La semana pasada llegó a Cine y Pediatría la primera película portuguesa, puro cine de crítica social, con Listen (Ana Rocha, 2020). Y hoy seguimos también con la crítica social de la cinematografía en portugués, si bien de un país como Brasil que ya está presente en nuestro proyecto con películas tan potentes como
Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, Kátia Lund, 2002), El año que mis padres se fueron de vacaciones (Cao Hamburger, 2006), Mi planta de naranja lima (Marcos Bernstein, 2012) y El mundo y el niño (Alê Abreu, 2013). Todas ellas películas con una interesante reflexión alrededor de las infancias desde varias ópticas. Al igual que la película que hoy nos convoca: Ángeles del sol (Rudi Lagemann, 2006), una dura visión de la prostitución infantil fundamentada en una serie de relatos de prensa y que aquí se centra en la historia de María (Fernanda Carvalho), una niña de 12 años que, después ser vendida por sus padres, se ve envuelta en una red de prostitución infantil en un periplo que va de la selva amazónica a la gran urbe.
Todo comienza bajo los acordes de una hermosa música clásica de cuerda, mientras un extraño hombre, por nombre Sr. Tadeau, llega a la isla donde María, esa niña de pelo corto, es vendida por sus padres, como antes lo fuera otra hermana. Los padres las venden para que consigan un futuro mejor, pero la realidad es muy otra…y quizás no sean ajeno a ello. Porque escondidas en un camión, María llega con otras adolescentes a la casa de Madame Nazaré: “Estoy aquí para ayudaros”. Tras un baño y nueva ropa, son subastadas a los hombres que acuden a esa casa. Y María e Inés son compradas por el Sr. Lourenzo, quien, tras violarlas, las envían a un club en medio de la selva amazónica. Las primeras lágrimas de María aparecen cuando vislumbra cuál va a ser en realidad su futuro.
En la pequeña población amazónica de Socorro y en el club de alterne Casa Roja les recibe el encargado, Sr. Saraiva, quien arenga a estas dos chicas: “A partir de hoy tendréis una nueva vida. Tendréis cada una vuestro cuarto. Y más: os alimentaré, os vestiré, os daré medicinas y perfumes. Y todo lo que necesito es que os acostéis con mis clientes. ¿Fácil, verdad?.. Ah, y no tengáis ninguna idea de intentar huir”. Saraiva anuncia por megafonía a la población la llegada de nuevo material, tras lo cual se santigua ante una imagen de la virgen. Y él es el primero en probar ese “material”. Y la posterior escena del pasillo pasando clientes, nos hace sentir sin ver. “Me duele mucho y me siento sucia”, nos dice María entre lágrimas; y deciden huir, pero acaban capturadas tras ser perseguidas con perros de presa, y recibir un brutal castigo que acaba con la vida de Inés y con la inocencia de María.
Sin otro remedio, María se acopla a la vida en la Casa Roja, donde el proxeneta Saraiva les engatusa con la compra de una televisión para ver fotonovelas o el propio Campeonato de Fútbol (posiblemente el del año de 2002 celebrado en Corea del Sur y Japón, y que ganara Brasil en la final contra Alemania). Y nos parece tan paradójica esa escena donde chicas y clientes cantan ensimismados el himno nacional, ajenos a toda la vergüenza que les rodea. Apenas una sonrisa esboza María en toda la película, pero esta dura poco cuando se entera que una compañera no está enferma de malaria, sino de sida, y la hacen desaparecer. Y está claro que, en este negocio fraudulento y vil, la compra de preservativos no forma parte del propósito su dueño.
Con la llegada del Sr. Lourenzo al club, el primer comprador y violador de María, nuestra protagonista decide huir de nuevo con la ayuda de su compañera Celeste, con la que comparte uno de los escasos momentos de ternura. Y logra llegar a Río de Janeiro y encontrarse con la Sra. Vera, amiga de Celeste. Pero en realidad es otra madame de la prostitución - quien le dice: “Bienvenida a la Ciudad Maravillosa” – y le cambia el nombre (ahora se llamará Isabella Ferreira do Santos, nombre de una joven fallecida cuyo nombre se encuentran en la lápida del cementerio) y también de look, incluida peluca que tape su pelo corto que a tantos sorprende. Y es así como cambia la selva amazónica por la selva de la gran ciudad, el megáfono del club por las citas de internet de la gran urbe. Por ello, vuelve a huir…
Y su huida es con destino es a ninguna parte. Y por ello, cuando el camionero que la recoge le pregunta por su nombre, ella responde: “Isabela”. Y aquí, en los créditos finales, aparece este mensaje: ”Esta película está basada en hechos reales descritos en artículos periodísticos en la prensa brasileña y por organizaciones no gubernamentales. Reportaje publicado por la Secretaría Especial de Derechos Humanos en enero de 2005, denunciando la explotación sexual comercial de niñas y adolescentes de 937 municipios brasileños. Se calcula que 100.00 niñas y adolescentes son actualmente explotadas sexualmente en Brasil”.
Y por ello, Ángeles del sol es una película que va más allá de la simple crítica cinematográfica y que atesora su valor en el poder de denuncia a la explotación sexual de niñas en Brasil (pero cuyo problema se extiende en toda Latinoamérica). Esta película brasileña quizás no llegue a la contundencia del magnífico obra sueca Lilja 4-ever (Lukas Moodysson, 2002), pero si es superior a muchas otras que se han acercado a este peligros abismo, y en ambos casos sus protagonistas femeninas tienen mucho que ver con ese brillo: Oksana Akinshina en la obra sueca, Fernanda Carvalho en la actual. Porque Ángeles del sol nos sumerge en la terrible noche de la prostitución infantil, un mal que acaece en los cinco continentes y que hace que más de tres millones de menores caigan en redes de prostitución, lacra íntimamente asociada a la pobreza y la orfandad.
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