La semana pasada, la entrada de Cine y Pediatría se dirigió a dos recientes películas de cine independiente que nos hablaban del respeto y de la compresión que cabe tener a la orientación sexual de otras personas: Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017) y Giant Little Ones (Keith Behrman, 2018). Hoy, una novela y su adaptación a la gran pantalla, nos expresa que aún estamos muy lejos de conseguirlo.
Garrad Conley publicó en el año 2016 un libro autobiográfico titulado “Boy Erase: A Memoir”. En ella narra su propia historia, la de un hijo de un pastor bautista fundamentalista de una pequeña ciudad de Arkansas. Cuando Garrard tiene 19 años, sus padres descubren que es homosexual, por lo que deciden enviarle a un programa de terapia de conversión (Love in Action, LIA) en el que, a través de doce pasos basados en el estudio de la Biblia, intentan suprimir su orientación. Garrard se ve obligado a elegir entre asistir a este programa o no volver a ser bienvenido en su casa, lo cual significaría perder a su familia y a sus amigos. A pesar de las durísimas experiencias vividas, el joven consigue hallar la fuerza y la comprensión para dejar todo eso atrás e intentar encontrar el perdón y su verdadero yo.
Este programa de rehabilitación LIA se basa en una serie de principios que no solo trataban la homosexualidad a la manera de adicciones como el alcoholismo o la ludopatía, sino que la ponían al mismo nivel que la pederastia y el bestialismo. Sus participantes estaban sometidos a un rígido control en cuestiones como la vestimenta y el aseo; se les exigía evitar comportamientos excéntricos y la música de compositores como Beethoven o Bach. Conley pasó seis meses sometido a maratonianas sesiones diarias de tortura psicológica que lo dejaron al borde del suicidio, hasta que un día su madre irrumpió en una de ellas para llevarse a su hijo a casa.
Y en el año 2018 aparece la película Identidad borrada (Joel Edgerton, 2018), fundamentada en este libro y en esta historia, donde el protagonista toma el nombre de Jared Eamons (Lucas Hedges), quien vive en el entorno de una familia religiosa, con un rígido padre y pastor de la comunidad, Marshall (Russel Crowe), y su comprensiva madre, Nancy (Nicole Kidman). Cuando Jared les confiesa: “Pienso en hombres. No sé por qué. Lo siento mucho”, sus padres buscan “curar” su homosexualidad. Y lo intentan a través de la medicina: “Tu padre quiere que comprueben tus niveles de testosterona”, le dice una doctora que sostiene en una mano la ciencia y en otra a Dios. Pero finalmente llegan a LIA, donde adquiere un papel relevante Victor Sykes, el terapeuta jefe (interpretado por el mismo directo, Joel Edgerton), quien hace recitar a los internos: “Uso el pecado sexual y la homosexualidad para llenar un hueco destinado a Dios”. Y mientras les enfrenta a una pizarra donde se les alecciona de los peligros que les acechan (drogas, juego, alcoholismo, promiscuidad, aborto, enfermedad mental, pornografía, criminalidad, violencia doméstica y homosexualidad), les alecciona con arengas (“¿Qué es un hombre de verdad?”, “Dios no te amará tal como eres, a no ser que quieras cambiar”) y les amenaza también (“Está prohibido hablar de la terapia fuera de estas paredes”).
Y entre esas paredes está atrapado Jared, pese a que su pareja intenta evadirle de ello: “Quédate conmigo. No te va a pasar nada. Te prometo que Dios no te va a fulminar”. Pero finalmente es salvado de LIA por su madre, quien se enfrenta a todos: “Amo a Dios. Dios me ama a mí. Y yo amo a mi hijo. Es así de simple. Pero para tu padre es algo más complicado”. Y cuatro año después de salir de esa terapia que casi logra destrozarle, le animan a escribir su experiencia, que comienza en un artículo del Times titulado “Si Dios supiera: ética y moral de la terapia de conversión”. Y que sería el germen del libro que hoy nos convoca y del que se nutre esta película.
Y resulta toda una enseñanza las palabras que Jared dirige a su padre (y en general a todos aquellos padres más preocupados en los que les afecta a ellos, que en lo que les preocupa a los hijos): “Soy gay y soy tu hijo. Y nada de ambas cosas van a cambiar”. Y con ello llegamos al colofón de esta película: “En la actualidad, Garrod Conley vive en Nueva York con su marido. Con su literatura y activismo, Garred sigue luchando a favor de la comunidad LGTBQ. El verdadero Victor Sykes dejó Live in Action en 2008. Ahora vive en Texas, con su marido. Cuando se terminó esta película, aún era legal la terapia de conversión en 36 estados. Hasta la fecha, esta práctica ha afectado, por lo menos, a 700.000 estadounidenses LGTBQ”.
En estos momentos del siglo XXI y con lo que ya se conoce, debiera quedar claro que la homosexualidad no es una enfermedad y, por tanto, no hay que buscarle cura. Y que el problema no es que haya personas con orientaciones sexuales diferentes, sino que vivamos en una sociedad enferma, rígida e intolerante, donde el verbo amar se conjuga mal y en minúscula. Por tanto, la terapia de reorientación sexual (también conocida como terapia de deshomosexualización), que incluyen la modificación del comportamiento, la terapia de aversión, el psicoanálisis, la oración y el consejo religioso, no tienen lugar. La American Psychological Association (APA) condena estas terapias que intentan cambiar la orientación sexual de los pacientes, indicando que hay grandes probabilidades de que los pacientes sufran depresión y tendencias suicidas. Este tipo de "terapias" son ilegales en varios países y en diferentes estados de Estados Unidos… pero no en todos. Quizás ya es tiempo de no borrar ninguna infancia, adolescencia ni vida adulta.
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