miércoles, 17 de marzo de 2021

Reivindicación del pensamiento científico: lecciones de una pandemia

En el mes de diciembre de 2020 la decana Revista de Occidente publicó un número monográfico bajo el título de “El año de la pandemia. Ciencia, medicina y humanismo”. Un número patrocinado por Fundación Lilly, una fundación muy vinculada hacia la humanización de la medicina y la ciencia en español. Como miembro del Comité Técnico de Fundación Lilly recibí un ejemplar de este monográfico de 11 artículos que analizan la pandemia COVID-19 desde perspectivas muy singulares, todos ellos firmados por relevantes autores en la materia.

Pero llamó mi especial atención el artículo firmado por mi buen amigo, José Antonio Sacristán, director de Fundación Lilly: “Reivindicación del pensamiento científico”. Un artículo que conviene disfrutar de principio a fin en este enlace de ResearchGate, pero que me he tomado la libertad de sintetizar algunas de sus ideas clave. 

La pandemia COVID-19 nos cogió por sorpresas y ha cambiado el mundo. Y esta pandemia ha evidenciado que nuestra época está viviendo un avance espectacular de la ciencia, pero un claro retroceso del pensamiento científico. Esto puede parecer una contradicción, pero se trata de dos conceptos diferentes: la ciencia es aquello a lo que se dedican los científicos, mientras el pensamiento científico es una cualidad que, aunque necesaria para el avance de la ciencia y presente en los científicos, también impregna, en mayor o menor medida, a la sociedad. 

Y así es como la CIENCIA ha avanzado como nunca, dada la emergencia de la pandemia. En pocos meses se iniciaron cientos de ensayos clínicos con decenas de nuevos fármacos y en un tiempo récord se han desarrollado las fases de desarrollo de diversas vacunas frente al SARS-CoV-2 y actualmente aplicando en el buscador de PubMed el término “COVID-19” aparecen cerca de 120.000 artículos. 

Pero nuestro PENSAMIENTO CIENTÍFICO no ha estado a la altura. Hemos asistido a un exceso e intoxicación de información (denominado como “infodemia”), a la publicación continua de noticias falsas (“fake news”), de exageraciones absurdas, de teorías conspiranoicas, de informaciones sesgadas, que, sorprendentemente se han asumido con total credulidad por muchos ciudadanos. Y detrás de estas falsas noticias, que se propagan por las redes sociales, casi siempre hay intereses de algún tipo (políticos, económicos, etc.). 

La credulidad frente a lo irracional y la asombrosa rapidez con que se han extendido los bulos son los indicios de nuestra exposición (recurrente) al pensamiento mágico. Pues, aunque el paso del mito al logos se inició con los filósofos presocráticos (Tales, Pitágoras, Heráclito o Parménides), llevamos más de 25 siglos transitando por ese estrecho camino que separa la razón del mito, el pensamiento científico del pensamiento mágico. Porque el camino del mito a la razón es de doble sentido. La historia demuestra que, de cuando en cuando, retorna el pensamiento mágico y destruye una parte del edificio que tanto tiempo se tardó en construir. 

Es inevitable que el resurgimiento del pensamiento mágico que ha ocurrido durante esta pandemia nos haga pensar en la vulnerabilidad de nuestra sociedad ante otros virus potencialmente más dañinos que el SARS-CoV-2: porque los totalitarismos, fundamentalismos o populismos, son virus que comparten características con el coronavirus. Tienen alta capacidad de contagio, dejan múltiples secuelas, las personas asintomáticas los transmiten con facilidad, la respuesta inmune es limitada, y contamos con escasas intervenciones eficaces para prevenirlos o tratarlos. Se trata de virus muy difíciles de vencer. 

La estructura del relato mítico siempre es la misma: a) en una etapa anterior, el hombre vivía feliz en un paraíso imaginario; b) hubo alguien (un culpable) que sacó al colectivo de su paraíso, lo que le obliga a vivir actualmente en unas condiciones miserables y; c) hay un salvador que promete eliminar al culpable y el retorno al edén. Las características del paraíso perdido y del culpable varían en función de la ideología de los constructores del mito. 

A partir de esa estructura de relato, no resulta difícil identificar las estrategias que se utilizan. Y el catastrofismo es su estrategia habitual para ganar adeptos: tras los mensajes apocalípticos y el anuncio de la ruina del sistema, siempre hay líderes visionarios y autoritarios que se creen en posesión de la verdad, de la única verdad posible. La mentalidad anticientífica se refleja también en su intolerancia y falta de pluralismo. En su lógica no hay cabida para la discrepancia. 

Y de ahí la importancia de cuidar el pensamiento científico. Porque a diferencia del mesiánico rígido, seguro de su verdad, el hombre de ciencia ansía a conocer el mundo, acercarse a la verdad. Porque para el científico, los errores son oportunidades de aprendizaje: por ello, convive bien con la duda y cultiva un sano escepticismo. Por ello, conviene cultivar un sano pensamiento científico. Y de todas las posibles medidas que pueden ayudar a fortalecer el pensamiento científico, hay tres que quizás sean más efectivas: la existencia de referentes, el fenómeno de la cultura científica y la educación de los más jóvenes. 

Por tanto, concluye el autor, que es preciso reivindicar el pensamiento científico porque fomenta la honestidad, la humildad, la libertad, el esfuerzo, la tolerancia y la duda, algunos de los mejores antídotos contra el mito. 

Y yo concluyo, que de todos estos valores vamos a necesitar con intensidad para superar lo que resta por superar de esta cruel pandemia. Porque vamos a vivir momentos sanitarios, políticos, económicos y sociales muy complicados. Y más vale desterrar mitos, bulos y teorías conspiranoicas, arrimar el hombro y salir adelante con ciencia y con conciencia. 

1 comentario:

FERNANDO COMAS/PHARMACOSERÍAS dijo...

Excelentes consideraciones.
Obligado replantear preconceptos