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sábado, 8 de agosto de 2020

Cine y Pediatría (552). “Magnolia” nos deja el aroma de las secuelas por una paternidad con malos tratos



Se denomina como película coral (en referencia a la música del coro) a ese tipo de cine en el que se presentan varias historias y personajes cuya conexión tiene lugar en el clímax de la obra. Y podemos recordar varias películas que entrarían en este subgénero: Plácido (Luis García Berlanga, 1961), Caídos del cielo (Francisco J. Lombardi, 1990), Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), Airbag (Juanma Bajo Ulloa, 1997), Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, Kátia Lund, 2002),  Crash (Paul Haggis, 2005), Los tres entierros de Melquiades Estrada (Tommy Lee Jones, 2005), Truco o trato: Terror en Halloween (Michael Dougherty, 2007). Ahora bien, en este capítulo tiene un lugar destacado “la trilogía de la muerte” de Alejandro González Iñárritu, con Amores perros (1999), 21 gramos (2003) y Babel (2005). Pero parece que hay cierta unanimidad en que fue la película Short Cuts: Vidas cruzadas (1993) una de las más importantes en este género y que creó escuela cuando el (quizás sobrevalorado) Robert Altman nos dejó esta obra en la que enlaza la acción de 22 personajes, en paralelo o con encuentros casuales. 

Pero a Robert Altman le salió un digno sucesor que superó al maestro y cuya figura cabe destacar: la del guionista, director y productor californiano, Paul Thomas Anderson. Considerado un niño prodigio, con menos de 30 años nos dejó dos obras del calado de la excelente comedia dramática ambientada en el mundo del cine pornográfico de los 70, Boogie Nights (1997), y tan solo dos años después, la obra maestra dentro de las películas corales que hoy nos convoca: Magnolia

Es Magnolia una película especial y por varios motivos: por su inusual formato de 188 minutos, pero que gracias a su gran ritmo y mejor guión, es capaz de domar el tiempo; por su estructura en tres partes, como toda obra teatral, para hablarnos del azar, con su breve y llamativa introducción, su largo nudo y su especial desenlace, con uno de los finales más rompedores de la historia del cine; y por la fusión de música y cine, de forma que algunas canciones se convierten en un protagonista más, de la mano especial de esta cantante de Virgina por reivindicar llamada Aimee Mann, quien acapara la BSO (salvo alguna canción de Supertramp y algún otro autor). Porque Magnolia es para algunos entendidos una de las más bellas, profundas, enigmáticas, singulares y poderosas películas norteamericanas en muchas décadas. 

Como un buen genio y un buen artesano del séptimo arte, Paul Thomas Anderson entrelaza nueve historias para conformar un film coral en el que todo encaja a la perfección. Con una intensa puesta en escena y una serie de ingeniosos recursos narrativos, Anderson reflexiona durante casi tres horas sobre el carácter azaroso de la paternidad, sobre el daño de una paternidad mal entendida y los malos tratos que se pueden producir, sobre cómo establecemos raíces sobre sucesos producto de la casualidad y la contingencia inherente a la existencia. Y como el perdón se conforma y confirma como una salida redentora. Y todo ello a través de su introducción, nudo y desenlace. 

Introducción (o prólogo). Deslumbrante, breve y desconcertante. Tres historias sobre el azar y la casualidad, tres historias reales protagonizadas por la fatalidad y los caprichos del destino. Nada tiene que ver con el resto de la película, pero esta metaficción no es una referencia gratuita en esta descomunal y obscena demostración de cine a la que nos enfrentaremos. A modo de cierre del prólogo, la voz del narrador concluye: “Esto no fue solo una cuestión de azar. No. Estas cosas extrañas suceden a todas horas”. 

Nudo. Contundente y eficaz presentación de los nueve personajes principales (y alguno más), de diversos extractos sociales y niveles culturales, que viven, trabajan o sobreviven en la ciudad de Los Ángeles, allí donde construye este monumental fresco sobre el perdón y la superación de los traumas de la infancia o desde la infancia. Y lo hace con un reparto vertiginoso e interpretaciones magníficas, donde el director saca lo mejor de cada uno de ellos, algunos ya sus actores fetiche. 

Frank T.J. Mackey (Tom Cruise, en un papel como pocos en su carrera) interpreta a un joven charlatán machista que transmite su fama y éxito por conferencias y programas televisivos. Earl Partridge (Jason Robards), un anciano encamado en los últimos momentos de enfermedad, y quien está al cuidado de su enfermero Phil Parma (Philip Seymour Hoffman), mientras su pareja Linda Partridge (Julianne Moore) sale a conseguir medicamentos para combatir su angustia por no haberle sido fiel en vida a su anciano marido. Jimmy Gator (Philip Baker Hall), un presentador de un programa televisivo que acarrea problemas de salud y dificultades dentro de su familia, especialmente con su hija deprimida y ya drogadicta, Claudia Wilson Gator (Melora Walters). Jim Kurring (John C. Reilly), el oficial de policía en busca del amor y de ser mejor persona. Donnie Smith (William H. Macy), un ex niño prodigio y que ahora es un fracasado don nadie en banca rota y enamorado en secreto de otro hombre. Y, por último, Stanley Spector (Jeremy Blackman), el niño prodigio que su padre utiliza para los concursos de televisión. 

Y las vidas de estos personajes se cruzan y entremezclan, con un punto en común: el perdón por una paternidad que ha dejado en sus hijos el aroma de las secuelas que conllevan los diferentes tipos de malos tratos. Earl Partridge busca el perdón de su hijo Frank T.J. Mackey, a quien abandonó en su infancia y le sometió a hacerse cargo de su madre enferma. Jimmy Gator busca el perdón de una hija Claudia Wilson Gatos, temerosa y despechada por supuestos abusos de su padre en la infancia. Donnie Smith reconoce que sus padres le utilizaron y se quedaron con todo el dinero que ganó cuando era un niño prodigio. Y algo parecido le ocurre ahora a Stanley Spector, quien llega a decir a su padre: “Papá, debes portarte bien conmigo”. Y la película llega al final para volver al principio con esta reflexión: “Dejamos el pasado atrás, pero el pasado no nos deja”. Porque todos ellos viven sumidos en una pequeña tragedia personal, pues, ya sea por un excesivamente infausto o excesivamente brillante pasado, viven un presente desolador. 

Desenlace. Con una película de esta magnitud, es posible que Anderson se crea Dios. Y de ahí la catarsis anfibia y bíblica con la que concluye la película, ese final que nos desconcierta a todos. La lluvia de ranas guarda una estrecha relación con la Biblia, pues en el Éxodo 8.2 se dice “Así lo hizo Aaron, y salieron tantas ranas que cubrieron todo el país de Egipto”. Sin embargo, la intención del director no era en ningún momento la de darle este significado, pues él mismo reconoció desconocer ese pasaje del texto, pero una vez que fue consciente de ello supo sacarle partido. Porque el número 82 está sutilmente insertado en varios momentos del film: en un avión de extinción de incendios, un reloj que indica las 8:20, o, la más relacionada con este hecho, la predicción meteorológica que indica un 82% de probabilidades de lluvia. De nuevo el azar parece que no es tal. Porque aunque Magnolia parezca un film sobre el azar y sus circunstancias, no lo es: Anderson, como Voltaire, piensa que el azar es una palabra vacía de sentido, porque nada puede existir sin causa. Ninguno de los personajes eligió tener una vida tan desdichada, y, sin embargo, se ha visto envuelto en una situación tan calamitosa que parece no encontrar salida. Y de pronto, miles de ranas cayendo del cielo sirven de punto final para todas estas historias a la vez. 

A cada flor se le suele atribuir un significado especial. Incluso diferentes culturas tienen diferentes significados de flores a una flor específica. Algo así ocurre con la flor de la magnolia, que crece en árboles de hoja perenne y hasta de hoja caduca. Las magnolias producen diferentes flores de color dependiendo de la variedad y estas flores no tienen pétalos o sépalos como otras flores, tienen tépalos. Las flores están disponibles en una variedad de colores y cada color conduce a un significado diferente: las flores blancas indican pureza y perfección, las rosas significan juventud e inocencia, las verdes tienen el mismo significado de la alegría y también salud y suerte, las púrpura ayudan en la consecución de los deseos de suerte y salud. La magnolia, incluso, es la flor oficial del estado de Misisipi y Luisiana, y el primero se ha ganado el apodo de “Estado Magnolia ‘debido a las abundantes floraciones de esta flor. Básicamente, la flor de magnolia se asocia con la belleza y la perseverancia, con la nobleza y la dignidad. Posiblemente la belleza, perseverancia, nobleza y dignidad que buscan los nueve protagonistas de la película Magnolia. 

Y tres temas claves de Aimée Mann nos llenan y rellenan de sentido con este tercer personaje invisible - y, como aquí, a veces tan visible -, llamado música: el “One” arrancando a toda potencia, con el primer momento magistral de la película, como es la presentación de todos y cada uno de los personajes principales; superado la mitad de metraje su tema principal, “Wise Up” donde cada uno de nuestros ya conocidos protagonistas susurran la canción y se dan la orden de espabilarse ante los acontecimientos de su vida; y al final, “Save Me”, con un título premonitorio que nos aboca a los títulos de crédito, porque todos debemos salvarnos de nuestro pasado si no lo hemos cuidado. 

Porque si los padres no cuidan la infancia de sus hijos, la flor de la magnolia, la flor de su vida, se marchitará en el futuro.


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