Hay filmografías que llegan de forma excepcional a la cartelera de cine de España, y una de ellas es Turquía. Probablemente recuerdo en mi juventud la película Yol/El camino (Yilmaz Güney, Serif Gören, 1982). Y cierto renombre, por ganar el Oso de Oro en Berlín, de la película Honey (Semih Kaplanoğlu, 2010), la tercera y última entrega de la Trilogía de Yusuf, que incluye las películas Egg y Milk. Y en Cine y Pediatría hemos hablado de una buena película, Mustang, ese grito de libertad de cinco hermanas turcas, en un drama del año 2015 de coproducción internacional, pero que se presentaba por Francia, dirigida por la directora de origen turco y nacionalizada francés, Deniz Gamze Ergüven. Poco más que pueda recordar.
Y es gracias a Netflix que llega la película turca Milagro en la celda 7 (Mehmet Ada Öztekin, 2019), una nueva adaptación de la película original homónima coreana dirigida por Lee Hwan-kyung en el año 2013 que inspiró otros remakes como la india Pushpaka Vimana (S. Ravindranath, 2017), la filipina Miracle in the Cell No. 7 (Nuel Crisostomo Naval, 2017) y la recién estrenada versión indonesa Miracle in the Cell No. 7 (Hanung Bramantyo, 2020). En ellas cambia el lugar de los acontecimientos y algunos detalles, pero en esencia todas versan sobre un hombre con problemas mentales que tiene un coeficiente de inteligencia de un niño de 6 años de edad, que es casualmente la edad que tiene su hija. Padre e hija llevan una vida feliz, pero todo cambia cuando el padre es falsamente acusado y condenado por el asesinato de una menor de edad, hija de un comisario de policía. Entonces el padre es encarcelado (en la celda número 7) y la hija es enviada a una institución de menores. Inevitable no ver en esta historia una relación importante con la película Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001), aquella preciosa lucha de Sam (Sean Penn), afecto de retraso mental leve y algunos comportamientos autistas, por recuperar la custodia de su hija Lucy (Dakotta Fanning) con la ayuda de una abogada (Michelle Pfeiffer) y con la música de The Beatles como leitmotiv.
En esta versión turca, se nos narra la historia de Memo (Aras Bulut Lynemli, uno de los actores jóvenes más talentosos y reconocidos de Turquía), un pastor que tiene un trastorno mental cognitivo no identificado, y su maravillosa hija Ova (Nisa Sofiya Aksongur), cuya madre falleció en su alumbramiento. Ambos viven en la casa de la abuela paterna (Celile Toyon Uysal), a quien su nieta le dice: “Mi padre no es como los otros padres. Tiene la misma edad que yo”. Pero esta abuela, tan esencial como todas las abuelas, apoya incondicionalmente a su hijo: “No te sientas insignificante… Tienes un corazón precioso”.
A pesar de su hándicap, Memo hace todo lo que un padre haría para ver feliz a su hija. Pese a su discapacidad pone toda la capacidad y amor posible en su hija, incluso comprarle esa mochila de Heidi que Ova admiraba en un escaparate. Pero otra niña, llamada Seda, la hija del comandante, la compra primero. Por el azar, esa misma niña es la que corre hacia un acantilado y se asoma al borde, a pesar de las advertencias de Memo. Entonces ocurre la tragedia y Memo es culpado de la muerte de la niña y obligado a firmar una confesión, por lo que entra en prisión, en la celda número 7, donde todos (soldados y presos) le someten a diversos maltratos por creer que es un asesino de niños.
Pero cuando es llevado por la policía, Memo le grita a Ova que “el gigante de un ojo lo vio” y la niña intenta por todos los medios conseguir el testigo que ayude a salir de la cárcel a su padre. Y esta hija le pregunta a su abuela: “¿Cuántos días faltan para que vuelva papá?”. Una pregunta que adquiere más sentido cuando se queda sola al fallecer la abuela y convertirse en un ángel (pues para Ova todos los que se mueren se convierten en ángeles, como lo hizo su madre).
Una película llena de emoción durante su más de dos horas de metraje, especialmente todo lo que ocurre en esa celda número 7. La transformación de los compañeros de celda, quienes pasan de odiarle a compadecerle, para luego quererle con su forma de ser y sus problemas mentales. Y a medida que su sentencia a muerte está más cercana, ocurre el milagro que todos esperan y por el que han luchado. Una sucesión de acontecimientos que conviene no revelar. Y donde todavía resuenan la voz en off de su abuela, ya ángel: “Te diré dos cosas, Ova. La primera es sobre la verdad. ¿Sabes esos pájaros tras los que corre tu padre? No vuelan al cielo. Vienen en verano y se van en invierno. La segunda es sobre tu padre, Ova. Digan lo que digan, ordenen lo que ordenen, impongan el castigo que impongan, tu padre es un buen hombre. Recuérdalo. Tu padre es un buen hombre”.
Y ese despliegue de humanidad de Milagro en la celda 7 se refuerza con una sólida factura visual y musical –realista, pero con destellos de fábula–, y sostiene una profunda reflexión sobre la paternidad, la justicia, la culpa y el perdón. Y al final tiene lugar un flashfoward, donde Ova reaparece crecida con un vestido de novia para su boda con el segundo amor de su vida. El primero siempre será el pastor, su padre. “Lingo, lingo”.
Y esta película nos dirige al debate de la paternidad-maternidad de las personas con discapacidad intelectual, lo que no podemos ignorar que nos remite a un derecho, reconocido específicamente por la ONU. Y cuya reflexión enraíza en una asunción: a) que se pretende, a la vez, empática y lúcida; b) que pone en interconexión lo que implica este derecho con las demandas de otros derechos en juego, especialmente los de los futuros hijos –de acuerdo con el principio de interdependencia de derechos-; c) que resalta decididamente los apoyos y los acompañamientos que, asentados en la justicia y la solidaridad, corresponde ofrecer a la sociedad en general y a las instituciones públicas en particular cuando se plantea el ejercicio, o incluso la inhibición, de este derecho; d) que considera el disfrute de este derecho, por parte de las personas con discapacidad intelectual, en el marco general de su disfrute por parte del conjunto de la población.
Y quizás la conclusión a la que se llega es que habrá personas con tales circunstancias de discapacidad intelectual que, contando con apoyos adecuados razonables, tienen suficiente competencia para ejercer el derecho a la paternidad, para ser excelentes padres y madres; mientras que habrá otras circunstancias en las que es desaconsejable que se aboque al ejercicio de la paternidad-maternidad, no sólo pensando en el bien del futuro niño y el disfrute de sus derechos, sino en el bien de la propia persona con discapacidad. Una conclusión como ésta pide discernimientos y procesos que, a su vez, reclaman acompañamientos adecuados y firmemente personalizados.
El debate está abierto para combinar todos los elementos siguientes: discapacidad, paternidad-maternidad, amor, apoyo, comprensión, seguridad y derechos. Algo así como un milagro que debemos promover… y más allá de la celda número 7.
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