miércoles, 16 de septiembre de 2020

Sobre cisnes negros, rinocerontes grises y virus con corona

 


Muchos teóricos han catalogado la crisis del coronavirus como un «cisne negro». El término, muy utilizado en economía, fue acuñado por el investigador libanés Nassim Nicholas Taleb en 2007 y se refiere a un suceso raro, extremadamente improbable que, cuando sucede, produce un impacto descomunal. Ese impacto provoca que a posteriori se fabriquen miles de explicaciones al respecto, racionalizando el suceso y transformándolo en algo que sí se podía predecir. Ejemplos de cisnes negros son los atentados de las Torres Gemelas, la caída del Muro de Berlín o, más recientemente, el Brexit. 

Sin embargo, en las últimas semanas, otras voces han afirmado que este virus es, en realidad, un «rinoceronte gris». Michele Wucker en su libro de 2016 'El rinoceronte gris: cómo reconocer y actuar sobre los peligros evidentes que ignoramos' se refiere a él como una amenaza altamente probable (ya que en el pasado han habido sucesos de la misma índole) y de alto impacto pero que es sistemáticamente ignorada. Si el cisne negro se enmarca dentro de lo inesperado o con baja probabilidad de ocurrencia, el rinoceronte gris se muestra en cambio como un suceso inminente y conocido al que, por la razón que sea, no se hace ni caso. 

Cisnes negros y rinocerontes grises aparte, creo que con el COVID-19 todos tenemos la misma sensación: estamos ante una crisis de evolución incierta. No sabemos lo que va a ocurrir ni desde el punto de vista sanitario, ni económico, ni político, ni ambiental, ni tan siquiera estructural. No lo saben los científicos, los sanitarios, ni los virólogos, tampoco los analistas ni los economistas, ni mucho menos los políticos. Surge una teoría con respecto a la posible evolución de la pandemia y a los dos minutos surge justo la contraria. Todos nuestros intentos de predecir y controlar el futuro o las posibles repercusiones que se avecinan son fruto del miedo y son fallidos. Esta crisis necesita menos sensacionalismo, menos predicciones, más sentido común y más investigación. Menos “infoxicación” amarillistas y más información científica. Más acción proactiva, y menos reactiva… porque si no es así, siempre llegaremos tarde, mal y nunca. 

Volvamos a la COVID-19 y a estos símiles de zoológico. Los diferentes gobiernos, desde China a Estados Unidos pasando por España y los otros países europeos (así como la OMS en un primer momento), se han querido justificar ante el terrible impacto sanitario, pero también económico y social, de la COVID-19. La excusa ha sido prácticamente unánime: nadie había previsto un efecto tan severo ni una propagación tan rápida y que, en consecuencia, los estados no estaban preparados para hacerles frente. Dejando de lado si esto es creíble, tras la expansión de la enfermedad en China, Irán e Italia y, por tanto, de los avisos que llegaban a Europa del desastre que se iba acercando en un mundo globalizado, en el que las distancias ya no importan, quizás conviene reflexionar sobre aquellos fenómenos arrolladores que se lanzan sobre nosotros sin que, supuestamente, nadie haya previsto su aparición, sus consecuencias y los posibles remedios. 

Toda esta digresión nos llevan a una conclusión ineluctable: los eventos catastróficos se pueden prever (en mayor o menor medida); no estamos preparados para tratarlos por desidia (gubernamental o por parte de los expertos académicos, que prefieren elucubrar sobre cosas seguras) o por tacañería; cuando finalmente nos asaltan abocamos en ellos los mecanismos, las armas, los protocolos, etc. usuales que, mira por donde, no funcionan porque estaban preparados para toda otra clase de acontecimientos. Y, por supuesto, nos cubrimos las espaldas diciendo que este o aquel acontecimiento es un “cisne negro”, cuando la realidad es que se trata de un “rinoceronte gris”, que hace tiempo que existía y nos amenazaba, pero al que no le habíamos hecho caso. 

Se ha escrito mucho sobre esta combinación de animales para explicar los resultados de una pandemia que, tras dos oleadas, ha dejado una estela de muerte y dolor que continúa, pero que se va a continuar de muchas resacas y un tsunami social y económico sin precedentes (especialmente en algunos países como España). Para conocer algo más os dejo un artículo adjunto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni cisne de " Color " ni rinoceronte gris, esto es lo que de toda la vida se ha llamado " Un perro verde "