sábado, 30 de enero de 2021

Cine y Pediatría (577): De “Ya no estoy aquí” a “Nadie sabe que estoy aquí”

 

El cine latinoamericano no siempre ha recibido la distribución que se merece, por lo que suele ser un desconocido en otros países. Pero el cine latinoamericano tiene el color de las filmografías de diferentes países, con un idioma común (pero tan diferente por la diferente musicalidad de los muchos españoles hablados) y con un objetivo necesario: buscar una salida para ser conocido. Y hoy en día, algunas distribuidoras como Netflix nos permiten recuperar películas que difícilmente hubieran llegado a las salas de cine de España. Porque el cine latinoamericano está aquí y ha venido para quedarse. 

Y hoy hablamos de dos películas recientes que atesoran algunas semejanzas, de ahí que las incluya juntas. Dos películas de dos nacionalidades que tienen en la música y la infancia su punto en común, con niños y adolescentes que son juguetes rotos y con dos finales tan abiertos como los interrogantes que nos dejan. Y además con dos títulos muy similares. 

- Ya no estoy aquí (Fernando Frías de la Parra, 2019), película mexicana seleccionada para los Oscar a Mejor película extranjera y nominada a los Goya, y que se ha convertido en el fenómeno de la temporada a fuerza de refutar todos los tópicos del cine violento periférico. 

Una película que tiene como protagonista a Ulises (Juan Daniel García, sin experiencia actoral), un adolescente de 17 años con un aspecto muy peculiar, y que realiza su personal viaje existencial entre los barrios marginales de Monterrey (México) y el barrio de Queens, Nueva York (Estados Unidos). Porque Ulises y sus amigos adolescentes tienen en común vivir alrededor del movimiento Kolombia, que entre 2000 y 2013 surge en los barrios populares de Monterrey, la ciudad industrial más importante de México. Y que se caracteriza por una música que mezcla el hip hop y la cumbia colombiana rebajada (menor velocidad) y también por una peculiar manera de peinarse y de vestir, en la que utilizan estilizados y complicados peinados con mucho gel y pantalones anchos, camisas a cuadros y motivos religiosos del catolicismo. Ulises es cabeza de la pandilla Los Terkos y estos chicos y chicas se dedican a platicar, oír y bailar la música que los identifica y hacer de su vida menos trágica en un barrio pobre y marginal. La pertenencia a la banda da identidad y sentido a cada uno de ellos. 

Esta subcultura de “punks tropicalizados” (o “cholombianos”, como algunos los nombran) rompió con los patrones culturales existentes. La sociedad regiomontana rechazó este movimiento contracultural y a sus integrantes, allí donde el narco, en su estrategia de expansión, se introduce también en estos barrios. Y, aunque Ulises y sus amigos viven felices danzando, con ese ritmo casi tribal, lo hacen mezclados en un entorno de tráfico de drogas y sicarios. Y así es como tras un malentendido con miembros de un cártel local, se ve obligado a emigrar a Estados Unidos dejando atrás lo que más le define: su pandilla, el baile y las fiestas que tanto ama. Y en su nuevo destino hace todo lo posible para adaptarse a un nuevo país, sin conocer el idioma, y donde lo mejor es su relación con Lin, esa chica de origen coreano de 16 años que queda prendada de su corte de pelo. Y allí vive con sus eternos auriculares, oyendo la música que le vincula a sus raíces y que le aísla de la cruda realidad. Y finalmente se corta el pelo y regresa a casa, pese al riesgo, pues prefiere volver a sus raíces familiares y culturales del suburbio de la gran ciudad antes que afrontar la soledad en Estados Unidos. 

Decir que el movimiento Kolombia empieza a desvanecerse en 2013 tras el asesinato de los integrantes de la banda Kombo Kolombia a manos del crimen organizado. Es importante el trabajo de rescate de este movimiento a partir de las imágenes de la diseñadora de modas y fotógrafa inglesa, Amanda Watkins, el libro “Cholombianos” publicado en el año 2014 y esta película que hoy compartimos. 

- Nadie sabe que estoy aquí (Gaspar Antillo, 2020), película chilena que es la primera producción de este país en Netflix, puro cine introspectivo. 

Una película que tiene como protagonista a Memo (Jorge García, un actor estadounidense de origen cubano-chileno con una fisonomía difícil de olvidar y que recordamos de su participación en la película Maktub, dirigida en el año 2011 por Paco Arango), un personaje recluido con su tío en un en una isla del sur de Chile y dedicado al cuidado de una granja de ovejas. Y que se ha convertido en un peculiar ser humano, huraño, excéntrico y huidizo, descuidado en lo físico y maltratado en lo psicológico por el peso que le dejó ser una estrella de pop adolescente en los años 90 que se apagó de una forma cruel. Más de 25 años de aislamiento en este paraje, pero donde su dolorosa vivencia de la infancia no ha desaparecido y que ahora revive con la llegada de Marta (Millaray Lobos García), esa mujer que piensa que él padece un trastorno del espectro autista. Pero no es así, solo guarda el dolor de su infancia, cuando su voz excepcional no estaba acompañada por el físico deseado por sus promotores, y fue suplantado a causa de su obesidad por un chico llamado Ángelo Casas: “Tú me das la voz de tu hijo. Y tranquilo…yo me encargo de ponerle el cuerpo”, le dijeron entonces a su padre. Y le robaron la voz y el decidió callarse y huir tras agredir al que le suplantaba (y dejarle inválido), y nos dice: “No hablo porque no quiero hablar”

El reencuentro final televisivo entre Memo y Ángelo (Gaston Pauls), donde profundizan sobre quién se destruyó más, Ángelo por la invalidez que le causó la agresión de Memo o Memo por robarle Ángelo la voz, el protagonismo y el éxito. Y ello con la recurrente canción “Nadie sabe que estoy aquí” como leitmotiv. 

Son Ya no estoy aquí y Nadie sabe que estoy aquí dos ejemplos de películas latinoamericanas que están aquí y han venido para quedarse, aunque no sea un cine para todos los públicos. Solo hace falta conocerlas y reconocerlas. Porque más allá del cine comercial existe un cine que desea reivindicarse, como estos dos ejemplos de infancias rotas por distintas formas de malos tratos y el valor terapéutico de la música.

 

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