Las películas judiciales constituyen un subgénero en el séptimo arte, considerando como tal aquellos dramas que tienen como escenario un tribunal, con declaraciones de los testigos, interrogatorios exhaustivos, protestas aceptadas o denegadas, y jurados atentos para luego deliberar con fundamento. Algunas permanecen en nuestra memoria: Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957), Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957), Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959), El juicio de Nuremberg (Stanley Kramer, 1961), En bandeja de plata (Billy Wilder, 1966), Veredicto final (Sidney Lumet, 1982), La caja de música (Constantin Costa-Gravas, 1989), Presunto inocente (Alan J. Pakula, 1990), El misterio Von Bülow (Barbet Schroeder, 1990), Algunos hombres buenos (Rob Reiner, 1992), Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), La tapadera (Sydney Pollack, 1993), En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993), El cliente (Joel Schumacher, 1994), Pactar con el diablo (Taylor Hackford, 1997), Legítima defensa (Francis Ford Coppola, 1997), Acción civil (Steven Zaillian, 1998), La caja de música (Constantin Costa-Gavras, 1999), Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000), El jurado (Gary Fleder, 2003), El secreto de Vera Drake (Mike Leigh, 2004), Fracture (Gregory Hoblit, 2007), Michael Clayton (Tony Gilroy, 2007), Aguas oscuras (Todd Haynes, 2019), El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020), entre otros. Algunos de estos clásicos títulos ya forman parte de la familia de Cine y Pediatría como Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979), Yo soy Sam (Jessie Nelson, 2001), Custodia compartida (Xavier Legrand, 2017) o El veredicto (La ley del menor) (Richard Eyre, 2017).
Menos habituales son las películas judiciales cuando el acusado de homicidio es un adolescente o un niño. En esas circunstancias todo cambia, y es como si la propia sociedad se sometiera a juicio. Y de ello versan dos recientes películas, una estadounidense para el cine, Monstruo (Anthony Mandler, 2018), y otra británica para la televisión, Un niño culpable (Nick Holt, 2019). Y hoy vienen de la mano, pues merecen una reflexión común.
- Monstruo (Anthony Mandler, 2018) se fundamenta en la novela “Monster” de Walter Dean Myers, especializado en literatura para jóvenes adultos. Tras más de dos décadas como director de comerciales y videoclips para destacadas figuras de la música (como Beyoncé, Rihanna, Jay-Z, Shakira, Nicki Minaj, Justin Bieber, Muse, Lana del Rey, Taylor Swift, Lenny Kravitz, The Weeknd o Jonas Brothers), Mandler debuta en el largo con esta obra que viene avalada por su etiqueta de cine independiente desde Sundance.
Narra la historia de Steve Harmon (Kelvin Harrison Jr.), un joven de raza negra de 17 años que ha crecido en el barrio de Harlem en Nueva York, estudiante brillante, aficionado al cine y buen hijo, pero sobre el que cae la losa de un asesinato en el que asegura no haber participado, pero donde pesan más los prejuicios que las pruebas. Y nos él mismo nos narra esta historia en primera persona: "A plena luz del día parecía una película. Esta es esa película. Mi historia. Escrita, dirigida y protagonizada por Steve Harmon". Y mediante el montaje paralelo de dos líneas temporales tratadas con una fotografía diferencial, iremos alternando entre la evolución del juicio y la vida de Steve Harmon, llegando al clímax con la resolución del jurado popular y terminando de encajar las piezas del puzle del crimen. El juicio, los abogados, el jurado popular, el veredicto… y su reflexión: "Niño, hombre, humano o monstruo. Es genial poder serlo. ¿Y tú qué ves cuando me miras?".
Un drama intimista y reflexivo sobre la delgada línea que separa la inocencia de la culpabilidad en el sistema judicial. Y sirva la metáfora que nos deja su profesor de cine cuando proyecta en clase la película Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) para establecer un paralelismo entre el punto de vista de un cineasta ante su obra con la propia manera en qué afrontamos la vida real. Y surge nuestra pregunta: ¿hay una única verdad? Y surge la pregunta de nuestro protagonista: “¿Debería definir mi vida por un solo instante?”.
- Un niño culpable (Nick Holt, 2019) se constituye en un drama judicial inspirado en un caso real donde un niño de 12 años fue acusado de asesinato. Y así comienza: “Con arreglo a la Ley de Infancia y Juventud de 1963, los niños de apenas 10 años pueden ser juzgados por asesinato. Basada en una historia real”. Ese mensaje continúa con la imagen de Rafael McCullin, Ray (increíble Billy Barrat), ese niño de 12 años angelical – apenas entrando en la adolescencia – y sometido a un juicio por sospecha de asesinato. Y como en la película anterior, también se fundamenta en ese montaje paralelo que alterna entre la evolución del juicio y la vida de Ray, llegando al clímax con la resolución del jurado popular. Y de nuevo un tribunal, abogados, una familia disfuncional, un psicólogo, un juez y un jurado público. “Rafael McCullin, no se imagina la tristeza que me produce verle aquí acusado de matar a un hombre. Y brutalmente” le dice el juez. Y el psicólogo determina que, tras recordar lo ocurrido Rafael, presenta un desorden por estrés postraumático, pero no es un psicópata, que muestra empatía y sensibilidad, es inteligente, reservado y comedido.
La historia nos descubre que Ray huye de casa porque no puede seguir viviendo con su padre y se va a la casa de la madre. Esta vive ahora con otra pareja que no le quiere allí, un violento padrastro que ataca también a su hermano mayor, Nathan, con una pequeña hacha. Y aunque es detenido por la policía bajo el cargo de intento de asesinato, regresa al hogar donde su violencia se extiende a su esposa y a los atemorizados hijastros.
Vamos reconociendo que Ray es un buen alumno, buen hijo con su madre y buen hermano, tanto con Nathan como con sus dos pequeñas hermanastras. Por ello suena desconcertante la descripción del homicidio del padrastro, perpetrado por los dos hermanos mientras aquél dormía: “Cincuenta y siete puñaladas en la espalda a distintas profundidades, 12 más largas en la parte derecha del pecho… Intento prolongado de decapitación y un solo fragmento de piel conectado al cuerpo”. Finalmente el jurado declara culpable a los dos hermanos. Ray explica a su madre que lo hizo para protegerla a ella y a su hermano, pero ella le dice: “¿De qué ha servido si no estamos juntos?”.
Y este colofón: “La edad mínima de responsabilidad legal en Inglaterra y Gales es de 10 años. En 1995, el Comité de los Derechos del Niño de la ONU estableció que esto era incompatible con las obligaciones del Reino Unido respecto a los derechos de los niños. Desde entonces han sido juzgados 7057 niños de edades comprendidas entre 10 y 14 años”.
Dos películas, Monstruo y Un niño culpable, para ver el cine judicial bajo otro prisma. El prisma de la infancia y adolescencia, y en ella preguntarse cuestiones de difícil respuesta: ¿puede un niño cometer el crimen de un adulto?, ¿cuáles son los límites de edad para la ley y la pena aplicada?
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