Hoy llega a Cine y Pediatría una arrebatadora película que algunos críticos ya sitúan entre las mejores de la década. Tres horas de cine imperial que nos habla de lo colectivo (las últimas cuatro décadas de historia de China) a través de lo individual (la historia de dos matrimonios amigos con hijo único), y lo hace de la mano de un inolvidable grupo de personajes de dos familias, enfrentados a su entorno social y político y también a los conflictos de su propia existencia. Hablamos de la película china Hasta siempre, hijo mío (Wang Xiaoshuai, 2019).
Se considera una “película río” por su extensión en el metraje (180 minutos) y por el tiempo y acontecimientos que abarca (40 años), con una historia discontinua llena de flashbacks cuyas piezas vamos encajando a medida que avanza el relato. Pero al final todo encaja, la historia y las historias, la tragedia de unas familias y la tragedia colectiva de un pueblo sometido a una ideología política que priva la libertad.
Dos familias amigas y vecinas. La familia protagonista, formada por la madre Liyun Wang (Yong Mei) y el padre Liu Yaojun (Jing-Chun Wang) con su hijo Xinxing; y la formada por Haiyan Li y su esposo Xinjian Zhang, con su hijo Haohao. Xinging y Haohao son amigos y cumplen años el mismo día. Y en el inicio de su adolescencia, cuando se estaban bañando en un pantano, Xinging muere ahogado, y es cuando entendemos la declaración de sus padres: “El tiempo hace tiempo que se paró para nosotros. Ahora solo nos queda envejecer”. Porque a medida que avanza la película entendemos que, antes de ese trágico acontecimiento que les dejó huérfanos de hijo, Liyun Wang se vio obligada a abortar, pues es aquella época de la política del hijo único en China en la que estaba penalizado tener el segundo hijo, bajo multa o pérdida del trabajo. La escena de cuando es obligada a abortar por ordenamiento gubernamental (y apoyada en esa decisión por su amiga Haiyan Li) es muy dura de ver y entender, y más cuando luego, en la inmensa fábrica donde trabajan, les dan el Premio de Planificación Familiar 1986 (una escena tan dura como patética).
Porque la ética de China nuevamente es puesta en cuestión, y no es algo nuevo ni aislado. Y así la película nos hace recordar esos mensajes represivos que se oyen en las radios o en los altavoces de las fábricas: “Las medidas van a incluir castigos por delitos criminales como violencia contra los camaradas, hurtos de cualquier envergadura, libertinaje, desobediencia y, en definitiva, violencia contra la revolución y el progreso del pueblo…”. Pero la que más impresiona es este mensaje que Liyun Wang oye mientras lleva a su segundo hijo aún en el vientre: “Estimados camaradas del Partido Comunista y de la Liga de la Juventud. Para conseguir nuestro objetivo de disminuir la población de 1.200 millones a finales de este siglo, el Consejo de Estado ha exhortado a las parejas a que tengan únicamente un hijo. Esta es una medida fundamental que afecta al futuro de las Cuatro Modernizaciones a la vez que a la salud y bienestar de las gentes futuras. Este programa repercute en los intereses nacionales. El Gobierno Central requiere que los afiliados al partido, especialmente los mandos de categoría, lleven a cabo este programa para servir de ejemplo, y para asumir el deber de manera responsable de la propaganda y adoctrinamiento del pueblo. El objetivo es lograr la estabilización una vez alcanzados los 1.200 millones de habitantes. Se establece esta medida en toda la República Popular China a excepción de algunos territorios especiales”.
Y la primera sorpresa de la película es cuando entendemos que el hijo que aparece al inicio de la película es un hijo que adoptaron para sustituir a Xingxing y al hermano abortado. Un hijo que desaparece del hogar y cuando la madre pregunta: “¿Dónde diablos se ha metido ese niño?”, el padre le responde: “Dale por muerto”. Aunque al final sí le devuelven su verdadera identidad y libertad, cuando le dicen: “Papá y mamá están muy agradecidos. Fuiste nuestro reemplazo a Xingxing y nos seguiste el juego para hacernos felices. Hoy te devolvemos tu verdadera identidad, Yongfu Zhou. Una cosa más: si te metes en algún lío, recuerda cómo te pegaba”.
Porque el director Wang Xiaoshuai pone rostro humano a las consecuencias de la política china del hijo único que ha moldeado el gigante asiático durante décadas. Esa demografía obligatoria que reprimió a millones de chinos y que cabe entender bajo ese concepto de Las Cuatro Modernizaciones, que fueron objetivos establecidos por Zhou Enlai en 1963, y promulgados por Deng Xiaoping a partir de 1978 (tras la muerte de Mao Zedong), para fortalecer la agricultura, industria, defensa nacional, ciencia y tecnología de China. Fueron un medio de rejuvenecer la economía de China y, con ello, el inicio del camino a la potencia mundial que hoy conocemos.
Las características de Las Cuatro Modernizaciones fueron: 1) En agricultura: hasta 1978 la agricultura se había basado en la colectivización y la mayor parte de la tierra era propiedad pública; se pusieron en marcha dos reformas para un aumento en la productividad: la extensión de las parcelas privadas y el trabajo de tierras. 2) En industria: se abandona la autosuficiencia económica y la desconfianza extranjera; se les permitió incentivos a los trabajadores y la libre elección del trabajo, se terminó parcialmente la fijación de precios por parte del estado, y también se concedió más libertad para fijar salario, contratar y despedir los trabajadores, permitiendo la creación de empresas privadas. 3) En defensa nacional: fueron reintroducidos los grados militares, la milicia perdió su independencia y fue reducida a una reserva utilizada en caso de guerra, y también aumentó el ejército. 4) En ciencia y tecnología: se aportó dinero a escuelas de calidad, y los mejores estudiantes fueron enviados a las mejores universidades en el extranjero para aprender su cultura y progreso. Han pasado más de cuatro décadas de este proceso de reforma y apertura, un camino que no estuvo exento de problemas, vaivenes y experimentos diversos para cambiar su modelo y modernizar el país y convertirlo en lo que hoy es.
Y a las Cuatro Modernizaciones de 1978, le siguieron otras modificaciones. Fue el año 2008 el que supuso un cambio radical para el país asiático, con los Juegos Olímpicos, pero también con la crisis económica y financiera internacional, que aprovecho este país. Y fue el 1 de enero de 2016, en plena era del actual presidente Xi Jinping, la fecha que marcó el final oficial de la política del hijo único, iniciada en 1979, un giro que tiene ahora por objetivo revertir la tendencia al envejecimiento de la población china, problema que podría afectar a una economía que se halla en pleno cambio de modelo desde uno de manufactura y exportación -dependiente de la mano de obra- a uno marcado por el consumo interno.
Y todo ello – las Cuatro Modernizaciones y la política del hijo único – impregna esta especial y esencial película como es Hasta siempre, hijo mío. Emotiva, profunda, conmovedora, compleja y simple a la vez, allí donde Liu Yaojun corre dos veces alocadamente con un cuerpo entre sus brazos: primero con su hijo, luego con su esposa. Y donde Liyun Wang le dice a su esposo en el tramo final de la historia, cuando vuelan en avión a reencontrarse con el perdón de sus amigos: “¿No es curioso que aún nos de miedo morir?” Ese perdón por una vida de un no nacido (por ese aborto obligado) que les acompañó eternamente a ambas familias. Y por ello se nos regala ese final tan esperanzador: el perdón y la reconciliación con ellos (y con los demás) tras la llegada de un nuevo recién nacido a la familia. Contundente mensaje bajo la victoria del perdón.
Porque millones de ciudadanos chinos vieron su experiencia de la paternidad y sobre todo de la maternidad condicionada, controlada y reprimida por los dictámenes del Estado. Por no hablar de la cantidad de menores, sobre todo niñas, afectados. Y este cine denuncia en esta “película río” de Wang Xiaoshuai refleja el sentir de esa generación de cineastas surgida en los años noventa de la rebelión juvenil de Tiananmén. Como sus colegas Zhang Yuan, Lou Ye o Jia Zhangke, Wang inició su carrera desmarcándose de las directrices que había trazado la llamada Quinta Generación. Al contrario que directores como Zhang Yimou o Chen Kaige, a estos jóvenes cineastas no les interesaba rodar un exquisito cine de época repleto de hermosas concubinas y semillas de crisantemo, sino plasmar las problemáticas y las urgencias del presente de su país. Fueron ellos quienes incorporaron una mirada crítica a la China en plena mutación económica, e incorporaron a sus filmes temas hasta entonces tabú como la corrupción, la sexualidad o la marginación social. Lo que les acarreó más de un enfrentamiento con las autoridades. Pero benditos ellos que permiten acercarnos a la transparencia de un país aún opaco. Y lo hacen aquí con dos inmensos intérpretes, Yong Mei y Jiu-Chun Wang, Oso de plata a la mejor actriz y actor del pasado festival de Berlín.
Una película para disfrutar como un inolvidable momento cinematográfico sobre la historia de una olvidable época en la que el cine se convierte en crítica a todo gobierno que intente adueñarse de la voluntad de sus ciudadanos.
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