Nos encontramos en Semana Santa, esta semana clave en la fe de los cristianos. Y desde nuestra infancia, estas fechas han estado asociadas a un determinado cinematografía, principalmente películas vinculadas a esa historiografía de Cristo, del Antiguo y Nuevo Testamento, de la fe y, también en ocasiones, de un adoctrinamiento no siempre positivo. Pero quitando el lastre aleccionador político-religioso, nada saludable, cabe reconocer algunos títulos de siempre y de ahora: Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951), La túnica sagrada (Henry Koster, 1953), Marcelino, pan y vino (Ladislao Vajda, 1954), Los Diez Mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), Narazín (Luis Buñuel, 1958), Ben-Hur (William Wyler, 1959), Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), Rey de Reyes (Nicholas Ray, 1961), Barrabás (Richard Fleischer, 1962), El Evangelio según San Mateo (Pier Paolo Pasolini, 1964), La historia más grande jamás contada (George Stevens, David Lean, Jean Negulesco, 1965), Las sandalias del pescador (Michael Anderson, 1968), Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973), Jesús de Nazaret (Franco Zefirelli, 1977), La vida de Brian (Terry Jones, 1979), Escarlata y negro (Jerry London, 1983), La misión (Roland Joffé, 1986), El príncipe de Egipto (Simon Wells, Steve Hickner, Brenda Chapman, 1998), El jardín del Edén (Alessandro D'Alatri, 1998), La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), Noé (Darren Aronofsky, 2013), Últimos días en el desierto (Rodrigo García, 2015), Little Boy (Alejandro Monteverde, 2015), Resucitado (Kevin Reynolds, 2016), El joven Mesías (Cyrus Nowrasteh, 2016), María Magdalena (Garth Davis, 2018), Los dos Papas (Fernando Meirelles, 2019), etc.
Y a estas propuestas anteriores, hoy quiero compartir una película tan rompedora como extraordinaria: El nuevo Nuevo Testamento (2015), la última película del director, guionista y dramaturgo belga Jaco Van Dormael, quien tiene una corta y exquisita filmografía basada en complejas películas, aclamadas por la crítica. Desde Cine y Pediatría ya hemos hablado de su ópera prima, Totó, el héroe (1991), una fábula surrealista sobre la adopción, y El octavo día (1996), una peculiar road movie con el síndrome de Dowm como protagonista. Y en estas fechas vale la pena recordar El nuevo Nuevo Testamento, singular, ingeniosa y mordaz película, combinando géneros tan dispares como la comedia, el drama o la fantasía, con vocación de cuento y ese color e imaginación que bien pudiera funcionar como una fusión de la película británica La vida de Brian (Terry Jones, 1979), la estadounidense Matilda (Danny de Vito, 1996) y la francesa Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001).
Una película que comienza con esta frase que ya nos descoloca: “Dios existe y vive en Bruselas”. Y con ello nos muestra a esta particular familia que vive en un pequeño piso con una gran habitación secreta, allí donde el padre “dios” (Benoît Poelvoorde) organiza el mundo con un ordenador, un ser despótico y grosero con su esposa (Yolande Moeau), esa mujer sumisa que se dedica a confeccionar punto de cruz y a jugar con su colección de cromos de jugadores de béisbol, y un padre que maltrata a su hija de 10 años, Éa (Pili Groyne), quien se convierte en la constante voz en off de esta historia. Y poco después conocemos que Éa tenía un hermano al que mataron, con el que habla en forma de figura y al que llama JC (abreviatura de Jesucristo).
Y es así como Éa decide rebelarse contra su padre “dios”, accede a su ordenador y revela a todas las personas del mundo el día de su fallecimiento con un mensaje que llega a sus teléfonos móviles, con lo que hace que de repente todas las personas reflexionen sobre qué hacer con los días, meses, o años que les quedan por vivir. Y luego, por consejo de JC, huye de casa en busca de seis nuevos apóstoles (en total serán 18, como los jugadores de un equipo de béisbol) para escribir un nuevo Nuevo Testamento.
Y si el guion ya es particular, la estructura no se queda a la zaga, pues nos lo cuenta en nueve capítulos con estos bíblicos títulos: Génesis, Éxodo, El evangelio según Aurelie, El evangelio según Jean Claude, El evangelio según El Obseso, El evangelio según el Asesino, El evangelio según Martine, El evangelio según Willy y El cantar de los cantares. Creo que solo por esta orientación, os aseguro que la película se ve con una sonrisa en la boca, una sorpresa tras otras y una apuesta a la reflexión constante. Y en donde vale la pena analizar a sus particulares protagonistas.
Cuando Éa llega al mundo real a través del tambor de la lavadora, lo primero que hace es elegir a un escriba del nuevo Nuevo Testamento y elige a Víctor (Marco Lorenzini), un vagabundo disléxico que continuamente pregunta por sus dudas de ortografía. Y poco a poco, va encontrando a sus seis nuevos apóstoles: Aurelie (Laura Verlinden), la joven más guapa y deseada del barrio, que vive sola con su brazo izquierdo postizo; Jean Claude (Didier De Neck), soltero y sin hijos, esclavo de su trabajo y quien decide dejarlo todo y recorrer el mundo siguiendo a una bandada de pájaros; Marc (Serge Larivière), quien se llamaba a sí mismo el obseso, por las chicas y por el sexo, como secuela de aquella niña alemana de la que se enamoró cuando veraneaba de pequeño en la Manga del Mar Menor; François (François Damiens), atrapado con la muerte y los entierros, nunca quiso a nadie y nunca lloraba y se compró una escopeta cuando supo su día final; Martine (Catherine Deneuve), acomodada dama que, cuando conoce su pronto fin, decide acostarse con jóvenes, pero que al final se enamora de un orangután de circo; Willy (Romain Gelin), ese un niño que siempre estuvo enfermo, si bien más bien estaba sometido por su madre a un síndrome de Munchausen por poderes y que, desde que conoce lo poco que le quedaba de vida, decide hacerse niña.
Éa va conociendo uno a uno, recoge sus lágrimas y les pone una música particular a su vida, a uno música de Pourcel, a otro de Haendel, o Schubert, o de circo, o la canción “La Mer” de Charles Trenet. Y a cada uno les inventa un sueño. Y a medida que se suman a la causa, la madre de Éa ve que aparecen nuevos apóstoles en el cuadro de “La última cena” hasta que suman 18, como los jugadores de beisbol, deporte que tanto gusta a la “diosa” sumisa de su madre. Y eso lo cambiaría todo.
Y cada día de la semana ocurre algo en la vida de cada uno de estos seis apóstoles. Y el domingo todo el mundo decidió acercarse al mar a morir. Pero la madre diosa lo cambia todo al reiniciar el ordenador y el mundo se llena de color, flores y bondad. Mientras al “dios” varón es expulsado a Uzbekistán, ¿quién da más…?. Con un guion excelente del propio realizador y de Thomas Gunzig, desde el primero al último plano, es capaz de mostrar un humor corrosivo, inteligente, lo que se desprende en cada una de sus decisiones, todas ellas inesperadas y sin patrones concretos y que no puede dejar indiferente.
Es El nuevo Nuevo Testamento una película que debe verse sin perjuicios, dejándose llevar por la imaginación, paladeando el disfrute de las nuevas ideas disfrazadas de comedia, y ese hacernos pensar en temas mayores de una forma tan surrealista. Película que tiene poco que ver con las películas enunciadas al principio de este post alrededor de la Semana Santa. Pero por encima de esta forma, tan atrevida como entrañable, cabe quedarse con las reflexiones de fondo que nos deja.
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