El papel de las directoras de cine en España cada vez es más importante. Y baste recordar los Premios Goya (que se celebraron hace justo una semana) de los últimos años y las ganadoras en los últimos cuatro años a Mejor director novel, un verdadero repóquer: Carla Simón por Verano 1993 (2017), Arantxa Echevarría por Carmen y Lola (2018), Belén Funes por La hija de un ladrón (2019), Pilar Palomero por Las niñas (2020) y este año Clara Roquet por Libertad (2021). Y tres de ellas ya forman parte de la familia de Cine y Pediatría y en breve hablaremos de la última premiada. Pero en esta última edición (ya la XXXVI) otra directora optó a este premio: Carol Rodríguez Colás por Chavalas (2021).
Además, la mayoría de estas películas van acompañadas de un universo femenino, no solo por sus directoras, sino porque las protagonistas son principalmente mujeres (niñas, adolescentes, jóvenes o adultas) y con un equipo técnico predominantemente femenino. Carmen y Lola o Las niñas son un buen ejemplo, pero también La inocencia (2019), ópera prima de Lucía Alemany. Y algo así ocurre con nuestra película de hoy, Chavalas, la creación de las hermanas Rodríguez Colás, Carol como directora y Marina como guionista, nacidas en Cornellá de Llobregat y que regresan a esta localidad del área metropolitana de Barcelona para adentrarnos en el barrio de San Ildefonso (que todo el mundo conoce como Ciudad Satélite). Y esta descripción tan precisa es porque yo me crie al lado, en Esplugas de Llobregat, y esta era una zona que frecuentaba, bien por su mercado o sus cines. Y por ello tiene algo de ya vivido, como sin duda sea el deseo de sus creadoras.
Chavalas es una sencilla película generacional de reencuentro y amistad de cuatro jóvenes alrededor de esta Ciudad Satélite: Marta (Vicky Luengo), Desi (Carolina Yuste), Bea (Elisabet Casanovas) y Soraya (Ángela Cervantes). Y esta quizás es su mejor baza, pues las cuatro emanan la naturalidad tan necesaria para esta historia. A Vicky Luengo la reconocemos por su sorprendente papel de la agente Laia Urquijo en la miniserie de televisión Antidisturbios (Rodrigo Sorogoyen, 2020) y a Carolina Yuste por su papel en Carmen y Lola por la que ganó el premio Goya a Menor actriz de reparto. Y este año Ángela Cervantes ha sido nominada a Mejor actriz revelación, lo que apoya lo expuesto.
Y la película se nos presenta como una comedia costumbrista espontánea y libre de prejuicios - incluso en sus defectos -, pero con algún atisbo de crítica social: ese corto viaje de Marta desde la frivolidad chic de la ciudad de Barcelona, donde intenta ganarse un hueco en el sector de la fotografía artística (y snob), hasta este barrio de su infancia en la muy próxima localidad de Cornellá, un humilde barrio de trabajadores y emigrantes, allí donde se reencuentra con sus tres amigas de toda la vida, jóvenes con aspiraciones muy diferentes a la suya.
Marta vuelve al barrio porque las cosas no le salen bien en esa búsqueda de consolidar un trabajo digno a sus aspiraciones (tenue reflejo de una realidad demasiado presente en nuestros jóvenes de hoy en día), pero sus palabras la delatan: “Este barrio me deprime”. Primero se queda en la casa de su amiga Bea y su novio, cuyo felpudo a la entrada lleva escrito un mensaje necesario: “Hoy es un buen día para sonreír”. Pero finalmente regresa a su casa, donde sus padres siguen tratándola como una adolescente, lo que le resulta enervante a sus 27 años.
Y en esos días, Marta y sus tres amigas divagan sobre el pasado, presente y futuro de sus vidas alrededor de birras y chupitos, de tabaco y algún porro, de partidas de billar y bailes en el bar El Boquerón (al son del grupo Seguridad Social y su “Quiero tener tu presencia”), de despedidas de soltera horteras y noches de farra. Y se vuelven a sentar en el banco de su adolescencia, donde aún permanecen sus nombres grabados en la madera. Pero los sentimientos de superioridad de Marta y sus ínfulas poco fundadas reaparecen ocasionalmente, aunque finalmente se ponga a trabajar como ayudante en Fotos Ramón (con un José Mota no parodiado, por fin) para bodas, bautizos y comuniones de extrarradio. Y es así como Marta defrauda a todos, pero especialmente a ella, que tiene esa sensación de fracaso por unas perspectivas de futuro laboral que se diluyeron como un azucarillo en el café de un bar. Hasta que logra reencontrarse con su verdadero yo, ese que tiene oculto bajo las distintas capas de maquillaje social que ha aprendido a usar en busca de un éxito personal y profesional basado en la mentira. Y entonces surge una idea, quizás cuando entiende aquello que le dice Desi: “Que la chica puede salir del barrio, pero no el barrio de la chica”.
Y es así como Chavalas se convierte en un emotivo canto a la amistad y a la esencia de las cosas sencillas que nos hacen grandes. Una película donde todo fluye con sencillez en esa colmena humana que es la Ciudad Satélite, con la jerga de la calle y las dificultades que tiene la clase trabajadora para salir adelante y donde alcanzar los sueños de juventud no siempre es una tarea fácil. Y estas chavalas son cuatro actrices a tener en cuenta, pues consiguen adentrarnos en la esa amistad que tiene algo de chabacana y mucho de nostálgica, entre sus contradicciones, salidas de tono y defectos.
Está claro que estas hermanas noveles, directora y guionista, nos devuelven el recuerdo de su Cornellá natal para dejarnos una moraleja bien conocida, pero no siempre presente: que para alcanzar tus sueños nunca debes renunciar ni avergonzarte de cuáles son tus raíces. Y ese álbum de fotos imperfectas que conserva Ramón como un tesoro es la metáfora de la vida, especialmente a recordar en esta Marta infundida por la falsa perfección de Instagram y Tik Tok, sus filtros y su postureo. Porque el mundo real es otro al de los “likes” o “me gusta”, el mundo real es el auténtico, donde hay fotos feas y desenfocadas.
Por eso Chavalas es una sencilla ópera prima, fotografía de amistades de extrarradio, que nos permite replantearnos algunas cosas sobre lo que de verdad importa en nuestras vidas, donde hay que cuidar los vínculos familiares y amistades, y donde se invita a entender que la verdadera perfección reside en lo imperfecto. Como esta película imperfecta.
Porque para volar hay que mantener muy firmes los pies en el suelo. Y las mujeres directoras de nuestro país (y sus actrices) ya han dado con su fórmula. Con Premios Goya o sin ellos.
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