Los embarazos en adolescentes se describen como embarazos precoces en mujeres que no han alcanzado la mayoría de edad jurídica y están en situación de dependencia de la familia de origen. El embarazo suele implicar un riesgo en la trayectoria vital de las jóvenes adolescentes, un serio y prevalente problema médico-social. Por todo ello, el embarazo de la adolescente se convierte en una consulta “sagrada” en sanidad que precisa de una relación médico-paciente empática, asertiva y profesional.
No es de extrañar que sea un tema tratado de forma recurrente en el cine y, en concreto, ya presente en Cine y Pediatría. Sirvan algunos ejemplos en orden cronológico:
Un sabor a miel (Tony Richardson, 1961), Adiós cigüeña, adiós (Manuel Summers, 1971), Palíndromos (Tod Solonz, 2004), Quinceañera (Richard Glatzer y Wash Westmoreland, 2006), Juno (Jason Reitman, 2007), Precious (Lee Daniels, 2009), El mejor (Shana Feste, 2009), Blog (Elena Trapé, 2012) o Nunca, casi nunca, a veces, siempre (Eliza Hittman, 2020), entre otras. Y a estas películas llenas de sentido y sensibilidad, de emociones y reflexiones, hoy se suman dos películas en idioma francés, que no es la primera vez que comentamos que casi viene a ser un sello de calidad: El acontecimiento (Audrey Diwan, 2021), desde Francia y que nos habla de cómo se planteaba un embarazo no deseado en una adolescente en la década de los sesenta, y 9 meses (Guillaume Senez, 2015), desde Bélgica, que nos enfrenta a una situación similar en la actualidad.
Desde Francia, El acontecimiento (2021) es un drama francés fundamentado en la novela autobiográfica de Annie Ernaux, “L´événement”. La historia nos transporta a la primavera de 1963, donde una joven llamada Anne (brillante Anamaria Vartolomei), estudiante en la Universidad de Letras en Angulema, descubre que se ha quedado embarazada, con lo que sus oportunidades para terminar sus estudios - y llevar la vida que quiere - han quedado de repente muy reducidas, por lo que desea poner una solución que busca desesperadamente. Y la película se disecciona en los diversos hechos que acaecen a medida que pasan las semanas de gestación, que son éstas: 3 semanas, 4 semanas, 5 semanas, 7 semanas, 9 semanas, 10 semanas y 12 semanas. Una cuenta atrás para que pueda llegar el acontecimiento, que no es otro que conseguir el aborto de su hijo.
Anne vive en una residencia universitaria, donde todo se comparte entre reflexiones filosóficas alrededor de Camus y Sartre, muy apropiado para aquella época. Tras conocer su precoz embarazo, Anne solicita al primer doctor que haga algo con su situación, pero la ley era implacable entonces (con cárcel incluida por practicar un aborto), y repite su solicitud con otro ginecólogo: “No me voy a ir. ¡Ayúdeme! Quiero continuar con mi estudio…Tengo un problema y no pienso quedármelo”. Avanza la gestación, llegan los vómitos y ya no puede ocultar a sus amigas la situación, quienes también están atemorizadas por su plan: “No es asunto nuestro, ¿quieres acabar en prisión con ella?”.
Ella sigue intentándolo de cualquier forma y hasta se introduce una aguja de tejer por la vagina para provocarse el aborto. Y un ginecólogo más le expresa su parecer: “El feto ha aguantado…Debe aceptarlo. No hay alternativa”. Acude al padre de su hijo para pedirle que le ayude a conseguir su objetivo, pero no lo consigue: “Tu siempre igual de insolente. Crees que así vas a solucionar tus problemas”. Con todo ello llega el desapego a las clases de la universidad, mientras oculta la realidad a sus padres. Y el tiempo se le agota.
Finalmente una compañera le proporciona la dirección de una señora que provoca abortos clandestinos en su casa, y consigue amasar el dinero para ello vendiendo sus libros y otras posesiones. Pero le explican que es una lotería y si se complica y ha de llegar al hospital “hay quien pone aborto espontáneo, pero otros ponen aborto provocado; y si sobrevives, tienes suerte y acabas en prisión”. Llega en el límite de tiempo y todo acontece en la mesa de la cocina de una vieja casa con deficientes medidas de asepsia: “Se lo advierto, ni un grito. Si no, paro. Las pareces son muy finas”. Tras introducirle la sonda, debe esperar 24 horas al resultado, pero no llega y vuelve a repetir el proceso: “No podemos hacer nada. Poner una segunda sonda puede traer complicaciones. Si quiere volver a hacerlo, será bajo su responsabilidad”. Y llegan las complicaciones, y entre estertores (sin dejar nada a la imaginación) expulsa el feto en la taza del wáter, y logran detener su hemorragia en el hospital. Y la lotería fue que indicaron los sanitarios como aborto espontáneo. Y en la escena final, consigue retomar los estudios. Y en uno de los exámenes finales le cae un texto de Victor Hugo. Fin.. y ahora a reflexionar sobre el acontecimiento.
Desde Bélgica, 9 meses (2015) es el sorprendente debut en la dirección del belga Guillaume Senez, un film sobre la paternidad en la adolescencia o, más bien, sobre la imposibilidad de ser madre o padre. Una película, como la anterior, conmovedora y violentamente atractiva en esa relación de noviazgo de dos quinceañeros, Maxime, Max (Kacey Mottet-Klein) y Mélanie, Mel (Galatéa Bellugi). Juntos exploran, con amor y torpeza, su sexualidad hasta que Mélanie nos descubre: “Estoy embarazada…creo”; Maxime inicialmente no acepta bien la nueva noticia y duda (“¿Estás seguro que es mío? Quizás has estado con alguien más”), pero poco a poco empieza a concienciarse de la idea de convertirse en padre y convence a su pareja para tenerlo, pese a que todas las voces a su alrededor le dicen lo contrario.
Y ello en unos adolescentes que juegan a decir “te odio” para expresar “te amo”, ambos procedentes de familias con estructura complicada: Max vive con padres separados, Mel con una madre soltera. Y en realidad aún son niños que juegan en pandilla a la Xbos y comen pizza mientras debaten su pueril futuro alrededor del fútbol y hablan de Eden Hazad, como su ejemplo (conocido el mal rendimiento de este futbolista en el Real Madrid, nos hace pensar que la película es de hace unos años).
Acuden a un ginecólogo y a un orientador sexual, cuyas palabras no pueden dejar indiferentes cuando habla a la pareja: “Es complicado tener un hijo a los quince. Te da mucho trabajo. Sin la ayuda de vuestros padres, es aún más difícil. Vais a tener problemas. Podéis hacer esa elección, podéis quedaros con el bebé. Es posible. Pero requiere muchas responsabilidades que están más allá de vuestra edad”. Y cuando, pese a todo, Max decide continuar con el embarazo, resuenan aún más las palabras del adulto dirigiéndose a Mel: “Tienes que recordar esto. Al final eres tú quien decide…Si no estáis de acuerdo, tenéis que pensarlo bien, pero es una decisión muy importante que requiere muchas responsabilidades”. Y pese a estos (demasiados) dirigidos consejos, los jóvenes deciden seguir adelante con el embarazo. Pero la noche de felicidad y complicidad de la pareja en la feria se rompe cuando ella le expresa: “Max, tenemos que pararlo, lo del bebé”. Ante esto, Max intenta descargar sus dudas y su tensión en los entrenamientos de fútbol, más cuando es seleccionado por un cazatalentos.
Cuando informan a los padres, estos establecen un debate entre ambas familias de cómo abordar un aborto a los tres meses y medio de gestación. Y hasta plantean, delante de sus hijos, y de una forma tan cumplida como comercial, repartir los gastos de viajar a Holanda a realizar la intervención. Realmente es una decisión tomada por la madre de Mel, pues ella pasó por lo mismo y no quiere que se reproduzca tener un bebé a esa edad: “Lo he pasado yo misma. Créeme. ¿Qué sabes de la vida?... Vas a tener que dejar la escuela para cuidar de tu hijo”. Pero la joven pareja quiere seguir adelante con el embarazo y cuando la madre de Mel le dice que no comenta ese error estúpido, ella le responde con algo muy contundente: “¿Soy un error estúpido?”. Y los jóvenes se apoyan pensando en un futuro mejor cuando Max consiga ser un jugador de fútbol profesional. Y suena la canción “Misses” del grupo belga de indie pop Girls in Hawaii, y se renueva la ilusión de los nuevos padres en la ecografía del último trimestre cuando les confirman que será un chico.
La experiencia similar que tuvo la madre de Mel fue tan negativa que no ayuda a su hija al tomar la decisión de seguir adelante con su maternidad; y, además, la echa de casa y tiene que instalarse en un hogar para adolescentes con su misma situación. Mientras tanto, Max fracasa en su estancia para ascender en el fútbol, pues decide abandonar ante la preocupación por Mel. Al final de la gestación, Mel es acogida con aprecio en la casa de Max, mientras su madre se mantiene en la distancia.
Cuando se aproxima el parto, Mel está nerviosa, duda, llora y tiene miedo. Finalmente las dudas le hacen volver con su madre y tomar una decisión imprevista al final cuando da al hijo en adopción. Max intenta recuperarlo, pero su deseo no es suficiente para la institución gubernativa que tienen ahora que decidir dónde deberá crecer feliz y con seguridad el bebé. Finalmente lo puede ver, tomarlo torpemente en sus brazos durante algún minuto, sacar una foto de recuerdo, poder preguntarle si le va a ir bien y decirle adiós.
Y con este final se nos queda el alma bastante vacía después de 9 meses, porque, aunque el sistema social haya funcionado, no lo ha hecho lo más importante: el amor a la vida, a todas las vidas. Por ello 9 meses es una película conmovedora y violentamente atractiva que no solo habla de la adolescencia, también sobre la paternidad precoz o, más bien, sobre la imposibilidad de ser padre.
Y en ambas películas cabe destacar el papel de sus jóvenes protagonistas: la debutante actriz franco-rumana Anamaría Vartolomei en El acontecimiento, y la francesa Galatéa Bellugi y el suizo Kacey Mottet-Klein en 9 meses. Y cabe destacar a Kacey Mottet-Klein, pues fue el niño actor fetiche de la rompedora directora franco-suiza Ursula Meier en Sister (2012) y en Home: hogar dulce hogar (2015), de forma que la propia directora le llegó a dedicar un corto documental titulado Kacey Mottet Klein, nacimiento de un actor (2015); ambas películas ya en Cine y Pediatría, como también la película Cuando tienes 17 años (André Téchiné, 2016).
Dos películas que nos recuerdan algo tristemente frecuente: que los 9 meses que nos llevan a uno de los más hermosos acontecimientos de la vida, no siempre son (ni han sido) un tiempo feliz.