sábado, 1 de octubre de 2022

Cine y Pediatría (664) Los excesos en la adolescencia y juventud y el precio a pagar

 

La adolescencia es una maravillosa etapa de transición y viaje desde la infancia previa al horizonte de una joven vida adulta, viaje que en el cine se suele conocer bajo al anglicismo de coming of age. En esta etapa el individuo se encuentra en la búsqueda de su propia identidad y tiende a revelarse contra las figuras de autoridad: contra los padres, los profesores y autoridades varias. Y es por naturaleza esta etapa el momento de probar cosas nuevas y donde la problemática se origina en que algunas de estas cosas nuevas son el inicio del consumo de alcohol, tabaco, drogas ilegales (marihuana, cocaína y drogas de diseño), redes sociales, sexo y otros excesos. Excesos que las estadísticas señalan que acaecen cada vez a más temprana en edad y que se buscan como un medio de evitación, de escape, de refugio o de aceptación social principalmente ante sus amigos y grupo de pares. Y ello lleva a los adolescentes a realizar distintas conductas en las que desconoce la real dimensión o consecuencia para su persona, para su familia y para la propia comunidad en general. 

El cine ha mostrado con frecuencia estas facetas, y hoy lo mostramos con tres ejemplos más, relativamente recientes y quizás no muy conocidos. Tres películas que se fundamentan en hechos reales, por lo que sí es posible que la realidad supere en ocasiones a la ficción. 

Bang Gang: una historia de amor moderna (Eva Husson, 2015) Francia 

Un título provocador que hace referencia al juego sexual en el que se involucran los adolescentes de 16 a 17 años de esta película y que está basado en una historia real que ocurrió en Atlanta, donde participaron 250 jóvenes. El título de Bang Gang puede tener una doble explicación: bien como juego de palabras de gang bang (orgía en la que alguien mantiene relaciones sexuales con tres o más personas del sexo opuesto o del mismo sexo, bien sea por turnos o al mismo tiempo, y que puede llegar a incluir un número indefinido de participantes) o bien, como nos define una de las protagonistas, porque lo que viven es como una explosión, como el Big Bang, y en donde participa su pandilla (“gang”, término en inglés). 

La película pretende mostrar los problemas de los adolescentes de una forma moderna, pero se enfoca principalmente en los excesos sexuales y las consecuencias que esto puede traer (incluida las enfermedades de transmisión sexual, ETS), aunque sin llegar a la calidad de películas bien conocidas como Kids (Larry Clark, 1995), Soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003) o La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013).    

Nos cuenta la historia de un grupo de cinco amigos adolescentes, dos chicas, George (Marilyn Lima), y Laetitia (Daisy Broom), y tres chicos, Alex (Finnegan Oldfield), Nikita (Fred Hotier) y Gabriel (Lorenzo Lefèbvre). Ellos acuden al instituto (allí donde curiosamente utilizan El Quijote para sus clases de español) y fuera de él inician un juego colectivo en el que hace partícipes pronto al resto de compañeros para descubrir, probar y estirar los límites de su sexualidad, en una experiencia que nadie pudo volver a olvidar: “¿Echamos un gang bang? Ahora o nunca”, es la llamada por Whaasapp. Fiestas con música, tabaco, alcohol, otras drogas y sexo para llegar al éxtasis: “Tenemos superpoderes. Te irradiaré placer”. Alguno de ellos comenta: “Hay vídeos y fotos en línea. Estarán en línea toda la vida”. Y el padre inválido de Gabriel le dice a su hijo: “¿Esta es la libertad para vosotros? Algunos chicos luchan por una revolución. Vosotros lucháis para acostarse con cualquier cosa que se mueve”

Una exploración de la vida sexual de los millennials que comienza con este pensamiento del ensayista y médico Carl Gustav Jung: “La claridad no aparece cuando imaginamos lo claro, sino cuando tomamos consciencia de lo oscuro”. Porque errar no es el problema, quizás lo sea que sea un grave error. Un chancro les devuelve a la realidad, porque el sexo sin protección ha extendido la sífilis y gonorrea, que solo ahora se informan a través de internet: “Por lo visto, muchos artistas del siglo XIX murieron de eso: Baudelaire, Nietzsche y Van Gogh”. Y la reflexión final de Laetia: ”No volví a ver a Alex, ni a Gabriel ni a George. Toda esta parte de mi vida es como un paréntesis distante tan exagerado, intenso y violento que a veces me pregunto si fue real. Un pinchazo de penicilina y se acabó la sífilis. Una pastilla y nada de bebés. Un cuento de hadas moderno”. 

Noches de verano (Elijah Bynum, 2015) Estados Unidos 

“Esta historia es (en su mayor parte) real”, comienza así esta ópera prima de su director. Donde nos presenta a Daniel (Timothée Chalamet), un adolescente apático, asmático y cabreado tras perder a su padre. Por ello, su madre le envía aquel verano de 1991, uno de los más calurosos que se recuerdan, a pasarlo con una tía en Massachusetts, otro de esos veranos inolvidables de nuestra adolescencia, como hemos recordado recientemente.  

Y en ese pueblo costero solo había dos tipos de personas, las aves de verano (ricos que venían a veranear) y los lugareños, pero Daniel no era ni lo uno ni lo otro. Y allí conoce a Hunter (Alex Roe), un joven lugareño de regular reputación que vende marihuana a las aves de verano, al que se une en la empresa. Pero las cosas empeoran cuando se enamora de la hermana de éste, la muy deseada McKayla (Maika Monroe), y también cuando intenta seguir avanzando por ese tortuoso camino de las drogas, ahora a través de la cocaína. El caldo de cultivo ideal para la tormenta perfecta, como aquel famoso huracán Bob que asoló la región durante los días 18 y 19 de agosto de 1991. 

Entre las bazas de esta película cabe destacar su simpática y abrumadora B.S.O. de 23 canciones que hace que la película se vea con gusto, y que incluye temas como “Hospital” de The Moderns Lovers, “This Will Be Our Year” de The Zombies, “Your Love” de The Outfield, “I Don´t Wanto To Cry" de Chuck Jackson o el recurrente “Space Odity” de David Bowie, entre otros; y otra baza ha sido contar con el actor de moda, Timothée Chalamet, ya visto en Cine y Pediatría en Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017), Beautiful Boy (Felix Van Groeningen, 2018) y la última versión de Mujercitas (Greta Gerwig, 2019).    

Clímax (Gaspar Noé, 2018) Francia 

Esta es una película que ya al inicio se declara "orgullosamente francesa" y que se basa en unos hechos reales del año 1996, donde Gaspar Noé, ese director polémico y polemista que no lo es para todos los públicos, no hace sentir (y sufrir) en vena. Una película que nos abrasa, excesiva en muchos momentos, gratuita en otras, quizás pretenciosa y de difícil revisitación, diferente. Como su director, quien ya nos tiene acostumbrados a la polémica, y si no recordemos su más sonada obra, Irreversible (2002), bajo la actuación del matrimonio formado en aquel entonces por Mónica Belluci y Vicent Cassel, y con esas dos escenas tan duras (la de la violación en el túnel y la masacre facial en la pelea) que no se olvidan en décadas. 

Y en Clímax, película que consiguió el Premio de mejor película en el Festival de Sitges y que fue la ganadora de la Quincena de realizadores de Cannes, nos devuelve una película lisérgica e incómoda, que algún crítico ha definido como un cruce alucinado entre la musical Fama (Alan Parker, 1980) y las películas de terror Suspiria (Dario Argento, 1977) y Cabin Fever (Eli Roth, 2002). Allí donde una veintena de jóvenes bailarines son entrevistados, hacen su última coreografía alucinante (casi un plano secuencia de 13 minutos), y que al final declaran: “Dios está con nosotros”. Y, a continuación, celebran una fiesta alrededor de una gran fuente de sangría que alguien ha mezclado con LSD y hace que su exultante ensayo se convierta en una pesadilla cuando, uno a uno, sienten las consecuencias de una crisis psicodélica colectiva. Y se cruzan las conversaciones y los pensamientos, con el sexo como epicentro: “Este ambiente no es bueno para un niño”, “Tienes que convertir tus errores en triunfos”, “No me dan buenas vibraciones este grupo”,… 

Y Clímax se nos convierte en un vaivén visual con una banda sonora hipnotizante y coreografías expresivas iniciales, mezclado con entrevistas a cada uno de los bailarines, lo que nos adentra un poco en su vida, ideales y filosofía personal. A partir de aquí, la alegría inicial del grupo deriva en una serie de situaciones que comienzan a salirse de control, verdadera sumisión química consentida entre gays, lesbianas y heterosexuales, para ir trasladándose a una situación de terror, angustia y nerviosismo que sigue la incomodidad propia del cine de Gaspar Noé. Pura psicodelia, incluyendo los títulos de crédito y titulares que aparecen (divida en varias partes la película, los psicodélicos títulos de crédito aparecen a mitad de metraje, todo muy rompedor) y con una atrevida fotografía que hace uso de una paleta de colores que va del rojo, al amarillo, el verde, el morado y los azules con la finalidad de resaltar los estados de ánimo, así como los ángulos imposibles de cámara y las imágenes al revés. Y ello en una obra que improvisa en su elemento actoral ya que el rodaje corrió a cargo únicamente de bailarines, contando únicamente con una actriz profesional. 

Sin duda, se trata de un filme que definitivamente no es para todo el público (como el cine de Gaspar Noé), pero que nos pone en el abismo sobre los abusos de las drogas en la adolescencia y juventud. “Nacer es una oportunidad única”, “Vivir es una imposibilidad colectiva”, “Morir es una experiencia extraordinaria” son frases que acompañan al filme; nacer, vivir y morir, un recorrido que hacemos con el cuerpo como vehículo y que los bailarines drogados de Noé exploran de una manera tan única como lo son sus movimientos, tan rebelde como lo  es Francia. 

Tres películas recientes como ejemplo de los excesos en la adolescencia y juventud y el precio a pagar.


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