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sábado, 9 de abril de 2022

Cine y Pediatría (639) “Condenados” por culpa del heavy metal

 

Es Atom Egoyan un director canadiense de familia armenia poco prolífico en su producción, pero especializado en dramas tan hondos y dolientes que dejan tras de sí un poso de tristeza. Fue en la década de los 90 un director de prestigio (en ocasiones de culto) y un autor mimado de Cannes a través de sus arriesgadas películas. Hace justo diez años hablamos de él en Cine y Pediatría con dos películas que le consagrarían en su proyección internacional, dos películas que son dos fábulas, dos cuentos de hadas, y que convierten a Egoyan en una mezcla de Esopo, Samaniego y hermanos Grimm del séptimo arte: El dulce porvenir (1997), una fábula que funciona como la versión moderna del “El flautista de Hamelin”; y El viaje de Felicia (1999), una fábula que funciona como la versión moderna de “La bella y la bestia” o de “Caperucita Roja”. Dos películas con introspección psicológica de los personajes a través de la presencia estelar de dos jóvenes adolescentes, no aptas para todos los públicos, pero muy recomendables para los amantes del buen cine.  Y estas fábulas adquieren un cénit de intriga y perversión con Cautivos (2014), una película sobre el secuestro de niños y niñas alrededor del terrible mundo de la pederastia bajo su peculiar visión.  

Pues hoy este director regresa con otra película en la que conserva esos principios: Condenados (2013), en lo que es una historia basada en hechos reales y fundamentada en el libro “Devil´s Knot. The True Story of the West Memphis Three” de Mara Leveritt. Como reportera de investigación, esta autora estadounidense es conocida por examinar la interacción de la política y la justicia penal en ciertos delitos graves, y en este caso se centra en lo que se conoció como “los tres de West Memphis”.

La película comienza en aquel 5 de mayo de 1993 donde tres amigos de 8 años (Stevie Branch, Michael Moore y Chris Byers), que viven en la ciudad de West Memphis (en el estado de Arkansas), salen una tarde a jugar con sus bicicletas hacia el bosque de Robin Hood y no regresan a sus casas. Cuando se activa su búsqueda por los vecinos y la policía, sus cuerpos desnudos y atados con los cordones de los zapatos aparecen en el fondo del río. Unas escenas que no ahorran en crudeza. 

A partir de ahí comienzan las investigaciones, donde las autoridades locales se ven sometidas a una gran presión popular para que encuentren lo antes posible a los culpables. El testimonio de un niño amigo de los chicos asesinados y una serie de pruebas circunstanciales centran sus sospechas en tres chicos entre 16 y 18 años vinculados a grupos de heavy metal: Jason Baldwin, Damien Echols y Jessie MissKelley Jr. Son arrestados y aparecen las supuestas conexiones, como la manifestación del predicador: “Hay una conexión innegable entre el heavy metal y el satanismo”, donde se asimila una secta satánica como la reencarnación del mal. Y se les pide la pena de muerte a los tres. 

El detective Robin Lax (Colin Firth) intenta investigar el caso junto con los abogados de los tres adolescentes, en realidad chicos inadaptados y uno de ellos con cierto grado de retraso mental. Y el comentario de Damien es revelador: “La policía da miedo. Hacen lo que sea para que la gente diga lo que quieren oír…¿Por qué se acusaba a la gente de brujería en Salmen?”. A partir de ahí se realizan las distintas vistas de un juicio que duró un año, y donde se confirmaron graves discordancias en las declaraciones y las pruebas, incluyendo la presencia aquella noche de un hombre negro lleno de sangre y barro y del que nunca se supo nada. Pero vestir de negro y con indumentaria gótica, oír música heavy metal y leer libros de brujería fueron la suma suficiente para ser acusados, pese a las irregularidades manifiestas y a que se declararon inocentes de forma repetida. Finalmente Jason y Jessie fueron condenados a cadena perpetua y Damien a recibir una inyección letal el 5 de mayo de 1994, justo un año después del asesinato de los tres niños. 

En el proceso hasta el propio detective es investigado y acosado, y su justificación para seguir adelante es clara: “Cuando pasa algo así, cuando un pueblo pierde tres niños y sacrifica a tres más para vengarse, para mí es personal. Y a lo mejor me obsesiono un poco”. Pero es que en este camino, hasta la propia madre de Steve (Reese Witherspoon) acabó dudando de la culpabilidad de los tres jóvenes. 

Y al final, un largo colofón con la cámara paseándose por la orilla del río donde encontraron los cuerpos de los niños (y al que llaman la Guarida del Diablo), resume la situación, años después, de los implicados en el caso. Un caso cerrado con graves errores y donde estos tres adolescentes fueron condenados ya socialmente antes del juicio. Porque formar parte de la tribu urbana del heavy metal era sinónimo de drogadicción, depravación moral y satanismo, y ha sido un motivo de cruzada necesario para algunos moralistas. Por ello, "los tres de West Memphis" eran los sospechosos perfectos para satisfacer a la opinión pública. 

En la película se hace una expresa referencia a aquellos acontecimientos ocurridos en el año 1692 en la ciudad de Salem, próxima a Boston, una de las muestras más paradigmáticas de histeria colectiva y un claro ejemplo de lo que nunca debe ser la justicia. Y en Cine y Pediatría recordamos con detalle este hecho al analizar la película Nación salvaje (Sam Levinson, 2018), a la que definimos como la versión “millennial” de las brujas de Salem. Pero esta historia también nos retrotrae a la película danesa La caza (Thomas Virtemberg, 2012), en lo que es una magnífica reflexión sobre la anulación de la presunción de inocencia y donde el falso culpable y el fascismo social se dan la mano.  

Porque nada es perfecto, tampoco la justicia. De ahí la importancia de respetar las garantías procesales (imparcialidad del juez, publicidad del proceso, asistencia de abogado, prohibición de dilaciones indebidas y buena utilización de las pruebas disponibles) con la finalidad de asegurar las condiciones necesarias para el logro de un proceso justo. Y Atom Egoyan, con su particular estilo, se hace eco en este caso real. Y fue tan mediático que se han hecho otras versiones, como la película neozelandesa West of Memphis (Amy Berg, 2012) o la miniserie de televisión del año 2020 The Forgotten West Memphis Three.

 

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