Un libro, una miniserie y una actriz nos han enrocado de nuevo en ese milenario juego que es el ajedrez. La novela de Walter Tevis del año 1983, “The Queen´s Gambit”, ha servido de guión para la serie de la que todo el mundo habla, Gambito de Dama, la miniserie más famosa (y premiada) del año 2020 en la plataforma Netflix (galardones compartidos con la serie The Crown). Y ello para honra de Anya Taylor-Joy, esta joven actriz de sangre británica, argentina, española y zimbabuense , quien se come la pantalla con su camaleónica belleza, sus dotes interpretativas y una personalidad que invita al misterio en el papel la genial ajedrecista Beth Harmon, un personaje ficticio que parece muy real.
Se dice que el poema épico persa Shahnameh (“Libro de los reyes”) es la primera mención conocida del origen del ajedrez, a través de una historia o leyenda del poeta indio Fedrousí, y que tiene su origen en el juego denominado como chaturanga, cuyo nombre significa “cuatro divisiones” en referencia a las cuatro piezas que simbolizan las unidades del ejército indio. Estas son las más antiguas del juego y corresponden a los actuales peones (para la infantería), caballos (caballería), alfiles (elefantes) y torres (carros) de la versión moderna del juego. Pero lo cierto es que el ajedrez es solo el integrante más internacional de una vasta familia de juegos similares entre los que se incluyen el shogi japonés, el xiangqi chino o el makruk tailandés. La razón de esta gran diversidad se puede atribuir en parte a las grandes rutas comerciales euroasiáticas (principalmente la Ruta de la Seda) y en parte a los imperios musulmanes de la Edad Media.
Los registros históricos demuestran que el ajedrez era ya un pasatiempo internacional a mediados de la Edad Media. Es a finales del siglo XV cuando el ajedrez se volvió especialmente popular en Europa y cabe trasladarse al año 1834 para tener conocimiento del primer campeonato internacional conocido entre el británico Alexander McDonnel y el francés Louis-Charles de la Bourdonnais, que se erigió en el primer campeón del mundo de ajedrez, aunque fuera todavía un título no oficial. Le sucedió el británico Howard Staunton, que tuvo un papel muy importante a la hora de estandarizar las piezas y reglas del juego y promocionar el ajedrez a nivel internacional. Todo ello ayudó a homogeneizar el juego y a dar un carácter oficial los campeonatos y federaciones de ajedrez en la segunda mitad del siglo XIX.
La llegada de las dos guerras mundiales y posteriormente de la Guerra Fría dio otra vuelta de tuerca al juego y lo convirtió no solo en un deporte intelectual, sino en una batalla política. Las décadas de los años 50 y 60 vieron un dominio absoluto de los jugadores de la URSS: entre 1951 y 1969, todos los campeones mundiales fueron ciudadanos soviéticos y se llegaron a organizar dos torneos cuyo nombre era “La Unión Soviética contra el resto del mundo”, en las que esta se enfrentó a un equipo de jugadores internacionales y ganó en ambas ocasiones.
Y es así como en los 7 capítulos de Gambito de Dama acompañamos a Beth Harmon al recuerdo de los grandes campeones, como José Raúl Capablanca (apodado “el Mozart del ajedrez” desde su Cuba natal), Mijail Tal, Tigran Petrosian, Anatoli Karpov (y sus duelos emblemáticos con Garri Casparov), Bobby Fischer (quien llegara a vencer en el “encuentro del siglo” a Boris Spassky), o los más recientes, como el búlgaro Vaselin Topalov, el indio Viswanathan Anand o el actual, el noruego Magnus Carlsen.
Pero antes de esta mítica serie, hubo una película que reflejó la historia real de del neoyorquino Joshua Waitzkin, niño prodigio del ajedrez (y luego de las artes marciales) que padeció lo que es criarse con un don extraordinario. Porque el destino del niño prodigio asusta y más si este niño tímido quería remedar a su ídolo – y el de tantos americanos – que no era otro que Bobby Fischer. La película es conocida como En busca de Bobby Fischer (Steven Zaillin, 1993) y está basada en el libro “Searching for Bobby Fischer”, libro escrito por su padre, Fred Waitzkin.
La película comienza con la voz de nuestro niño protagonista remedando la pasada historia de su ídolo: “… Si ganaba, sería el primer campeón del mundo estadounidense. Si perdía, sería un desgraciado más de Brooklyn. En la jugada número 40 de la vigésimo primera partida, contraatacó el alfil al rey 6 de Spassky con un peón a torre 4. Y lo derrotó. A su vuelta era un héroe estadounidense. Presumió ante el mundo de que derrotaría a los rusos, y lo logró. Ahora podría exigir tanto dinero como los mejores boxeadores. Fue invitado a cenar con jefes de estado y con reyes. Después, Bobby Fischer hizo la jugada más original e inesperada de todas. Desapareció”.
De niño, aprendió de los ajedrecistas de Washington Square, especialistas callejeros, sin otra formación que la picaresca ni más recursos que su inteligencia natural. Al descubrir el don del pequeño Josh Waitzkin (primer papel de Max Pomeranc), se plantea el temprano debate entre su padre Fred (Joe Mantegna), quien le estimula su talento y le busca la mejor formación posible, y su madre Bonnie (Joan Allen) que desea que tenga un niñez normal, y sus consejos hablan por ella: “Tienes un gran corazón. Y es lo más importante de este mundo”.
El encuentro con el profesor y entrenador Bruce Pandolfini (Ben Kingsley) y sus peculiares métodos de enseñanza, marcan un antes y un después para todos: “Pretender que un niño quiera ganar y no prepararlo bien, es un error”. Y el padre viaja con su hijo por el país de campeonato en campeonato: “Mi hijo tiene un don”. Pero los problemas comienzan a aparecer, tanto en el colegio (donde los profesores se preocupan de que el ajedrez roba espacio al estudio) como en el propio Josh, quien a los 7 años ya vive inmerso en una responsabilidad que no corresponde, y en el miedo de decepcionar a su padre, a quien llega a decir: “Quizás sea mejor no ser el mejor. Así puedes perder y no pasa nada”.
Porque el daño está asegurado cuando un niño es sometido a un exceso de responsabilidad y competitividad. Y es la madre la que percibe mejor todo esto y acaba enfrentándose tanto al entrenador como a su marido, a quien le dice: “Josh no tiene miedo a perder. Tiene miedo a perder tu cariño… Sé que te ha decepcionado. Sabe que lo consideras débil. Pero no lo es. Es noble. Y si tú o Bruce o cualquier otro trata de echárselo a la cara, juro por Dios que me lo llevaré”. Y porque, como bien reflexiona el entrenador de otro niño ajedrecista: “Sabes que por más cosas que le enseñes a un niño, al final son lo que son”. Y así es, son niños. Y ese es su gran valor.
Y el valor aumenta cuando es una historia real. Y eso lo confirmamos con el colofón de la película, estrenada cuando él tenía 17 años: “Joshua Waitzkin todavía juega al ajedrez. Hoy es el jugador menor de 18 años con mayor puntuación en los Estados Unidos. También juega al béisbol, baloncesto, fútbol y fútbol americano, y en verano sale a pescar. En septiembre de 1992, Bobby Fischer salió de su reclusión para desafiar a su rival, Boris Spassky. Después de ganarle, volvió a desaparecer”.
No es la primera vez que en Cine y Pediatría tratamos la polémica que surge alrededor de los niños prodigio, y la polémica de respetar su infancia y cultivar su don extraordinario. Y el ajedrez es un claro ejemplo, y sirvan algunos ejemplos de jugadores que se convirtieron en Grandes Maestros antes de que cumplieran 15 años: el ucraniano Serguéi Kariakin (quien ostenta el récord al conseguirlo a los 12 años y 7 meses), el indio Rameshbabu Praggnanandhaa, el noruego Magnus Carlsen, el chino Wei Yi, el estadounidense Samuel Sevian, el húngaro Richard Rapport, el filipino Wesley So, el francés Etienne Bacrot o el peruano Jorge Cori, entre otros muchos. Es importante que en este camino no se dé jaque mate a la inocencia de sus infancias.
Y para cerrar el círculo cabe comentar que la actriz Anya Taylor-Joy nunca había jugado al ajedrez; tuvo que pasar muchas horas practicando la manera profesional de mover las piezas con el excampeón del mundo Gari Kaspárov y el afamado entrenador estadounidense Bruce Pandolfini, contratados para asesorar en el rodaje de la película. Y así es como ficción y realidad se entrecruzan en el tablero de ajedrez.
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