sábado, 19 de junio de 2021

Cine y Pediatría (597) “Verano del 84”, porque hay veranos y veranos


Los asesinos clandestinos han sido durante mucho tiempo una espeluznante obsesión tanto para los directores de cine como para los cinéfilos. Películas a lo largo de la historia de distinto calado, calidad, algunas de ficción y otras, realidad. Un breve recuerdo cinéfilo a las mejores películas con esta temática que comienza con M, el vampiro de Düsseldorf (Fritz Lang, 1931), considerada la primera película de asesinos en serie y un clásico del género, donde se narra la frenética persecución de un asesino de niños en las calles de Berlín. Si bien, otro clásico director realizó un mediometraje antes, por título El enemigo de las rubias (Alfred Hitchcock, 1927) y en donde nos regalaba el primero de sus habituales cameos. Y es precisamente otra obra de este director la que continúa cronológicamente este recuerdo de clásicos, como fue la icónica Psicosis (Alfred Hitchcock,1960), inspirada en la historia de Ed Gein, un asesino y ladrón de tumbas, que inspiró el personaje de Norman Bates, su madre y su motel asesino. 

Pero cabe citar otros títulos, como los siguientes: El estrangulador de Rillington Place (Richard Fleischer, 1971), basada en la necrófila historia real del londinense Reginald Christie durante los años 50; Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972), la penúltima película del genio que supuso una verdadera hazaña, recapturando el tono de sus thrillers conspirativos de los años 40; Malas tierras (Terrence Malick,1973), basada en la historia real de Charles Starkweather y Caril Ann Fugate, amantes adolescentes cuyo asesinato en 1958 en las llanuras de Nebraska acaparó los titulares de prensa en Estados Unidos y que la convierte en una de las mejores obras del peculiar genio llamado Terence Malick; La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974), donde resultad difícil olvidar a ese gigante armado con una sierra mecánica de nombre Leatherface y su persecución a un grupo de adolescentes; Halloween (John Carpenter, 1978), una de las películas esenciales de terror, que hace olvidar a sus secuelas y precuelas, con un mítico asesino Michael Myers y una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine; Pesadilla en Elm Street (Wes Craven,1984), quien afiló la cuchilla con su explosiva mezcla de adolescencia suburbana, fantasía, sangre y terror en la figura de Freddy Krueger; Henry: retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), considerada tan depravada que se le dio una calificación de 'X' y desde entonces se ha ganado el estatus de película de culto por su visceral retrato del verídico Henry Lee Lucas, un asesino con problemas con su madre, que confesó haber matado hasta 300 personas; El silencio de los corderos (Jonathan Demme,1991), ese tour de force entre la detective Clarice y el Dr. Hannibal Lecter, el monstruo amante de la carne fresca; Seven (David Fincher, 1995) y ese ostentoso asesino que reproduce en sus víctimas los siete pecados capitales; American Psycho (Mary Harron, 2000), retrato del desalmado financiero de Wall Street, Patrick Bateman; Monster (Patty Jenkins, 2003), sobre la verdadera historia de Aileen Wuornos, una mujer cuyos desesperados intentos de prostitución en la carretera conducen a actos mucho más siniestros e irreversibles; Zodiac (David Fincher, 2007), basado en una de las persecuciones de un asesino más famosas de la historia de los Estados Unidos; Los asesinos de Snowtown (Justin Kurzel, 2011), donde un adolescente en busca de su identidad acaba siendo arrastrado por su padrastro a un mundo de fanatismo y violencia; Prevenge (Alice Lowe, 2016), en lo que es una de las pocas películas sobre asesinos en serie escrita y dirigida por una mujer, donde una lunática mujer embarazada de varios meses escucha la voz de su hijo no nato, quien le da instrucciones asesinas. 

Pero fue la década de los 80 la mejor etapa de la historia en lo que se refiere al cine de terror. Una década dorada en muchos sentidos con aquellos veranos interminables de nuestra adolescencia, pero donde se incrustaban las historias norteamericanas de desaparecidos de los que quedaba como testigo su cara estampada en cartones de leche, de asesinos en serie y familias que se rompían. Y como homenaje a ello, se ha estrenado recientemente la película canadiense Verano del 84 (Anouk Whissell, François Simard, Yoann-Karl Whissell, 2018), una mezcla de cine de suspense, “coming of age” y toque de terror final. 

Porque bajo las siglas RKSS (Roadkill Superstar) se esconden estos tres directores (Anouk Whissell, François Simard, y Yoann-Karl Whissell) especializados en presentar sus pocas películas en el Festival de Sitges, lo que ya nos marca su temática. Estos nos lleva en esta película de hoy al pequeño pueblo de Ipswich (estado de Oregón), donde, en el verano de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, compartimos las vivencias de cuatro adolescentes de 15 años: Davey (Graham Verchere), cuya afición es investigar sobre cualquier tipo de teoría conspirativa y extraña historia que encuentre en los periódicos, y sus tres prototípicos amigos con acné rebelde en la cara e inquietud sexual en el cerebro. Cuando Davey conoce la noticia de que un asesino en serie ha secuestrado y asesinado ya a 15 niños entre 12 y 16 años en la comarca, Davey comienza a sospechar de su vecino Wayne Mackey (Rich Sommer), a priori un policía ejemplar que vive solo y cuya actitud hace sospechar a nuestro protagonista que sea dicho psicópata, por lo que junto a sus amigos iniciará una serie de investigaciones para atraparlo. Y convence a sus amigos de ir en búsqueda del asesino de Cape May: "La Operación Destrucción comienza ahora". 

Se mezclan teorías de conspiración, leyendas urbanas, la imaginación de unos adolescentes y la cruda realidad. Una película que se ha relacionado con la serie de Netflix, Stranger Things, por la coincidencia de adolescentes en busca de solucionar casos no resueltos, y que en Verano del 84 nos depara un giro radical en el tercio final de la película y que lleva a que su protagonista nos diga como colofón: "Incluso los asesinos en serie viven al lado de alguien". Y cabe destacar en esta película su buena mano a la hora de construir tensión, y de pillarnos con el pie cambiado tanto mientras se adentra en terrenos oscuros como al alcanzar su impactante clímax. Y, por ello, lo que solo parecía ser un mero elogio de la nostalgia a los veranos adolescentes logra funcionar eficazmente como exploración de las zonas oscuras que a menudo esquivamos al mirar atrás. Por tanto, rompe un poco el esquema de ese grupo de amigos que transitan en los sus veranos de aprendizaje, como fueron Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) y The Kings of Summer (Jordan Vogt-Roberts, 2013).  

Y es así como, en los albores de un nuevo verano, recordamos este Verano del 84 canadiense, que nada tiene que ver con aquel Verano del 42 (Robert Mulligan, 1971) estadounidense, una película tan inolvidable como su banda sonora, o aquel Verano 1993 (Carla Simón, 2017) español, ese poema fílmico sobre la infancia de obligada prescripción. Porque hay veranos y veranos, y todos hay que vivirlos y revivirlos. Aunque prefiero el amor al terror... Y hay hechos que hacen que no siempre aquellos fueran unos maravillosos años. 

 

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