No hay ninguna etapa en la vida como la adolescencia donde más influencia se le atribuye a las amistades. Y ello por el mero hecho de la necesitad que tiene un adolescente de ser admitido en un grupo a toda costa, lo cual forma parte de su proceso de maduración. La pertenencia a un grupo como seña de identidad es algo importante, más si es un grupo donde se transmiten emociones como el atrevimiento al peligro, el poder expresarse sin tapujos y donde poder ganar el respeto de los otros iguales. Ese grupo al que cada adolescente busca pertenecer se inserta entre su familia y su centro escolar y, sin duda, tiene gran importancia y puede ser causa, en ocasiones, de gran preocupación de los padres, sobre todo si se aprecia empeoramiento de su rendimiento escolar o sospechamos que hay adicciones.
El séptimo no es ajeno a estas circunstancias y ha desarrollado distintas “comig-of-age” con esta particularidad alrededor de amistades equivocadas con consecuencias erróneas:
La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), Kids (Larry Clark, 1995), American History X (Tony Caye, 1998), Felices dieciséis (Ken Loach, 2002), Thirteen (Catherine Hardwicke, 2003), 7 vírgenes (Alberto Rodríguez, 2005), This is England (Shane Meadows, 2006), Skin (Hanro Smitsman, 2008), Neds (No educados y delincuentes) (Peter Mullan, 2010), Dog Pound (La perrera) (Kim Chapiron, 2010), Play (Ruben Östlund, 2011), Klip (Maja Milos, 2012), Park (Sofía Exarchou, 2016), Robinú (Michele Santoro, 2016), Playground (Bartosz M. Kowalski, 2016), Pirañas: los niños de la Camorra (Claudio Giovannesi, 2019) o Skin (Guy Nattiv, 2019).
Películas de diferentes países y de diferentes décadas. Y hoy presentamos dos más, estrenadas hace poco, una estadounidense y la otra española, dos “coming-of-age” sobre esas amistades peligrosas en el fin de la inocencia y que nos abocan a sendos finales que dejan huella: Bendita adolescencia (Jason Orley, 2019) y Las leyes de la frontera (Daniel Monzón, 2021), ambas ambientadas en esas décadas entre los 70 y 80 que nos resulta tan recordada a los que ya peinamos canas.
Bendita adolescencia es la historia de amistad de Mo (Griffin Gluck) y Zeke (Pete Davinson) en los alrededores de uno de los barrios más complicados de una ciudad de Estados Unidos (no definida en la película). Mo tiene 16 años y establece amistad con Zeke, 23 años, quien, en aquel momento, era el novio de su hermana, un juerguista, inmaduro y sin futuro, un tipo con tendencia al infantilismo y a una positiva inconsciente, sin maldad, pero con poca cabeza, un chico problemático que, junto a su pandilla de amigos, vive alrededor del alcohol, las drogas, los tatuajes y el sexo.
Los padres de Mo no quieren que salga con esa pandilla, por ser una mala influencia, pero no lo consiguen. Su hermana continuamente le aconseja que salga con chicos de su edad y así le reclama a su ex novio Zeke: “Es obvio que se junta contigo para sentirse aceptado. Pero un día despertará y se dará cuenta de que sales con él, porque también necesitas que te acepten. Pero se irá, porque es el único que no sabe cómo eres…Te he dejado venir para decirte que no compliques más la vida de mi hermano”. Porque Zeke utiliza como camello a Mo para pasar drogas a los compañeros de su instituto y llega a mimetizarse con la pandilla, como así le dice una compañera: “Eres muy raro. Eres un niño camello. Dejas que todos te utilicen. Eres el de la mochila. Eso es raro”.
Bendita adolescencia es una película sobre las influencias de un adolescente y su proceso de maduración, donde al crecer puedes llegar a darte cuenta de que la persona a la que admirabas no era quien tú pensabas y, en realidad, es una persona patética. Y cuando todo se viene abajo, le dice Zeke, emulando su habitual infantilismo: “No te tortures así. No es para tanto. Tienes 16 años”. Pero la confesión de Mo ya es clara: “Es que no quiero terminar como tú. Es un pesadilla…Mírame, ya me parezco a ti. Ya ha ocurrido. He vendido drogas. Sophie ni me dirige la palabra. Mis amigos me usan para conseguir alcohol. Mis padres me odian”. Porque lo cierto es que no se nos presenta a Zeke como un mal tipo, solo un simple y un calavera, pero que aprecia a Mo sinceramente y a su manera. Y en la escena final, cuando se reencuentran tiempo después, Zeke le confiesa, sinceramente: “Eras mi mejor amigo. He perdido a mi mejor amigo. No sé qué hacer…Pero tenemos un recuerdo que compartimos juntos. No les sucede a muchos”.
Destacar que esta película, en tono de comedia teenager, ha tenido especial relevancia en su país, gracias a la participación de Pete Davidson, el afamado protagonista cómico del programa Saturday Night Live. Y ahí donde le veis, en este papel tan apocado y lelo en el film, cabe decir que en su vida real y con tan solo 28 años es todo un don Juan al que se le reconocen relaciones de pareja con la cantante Ariana Grande, la modelo Kaia Gerber, la cantante Miley Cyrus, la actriz Phoebe Dynevor y actualmente con Kim Kardashian. Un tipo especial de cuyo intenso pasado dice que le sirve de inspiración: perdió a su padre a los 8 años en los ataques al World Trade Center, tuvo una adolescencia quizás igual de complicada que este personaje de hoy, de forma que pasó por diversas terapias y se hizo la inmensidad de tatuajes que porta con ecos de su pasado. Allí donde ficción y realidad se encuentran.
Las leyes de la frontera es la historia de amistad de Ignacio (Marcos Ruiz), un estudiante de 17 años introvertido y sometido a acoso escolar por sus compañeros (al que le apodan Gafitas), y dos jóvenes delincuentes, Zarco (Chechu Salgado) y Tere (Begoña Vargas), a los que conoce casualmente en una sala de recreativos de su ciudad, Gerona. La historia, adaptación de la novela homónima de Javier Cercas (al que parece que le sientan muy bien las adaptaciones cinematográfica y todos nos acordamos de "Soldados de Salamina", dirigida en 2003 por David Trueba), transcurre en el verano de 1978 en aquella España de cambios cuando aún las matrículas de coches de su ciudad aún eran GE (y no GI). Y somos partícipes de este particular “coming-of-age” de nuestro protagonista que traspasa la frontera de su adolescencia cruzando la línea que hay entre el bien y el mal, en una carrera imparable de hurtos, robos y atracos junto a esa pandillas de delincuentes del barrio chino, con paradas en el descubrimiento de las drogas y el sexo, y donde se enfrenta sin preparación a las vivencias del amor y de la muerte.
Personalmente he de decir que para mí es una maravillosa película, posiblemente de lo mejor del año 2021 producido en España, de esas que permanecen en el recuerdo. Y Daniel Monzón, quien ya nos regalara una película de la talla Celda 211 (2009), da en la clave de este película con aroma neoquinqui, acertando en bastantes aspectos: en la adaptación cinematográfica, en la dirección de actores (especialmente el trío protagonista), en la excelsa ambientación de aquella España de los 70 y en la apropiada música que le acompaña.
Es Las leyes de la frontera un viaje a mi infancia – de hecho, nací el mismo año que el protagonista de esta historia -, y la película se centra en ese 1978 que nos rememora con la firma de la Constitución Española, la muerte prematura de Juan Pablo I, el programa El Hombre y la Tierra de Félix Rodríguez de la Fuente. Esa época de tardes eternas en las salas recreativas (con las máquinas de bolas, futbolín, billar y marcianitos), de los duros y pesetas, de la tele en blanco y negro, del papel pintado en las habitaciones y el hule en las mesas de la cocina, del Interviu, de las discotecas y los porros, de los cuellos interminables de la camisa y los pantalones bombachos, de los charnegos en la ciudad y los guiris en la Costa Brava, de los hippies y los quinquis.
Recuerdos de los años 70 a través de sus imágenes y de su música, con antiguos sonidos que vuelven a la escena, con una banda sonora única a la que le han dado vida los sevillanos Derby Motoreta's Burrito Kachimba con el tema principal, por título “Las leyes de la frontera”, al que se une también el inédito tema de Lin Cortés, “Yo te encontraré”. Pero además las muy conocidas canciones de aquella época como el “Te estoy amando locamente” de Las Grecas, “Get on Your Knees” de Los Canarios, “La Grifa” de El Pelos, “Let's All Chant” de The Michael Zager Band, y “Alameda's Blues” de los Smash.
Porque esta nueva película de Daniel Monzón ha traído de vuelta un género olvidado: el cine quinqui. Un cine quinqui al que hemos dedicado tres entradas en Cine y Pediatría, con su dos directores más característicos, José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia, y otros más que se han asomado a este subgénero “made in Spain”. Y con películas como Perros callejeros (1977) y sus dos secuelas, Navajeros (1980), Deprisa, deprisa (1981), Colegas (1982), El Pico (1983), Yo, el Vaquilla (1985), La estanquera de Vallecas (1987) o Matar al Nani (1988), entre las más conocidas.
Porque si en la frontera de mi adolescencia nos enamoramos de Teresa (Maribel Martin) como el Pijoaparte en Últimas tardes con Teresa (Gonzalo Herralde, 1984), según la novela homónima de Juan Marsé, ahora han pasado cuatro décadas y con Las leyes de la frontera, según la novela homónima de Javier Cercas, nos enamoramos como Ignacio de Tere (aquí con su nombre acortado, como se acorta su vida). Dos agradables adaptaciones literarias alrededor de una chica llamada Teresa (premonitorio para mí), aquella primera con escenario en Barcelona donde el quinqui se enamora de la niña bien, la segunda con escenario en Gerona, donde el niño bien se enamora de la chica quinqui. Y sí, estas últimas tardes de aquel verano de 1978 con Tere (maravillosa Begoña Vargas) del desubicado protagonista son un viaje por nuestra nostalgia setentera, tiempos no mejores, pero sí vividos; y también, por cierto, en una bonita historia de amor.
Dos películas más alrededor de esas amistades equivocadas en la adolescencia con consecuencias erróneas. Porque en esa bendita adolescencia que siempre se ha de vivir, cabe dar a conocer cuáles son las leyes que conviene no atravesar en esa etapa fronteriza de la vida, tan apasionante como arriesgada, tan vital y tan clave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario