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sábado, 12 de marzo de 2022

Cine y Pediatría (635) De “Yo, Cristina F” a “Beautiful Boy”, un camino de politoxicomanías

 

Se dice que el consumo de estupefacientes forma parte de la historia de la humanidad. Y desde tiempos inmemoriales ya chamanes y sacerdotes dominaban el uso (y disfrute) de según qué tipos de estimulantes y sustancias psicotrópicas. Es indudable su uso como tratamiento médico, y bien conocido el problema del abuso entre sus consumidores. Y, por ello, no es de extrañar que las politoxicomanías formen parte de las historias del cine

He aquí algunas películas de interés en este tema, desde diferentes países. Algunas ya han sido tratadas en algún momento en nuestro proyecto Cine y Pediatría, como El pico (Eloy de la Iglesia, 1983), 27 horas (1986), Kids (Larry Clark, 1995), Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000), Robinú (Michele Santoro, 2016), Déjame caer (Baldvin Zophoníasson, 2018) y 4 días (Rodrigo García, 2020), esta última que abordamos en nuestra último post.  Pero donde es posible destacar otras películas: Yo, Cristina F (Uli Edel, 1981), El precio del poder (Brian De Palma, 1983), La historia de Jim Carroll (Dir. Scott Kalvert. 1995), Trainspointing (Danny Boyle, 1996), Miedo y asco en Las Vegas (Terry Gilliam, 1998), Traffic (Steven Soderbergh, 2000), Blow (Ted Demme, 2021), Cookers, peligrosa adicción (Dan Mintz, 2001), Spun (Jonas Åkerlund, 2002), Sin límites (Neil Burger, 2011), Krisha (Trey Edward Shults, 2015), Gaspar Noé (Gaspar Noé, 2018), Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (Felix Van Groeningen, 2018), etc. Y hoy revisaremos la primera y la última de este listado cronológico. 

- Desde Alemania, Yo, Cristina F (Uli Edel, 1981) 
Duro relato sobre el efecto de las drogas en la juventud, sin concesiones ni adornos, casi documental. Basada en hechos reales, su crudeza no evitó que tuviera un considerable éxito de taquilla en Europa. Inspirada en la historia real de Christiane Vera Felscherinow, estas es una las películas más perturbadoras y descarnadas que han abordado la drogadicción en el cine, sobre todo si partimos de la base que aquello que nos cuenta está basado en el libro “Wir Kinder vom Bahnhof Zoo”, novela autobiográfica de la propia Christiane, quien narra su terrible adicción a la heroína a mediados de los años 70 en Berlín. 

Somos partícipes de cómo Cristina (Natja Brunckhorst), una adolescente de 14 años que vive con su madre y una hermana pequeña en un piso colmena en Berlín, desea escapar de esa realidad e ir al Sound, la discoteca más moderna de Berlín. Allí conoce a Detlev (Thomas Haustein), de quien se enamora, y con su pandilla de amigos entra a formar parte del trapicheo con drogas y su consumo, y quienes le dicen: “Dormirás todo lo que quieras cuando palmes”. Para integrarse en el grupo, finalmente Cristina prueba la heroína y, aún siendo consciente de su peligro, queda enganchada y comienza su espiral de degradación que le impulsará a prostituirse para poder pagarse los chutes. Y vivimos buena parte de esta historia alrededor de la estación del metro Zoologischer Garten, junto a sus pasos subterráneos y callejones traseros, la cual era la cuna de la mala muerte, el sexo y la drogadicción en la ciudad alemana en aquella época. Y todo ello con una fotografía granulada y un ambiente gris y opresivo, como las vivencias de nuestra protagonista. 

Son diversas las anécdotas alrededor de esta película. Uno es comentar que la verdadera Christiane Vera Felscherinow sigue siendo adicta a sus 59 años y ha recaído de varios intentos de rehabilitación, por lo que hay quienes se atreven a etiquetarla como la yonki más famosa de la historia. Otra es que Natja Brunckhorst, quien encarnó a la protagonista, tenía la misma edad que su personaje y, debido a la dureza de las situaciones que tenía que rodar, tuvo que disponer del visto bueno de sus padres. Porque realmente es una película y una historia en la que los propios espectadores también podemos sufrir un síndrome de abstinencia (con especial crudeza en esas imágenes de aplicación de tatuajes y venopunciones, y la progresiva degradación de una adolescente). 

Destacar la B.S.O. de la película, que es todo un homenaje a la música de David Bowie, icónica en aquella década de los 70 y quien hace un legendario cameo en la película. Sobresale su canción “Heroes”, canción nuclear, como lo fue después también de otra película de la que ya hemos hablado en Cine y Pediatría: Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012).  

- Desde Estados Unidos, Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (Felix Van Groeningen, 2018) 
Es la crónica sobre la adicción a la metanfetamina del adolescente Nic (Timothée Chalamet), y sus diversos intentos por superarlo, todo ello revisado a través de la amorosa (y dolorosa) vivencia de su padre David (Steve Carell), quien acaba observando impotente a su hijo mientras lucha contra la enfermedad de la drogodependencia. Y todo ello bajo la dirección y guion del belga Felix Van Groeningen, quien ya nos tiene acostumbrados a narrar con los sentimientos a flor de piel, y en Cine y Pediatría ya recordamos su Alabama Monroe (2012), otra historia donde, como en ésta, la música tiene también gran protagonismo.  

Basada también en una historia real, y en las memorias tanto del padre (“Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction” de David Sheff) como del hijo (“Tweak: Growing Up on Methamphetamines” de Nic Sheff). La historia en la pantalla avanza hacia adelante y atrás para mostrarnos retazos de la infancia, adolescencia y juventud de Nic, y descubrimos que es el único y amado hijo del primer matrimonio de David, ahora ya padre de otros dos chicos con su segunda pareja. La historia nos cuenta una manera de caer en la adicción a pesar de contar con un respaldo familiar, económico y emocional, bien diferente a la que tuvo Cristina F. 

Por tanto, el director nos lanza la interesante apuesta de cómo una adicción se puede ir desarrollando en cámara lenta dentro una familia estable. Y vemos como comienza a tomar algunas caladas de porro con el padre, y hablan relajadamente de ello. Pero todo sigue avanzando y llega la confesión de Nic: “Creo que siempre me ha gustado. Todo. La marihuana, el alcohol, el éxtasis, la cocaína, el LSD, Y la metanfetamina solo unos meses… Cuando la probé me sentí mejor que nunca, así que seguí haciéndolo”. Con 18 años, David reintenta, una vez más, incorporarle a una clínica para terapia de deshabituación, donde el doctor le informa que el porcentaje de éxito oscila del 25 al 80% y le expresa “La recaídas son parte de la recuperación”, frase que deberá repetir demasiadas veces a partir de entonces. 

Nic sigue siendo el niño hermoso de su padre, pero las discusiones, robos y huidas continuas hacen flaquear la relación. Cuando David revisa el libro de dibujos y pensamientos, descubre lo que su hijo ha escrito: “Cuando descubrí las drogas, mi mundo cambió, de blanco y negro a tecnicolor”, “Cuanto más consumo, más cosas hago de las que me avergüenzo, así que sigo consumiendo para no tener que afrontarlo”, “Lo único que puedo es seguir adelante y no mirar hacia atrás”. Entonces, en lugar de luchar contra su hijo, se enfrenta a entender el problema de la adicción, y lo busca en expertos y consumidores, intentando asimilar las descripciones fisiológicas y médicas de los daños de la anfetamina sobre el cerebro y la personalidad. No faltan las terapias de rehabilitación y las charlas de Nic cuando intenta superarlo. “Quiero que mis padres se sientan orgullosos de mi”. Así como la vivencia de esos padres que llevan de luto mucho tiempo antes de que ocurra lo peor en esos hijos drogadictos en caída (y recaída) libre, y la desalentadora frase del padre: “No pienso que se pueda salvar a la gente…”

Destacar la B.S.O. de la película con música que va de Nirvana a David Bowie (de nuevo presente), de Massive Attack a Sigur Rós, de Neil Young a John Coltrane, de Perry Coma a la Londo Sinfonietta, y aquí como tema nuclear el “Beautiful Boy” de John Lennon, que da título a la película. Música muy presente, en ocasiones lisérgica para acompañar las vivencias de nuestros protagonistas, ese maravilloso dúo y sintonía actoral entre padre e hijo, entre Steve Carell (irreconocible entre sus habituales papeles cómicos) y un excelso Timothée Chalamet.

Y el colofón de esta película bien podría servir para llevarse una reflexión a casa: "La sobredosis de drogas es la principal causa de muerte de estadounidenses menores de 50 años. Mediante extraordinario esfuerzo y apoyo, Nic se ha mantenido sobrio durante 8 años, paso a paso. Aunque los Centros de Rehabilitación carecen tremendamente de suficiente financiación y regulación, hay algunos que están trabajando incansablemente en todas las comunidades para evitar esta epidemia. Existe ayuda para los que están luchando contra la enfermedad, para sus seres queridos y para los que están de luto".

Dos películas tan duras como necesarias, para "prescribir" en institutos y en la familia. 

 

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