se desarrollan y multiplican su efecto, según profundiza sobre ello el columnista de The Times, David Aaronovitch, es su libro “Voodoo Histories. The role of the conspiracy theory in shaping modern history” publicado en 2009. Y donde no es ajeno a decir que los periodistas y los medios han contribuido a ese estado mental, pues muchos temas que eran tabú, friquismo puro, han saltado a la prensa (bueno, más bien a la prensa “amarillista”). 

Pero, ¿qué se sabe hasta ahora sobre el origen del coronavirus? Una primera investigación sobre el origen de esta enfermedad, publicada en la revista The Lancet, determinó que se trataba de un nuevo tipo de virus, de la familia Coronavidae, emparentado con el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) y con el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) pero que no es igual a ninguno de ellos. El punto común de los primeros casos de nuevo coronavirus fue el mercado de la ciudad china de Wuhan, en la provincia de Hubei: ese fue el epicentro de la crisis sanitaria declarada a nivel mundial. El mercado de Wuhan se trata de un mercado de animales, de ahí la importancia de averiguar desde qué animal 'dio el salto' el coronavirus para infectar a los humanos: y la principal sospecha es el murciélago, pues parece que se ya se ha descartado el pangolín. 

Y he aquí las tres principales teorías conspiranoicas en tiempos de la COVID-19: 

1) El coronavirus son las torres 5G. 
Una de las teorías más apoyadas es que el origen del SARS-CoV-2 se encuentra en las redes 5G. Probablemente habrá oído que el 5G va a marcar un antes y un después en la sociedad de la información: ofrece velocidades de conexión mucho más alta y abre un abanico casi infinito de posibilidades telemáticas. No opinan lo mismo quienes consideran que la enfermedad COVID-19 no es un virus en absoluto, sino el efecto de las torres 5G, que se introdujeron por primera vez en 2019. Algunos famosos han contribuido a extender esta disparatada teoría: la cantante Keri Hilson, el futbolista David Icke, el cantante Miguel Bosé, el político nigeriano Femi Fani Kayode, el escritor Jeremy Stone. Según esta tesis, Bill Gates también es protagonista y tiene un plan perverso para desarrollar una "vacuna" que consiste en un chip con capacidad de monitorear nuestros movimientos. 

2) El SARS-CoV-2 fue creado en un laboratorio. 
El 9 de marzo, el expresidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, declaró al COVID-19 una arma biológica en un tweet que incluía una carta escrita a António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, en la que mostraba sus sospechas sobre el nuevo virus. A medida que la teoría ganó fuerza, algunos usuarios de Internet llegaron a afirmar que Bill Gates (otra vez el magnate de Microsoft) había participado en la síntesis del virus "cultivado en laboratorio", y la conspiración afirmaba que tal brote podría significar un gran negocio para la Fundación Bill y Melinda Gates (a pesar de que la fundación ha prometido millones para combatir el brote de COVID-19 y que lleva muchos años dedicada a reequilibrar oportunidades en salud y educación a nivel local, especialmente en las regiones menos favorecidas, razón por la cual se le galardonó con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 2006). Pero los hechos no sirven de nada, frente a un buena teoría conspiranoica. 
La historia ha circulado hasta tal punto que se ha llevado a cabo un estudio real para probar el origen natural del SARS-CoV-2: el estudio, publicado en la revista Nature Medicine, señala que dos características clave en el patógeno SARS-CoV-2 descartan la intervención de laboratorio en su desarrollo. Pero no servirá de nada… frente a los tweets y retweets de esta teoría. 

3) El coronavirus lo trajeron los extraterrestres. 
Existe una teoría que apunta que la vida que habita en planetas desconocidos podría llegar a la Tierra a través de un meteorito. El profesor Chandra Wickramasinghe, del Centro de Astrobiología de Buckingham, afirmó a principios de este año que una bola de fuego que cayó en el norte de China en octubre pasado es la fuente más probable de SARS-CoV-2. 
Las similitudes de SARS-CoV-2 con SARS y MERS son una vez más evidencia de que esta teoría no tiene pies ni cabeza, ya que es absolutamente improbable que un virus extraterrestre evolucione exactamente de la misma manera que los patógenos transmitidos en la Tierra. Y de aquellos otros dos no dijeron nada en su momento… 

Así que en esta pandemia de la COVID-19 también vale aquello de envía tu teoría conspiranoica, que algo siempre queda. Aunque sea confusión, que no ayuda a nadie, pero a los difusores da relevancia y a los seguidores una aparente seguridad ante las situaciones difíciles. Nada nuevo sobre la faz de la Tierra, porque ya hemos visto que es “the never ending story”. 

Mas nos vale en la COVID-19 enfocarnos hacia lo importante y ser coherentes en todo momento (algo que ha brillado por su ausencia a nivel político en estos meses). Porque queda mucho por hacer para recobrar nuestra vida normal, no la “nueva normalidad”, otra teoría conspiranoica que me pone de muy mal carácter… por cierto.

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