sábado, 22 de agosto de 2020

Cine y Pediatría (554). “Adolescentes”, el boyhood de los coming-of-age

 

Hoy hablamos de una película que reúne tres características: es cine francés, es cine documental y es cine de adolescentes. Y los tres tienen un trato especial en Cine y Pediatría. Sobre la importancia del cine francés, o mejor aún, del cine en francés de Francia, Bélgica y Canadá, ya hemos destacado de manera reiterativa que es un cine que supera cualquier otra filmografía en este proyecto de vincular la infancia y adolescencia con el séptimo arte. Y en concreto ya hemos comentado la importancia de cuatro películas documentales en francés, que prescribimos con entusiasmo: Bebés (Thomas Balme, 2010) para entender la normalidad de un recién nacido y lactante; Solo es el principio (Pierre Barougier y Jean-Pierre Pozzi, 2010) para reconocer a los niños como nuestros pequeños filósofos; Camino a la escuela (Pascal Plisson, 2013) para reflexionar sobre los distintos caminos que nos llevan a la escuela; y El gran día (Pascal Plisson, 2015) para conocer el camino que hay que recorrer para hacer realidad los sueños de nuestra infancia. Y sobre la adolescencia ya hemos reivindicado de forma reiterativa el considerarla en sí como un género cinematográfico, dada la cantidad y calidad de películas que versan sobre este camino de la infancia a la vida adulta, este tránsito que se conoce con el anglicismo “coming-of-age”

Esta película es Adolescentes (Sébastien Lifshitz, 2019), un título que no deja lugar a ninguna duda. Su director es uno de los documentalistas más prolíficos y aclamados del cine europeo contemporáneo, responsable de Los invisibles (2012) o Las vidas de Thérèse (2016), y quien decidiera embarcarse en esta aventura cinematográfica: acompañar durante 5 años a las amigas Emma y Anaïs desde los 13 años hasta que cumplen 18, su mayoría de edad. Una grabación que tiene lugar en la localidad de Brive-la-Gaillarde, denominada comúnmente Brive, comuna francesa situada en el departamento de Corrèze, en la región de Nueva Aquitania, con unos 50.000 habitantes. Esta ciudad es el escenario de la vida de dos chicas adolescente a quien la cámara acompaña durante su vida cotidiana y en los tres entornos habituales (familia, centro escolar y amigos), y lo hace durante el año escolar y durante las vacaciones, tanto en los momentos clave de sus vidas, como en los momentos más banales. Y es por ello que a esta película se le ha venido a denominar como el “boyhood” de la adolescencia, en clara similitud con la película Boyhood (Momentos de una vida) (Richard Linklater, 2014), esa historia familiar que recorre 12 años de la vida de Mason, de los 6 a los 18 años. O si se quiere, incluso una mezcla entre Boyhood y Girlhood (Céline Sciamma, 2014), película esta que nos sumerge en adolescentes negras de extrarradio que son como diamantes en bruto. Y en Adolescentes, como siempre ocurre en el cine documental, muchas horas de grabación y un laborioso proceso de montaje. Para bien o para mal. 

Una grabación durante 5 años donde la cámara nos hace mirar por un agujero su vida real, donde es difícil imaginar que estén interpretando, o eso al menos es lo que sentimos entre las habituales (y casi constantes) disputas entre Anaïs y sus padres y Emma y su madre (pues su padre, por trabajo, está casi siempre ausente). Somos partícipes en la película de los hechos de la época y cómo repercuten en nuestros adolescentes: el ataque terrorista al Stade de France en noviembre de 2015 y sus reacciones de dolor y el miedo, o las elecciones generales de Francia, con el ascenso en 2017 de Emmanuel Macron sustituyendo a François Holland, y la expresión de la familia: “Estamos jodidos”

Anaïs es un vivaz adolescente con sobrepeso, una de las pocas que finalmente se decide por la rama de la Formación Profesional, pues quieres ser educadora infantil. Y aparece en la escuela con niños de preescolar realizando prácticas, luego en un centro geriátrico. Su recorrido no es fácil: se enfrenta al fallecimiento de su abuela, al incendio de su casa y al cambio forzado de domicilio. Y todo ello lo vive como corresponde a esta edad y así se lo dice a su padre: “Entiéndelo. Soy una adolescente de 17 años y estos cuatro meses he estado sin tener vida social. Me molesta. Puedes pensar: problemas de adolescente, ¿qué más da? ¿Pero no crees que tengo problemas de verdad de los que ocuparme?... Estoy triste y a vosotros os da igual”. Y cuando lo deja con su novio Dimitri comenta “Siento como si no tuviera donde ir”, pues no encuentra acomodo en ningún lugar, menos en su hogar. “La verdad es que este es el peor año de mi vida”, le confiesa a su madre, una madre depresiva que ya se ha sometido a una banda gástrica por su obesidad mórbida. Y le comenta a un amigo: “Todo el mundo está deprimido en Snapchat. Incluso en Facebook, es una mierda. Que aguafiestas”. Aunque finalmente nos confiesa: “Siento que estoy madurando, que entiendo mejor las cosas, que entiendo mejor la vida. Siento que estoy reaccionando más como una adulta, o como una joven adulta, supongo”. Y finalmente Annais se va a vivir sola: “No me voy. Estoy harta de que me den sermones, me griten, me critiquen,…” 

Emma es una atractiva morena, más bien solitaria, quien tiene afición por el canto y el teatro. Es un alma de artista, en parte solitaria. Emma se siente sola y quizás prefiere estar sola y en continuo litigio con su madre, quien le dice: “Lo que veo es que rechazas cualquier tipo de debate en casa”, y Emma le contesta: “Porque sois un coñazo… Vosotros sois como una patada en el culo. Me molesta vuestra voz”. 

Porque tanto Anaïs como Emma discuten continuamente con sus padres, no porque sean familias conflictivas, sino porque estas discusiones son habituales entre padres y adolescentes. Lo anormal viene a ser lo contrario…Y la cámara es protagonista, no como actores ni actrices, sino como padres e hijas, Y con ellas vivimos escenas habituales, enfados y discusiones verídicas donde la cámara no les influye para ello. Pero al final, estas amigas, que se han pasado casi todo el tiempo quejándose de su familia, del colegio y de su vida en general, se permiten realizar una genial reflexión sobre su generación: “Hemos tenido suerte, hemos crecido en la mejor época”, 

Y la conversación de las dos amigas en el césped de la playa del río Corrèze, una vez superado la etapa del instituto, sabiendo que una irá se irá a estudiar a París y la otra a Limoges. Y nos dicen aquello de “Ya veremos donde nos lleva la vida... Me aterra el futuro. Porque aún somos jóvenes y estamos un poco a la deriva”. Y ese final donde cada una de ellas, superada esta etapa de su vida, comienzan otra. Dos imágenes de noche en dos ciudades, arrastrando sus maletas, son el contrapunto a todo lo vivido. El coming-of-age se ha cumplido…

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